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Horacio Alba
Hace unos días todas las persona que se acercaron hasta la Casa de Cultura de Ciutadella pudieron asistir a la conferencia "L'educació segons Montaigne: una aproximació actual" organizada por el Moviment de Renovació Pedagògica de Menorca e impartida por Joan Lluís Llinàs, doctor en Filosofía por la UIB y profesor en la misma, especialista en la figura y la obra de esa rara avis del pensamiento renacentista que es el filósofo escéptico Michel de Montaigne (1533-1592).

Del título de la conferencia se desprende su contenido ya que remite a las preocupaciones e investigaciones del ponente contenidas en su tesis doctoral dedicada a la figura de Montaigne, tesis que lleva por título "Educació, filosofia i escriptura en Montaigne" y que vio la luz en formato libro gracias a Edicions UIB en 2001. Por lo tanto, la orientación pedagógica de la conferencia estaba clara, pero como muy bien se preocupó de adelantar el profesor Llinàs se hacían necesarias unas palabras previas sobre las lecturas y los autores clásicos, de los que Montaigne forma parte desde hace varios siglos, sobre la figura de Montaigne y sobre su obra única, los "Ensayos".

Leer a los clásicos
La pregunta inicial sobre la pertinencia de leer a los clásicos hoy día es una de esa preguntas recurrentes que de manera intermitente salta a la actualidad y que todo receptor instruido sabrá responder, es decir, se lee a los clásicos porque son obras de una calidad literaria indiscutible, porque nos entretienen y porque son útiles. El típico argumento para defender los clásicos es que nos pueden servir para abordar cuestiones que el ser humano todavía no ha resuelto como la justicia, la bondad o, en este caso, la educación.

Para que nos entendamos, los clásicos responden a la máxima: "Docere et delectare". Ni que decir tiene que también podríamos añadir a esta discusión la opinión del siempre escéptico Borges que mantenía que los clásicos son clásicos porque nadie los lee, lo que no deja de ser en parte muy cierto. El estatus de clásico de Montaigne es incontestable y de lo que se trataría ahora es de establecer el porqué de dicho galardón, que ha sido obtenido, paradójicamente, con la invención de un nuevo género, el ensayo, en un intento de pintarse a sí mismo como manifiesta en su "Aviso al lector", única parte de los "Ensayos" que Montaigne no modificará a lo largo de las continuas ediciones de nuevos textos de la obra. Por lo tanto estamos ante una obra que se manifiesta comowork in progressmás que por el objetivo de la misma, intentar dar una explicación más o menos objetiva de su persona, por la materia prima de la misma, por una parte, el individuo y, por otra, el contexto -la naturaleza, cultura y sociedad- ya que ambos están sumidos en un continuo devenir -elpanta reide Heráclito-. Algo a lo que Montaigne es sensible, por lo que lo acata con todas sus consecuencia y sobre lo que dirá lo siguiente: "Si mi alma pudiese fijarse no me explicaría amen resolvería". Estos verdaderos ejercicios espirituales le sirven a Montaigne para ponerse a prueba, para examinarse, para cercarse encontrar en él mismo aquello que puede hacer extensivo al género humano.

Este auto-asedio, este experimento de antropología radical sitúa a Montaigne en los límites de sus propias ideas y creencias, permitiéndole situarse en el fiel de la balanza que le obliga a preguntarse por la posibilidad del conocimiento tal y como explicita su lema:Je sais je?Y que Montaigne siempre llevaba consigo en forma de medalla.
La filiación con la tradición grecolatina va más allá de la mera cita -los "Ensayos" cuenta con aproximadamente mil citas, lo que da una ratio de una cita por cada tres páginas- y tiene sus preferencia en autores menos sistemáticos por la misma naturaleza de sus pensamiento, lo que le lleva a alinearse en mayor medida con los contenidos de los Siete Sabios, los presocráticos, Sócrates, la filosofía helenística o romana más que con los grandes autores sistemáticos, a los que también cita, como Platón o Aristóteles. De esta manera Montaigne busca más una manera de vivir que una manera de conocer, algo que permea su obra y sus temas, sobre todo en el terreno de la educación.
En relación con la educación, la visión de Montaigne se puede resumir perfectamente, y los "Ensayos" son una muestra de ello, en la máxima oracular "Conócete a ti mismo" (Píntate a ti mismo podría decir Montaigne) cuya actualización en francés tiene un correlato bastante elocuente: "Mieux vaut une tête bien faîte qu'une tête bien pleine". Es decir, que la educación, y por ende el conocimiento, debe empezar por el conocimiento de uno mismo que lleva necesariamente a la reflexión y al pensamiento autónomo más allá de prejuicios, pero también falsedades o situaciones de poder encubiertas.

La que subyace en la actualidad -obviando la alarmante precariedad educativa pública y las irrisorias partidas en educación en relación con las demandas de la escuela pública- se relaciona directamente con la propuesta de Montaigne ya que el rumbo de la educación hacia la excesiva especialización científico-técnica -sobre todo ahora que el Plan de Bolonia entra en su primera fase de implantación- y la acumulación acrítica de conocimientos en detrimento de una educación integral que no haga distingos entre ciencias y letras -todo son humanidades en el sentido amplio del término- tal y como sucedían antes del advenimiento de la Santa Modernidad y que permitan, en palabra del profesor Llinàs, encontrar el equilibrio en el ser humano entre ser y hacer.

Tanto la lectura -o la relectura- de la obra de Montaigne, como las palabras del profesor Llinàs, y como las de todos aquellos que manifestaron su opinión tras la conferencia, indican que el cambio de rumbo estructural, tanto de la sociedad como de la educación, es el reto con el que nos encontramos en la actualidad.

El interés por la obra de Montaigne se hace patente con la reedición y nuevas ediciones de los "Ensayos" tanto en castellano como en catalán. A los tres volúmenes clásicos de Cátedra se le suman ahora la impecable edición de El acantilado (que de paso ha reeditado la biografía de Montaigne escrita por Stefan Zweig), que obtuvo un notable éxito en el momento de su primera edición, y los dos volúmenes editados por Proa por primera vez en catalán.