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Diego Prado
Allá por el año 98, husmeando en una librería de Mahón, indeciso ante el surtido de libros que obscenamente se me ofrecían desde las estanterías, descubrí el lomo verde desvaído de un librito con un título de claras resonancias cortazarianas:El vigilante de la salamandra. Lo firmaba un tal Félix J. Palma, un autor nuevo aunque curtido en esos cientos de premios de cuento que abarrotan nuestra geografía. Era, en efecto, su primer libro. Por alguna extraña razón de conexión, quizá por mi siempre antiguo interés por el género cuentístico, y puede que intrigado por la benigna reseñita que mi amiga Care Santos había publicado enEl Cultural, le di al libro una oportunidad. Lo tomé, me cayó bien la foto de Félix en la solapa, con su aspecto de tipo despistado y simpático, casi soñador, y lo hojeé con esperanza. Se trataba de un volumen de doce relatos, el primero de los cuales empezaba con una frase reveladora: "Ahora que todo ha acabado sólo deseo que vuelva a comenzar". Entonces, por ese radar móvil que tenemos los escritores, supe que debía leer aquel libro. No me equivoqué cuando horas después empezaba "Reflejos", el primero de aquellos perturbadores cuentos. Una frase de Cortázar en la entradilla daba la pauta precisa (que luego tan bien se ha ajustado a mi propia literatura): Lo fantástico irrumpe en lo cotidiano.

El vigilante de la salamandrano sólo fue un acierto personal, sino que se trataba de un libro de cuentos magistral, uno de esos libros que muy de tarde en tarde aparecen como un arco iris en el nublado cielo de nuestra literatura. Y lo más importante, nos daba a conocer un escritor aún joven, con una capacidad de inventiva y un poder de creación verbal fuera de lo común. Estaba claro que el brillante comienzo de Félix J. Palma tenía que tener por fuerza una continuidad. Y así ha sido para fortuna de nuestras letras actuales.

Tras aquel primer libro espectacular, vino otra entrega de relatos (sin duda Félix debía tener muchos guardados dada su condición de feliz concursante en certámenes de cuento de toda índole). Por desgracia desconozco aquel libro (Métodos de supervivencia). Tuvieron que transcurrir algunos años para que me encontrara con otro libro de Palma. Se llamabaLas interioridadesy había ganado el premio Tiflos para libros de cuentos de 2002. En él se recopilaban 6 relatos que ponían de manifiesto la madurez insobornable del autor y su maestría en el género cuentístico.

Los cuentos de Palma parten de la misma base que empleaba el maestro Calders: el comienzo de una historia aparentemente inverosímil que acaba siempre en una inesperada voltereta sorpresiva, aquello que Borges denominaba lorquianamenteel otro lado de las cosas. Pero el cuento de Palma no es sólo una excusa para complacerse en el final sorpresa (tan denostado por ciertas tendencias actuales), sino una simple y espeluznante consecuencia del relato mismo, que en su caso tanto le debe a la literatura fantástica -incluso a la ciencia ficción-, a los clásicos de aventuras (pienso ahora en Poe, por ejemplo) y a los cuentos de ciertos autores hispanoamericanos reconocibles. También, sin duda, Félix conoce de antaño la rara (por escasa) tradición del cuento español que nació como contrapunto a la brillante (pero agotada en sí misma) generación de cuentistas realistas de los 50 y 60, autores más cercanos a cierta atmósfera fantástica como Esteban Padrós de Palacios, Víctor Mora, algunos relatos del último Jesús López Pacheco, y más tarde de Merino, Pilar Pedraza, la mayoría de los cuentos de Fernández Cubas o del entonces joven Martínez de Pisón.

En sus cuentos, siempre generosos en ideas -que a veces incluso rozan lo surrealista- nos encontramos amantes clandestinos que se pierden en las entrañas de grandes armarios, tipos que tienen como trabajo vigilar los movimientos de una salamandra, poetas bohemios que venden los besos de una lejana novia a través de un pañuelo perfumado, viajeros de tren que reciben del revisor un revólver antes de entrar en un largo túnel... En definitiva, sugerentes planteamientos desarrollados con inteligencia e imaginación, que han hecho que dentro de su generación Palma ocupe un lugar de honor entre los grandes cuentistas actuales.

Aún así existe, más entre la crítica que entre los lectores, una presión ya habitual sobre el autor de cuento, una insistencia que suele presentarse en forma de absurdo reto y que consiste en preguntarle al escritor para cuándo una novela. Algunos aún creen que Borges no ganó el Nobel porque no escribió ninguna novela, una soberana tontería como otra cualquiera. Ignoro por qué el género del cuento siempre ha sido tildado en nuestro país de menor o, cuanto menos, de entreno para cosas de mayor fuste. Palma había publicado ya 4 libros de cuentos cuando decidió en 2005 publicar la novela Las corrientes oceánicas. El escritor, pues, se completaba, ya que no se confirmaba porque los 4 libros anteriores valían por sí solos. Ahora Félix tiene en las librerías una nueva novela, premiada con el prestigioso Premio Ateneo de Sevilla, un tomo de más de 600 páginas por si alguien aún dudaba de su destreza en la distancia larga. Este nuevo libro,El mapa del tiempo, es una notable novela de aventuras, ciencia ficción y fantasía histórica narrada con el pulso certero de los folletines del siglo XIX y la elegancia de la prosa de Palma. La imaginación sigue siendo el gran aliado del autor, que fabula sobre la posibilidad de que la máquina del tiempo de la clásica novela de Wells existiera de verdad. Un joven, enamorado de la última víctima de Jack el Destripador, vuelve al pasado para torcer los planes del asesino mientras una joven de 1896 viaja al año 2000 para encontrar a su gran amor. Entre medio, personajes reales y ficticios (incluido el propio Wells) pasean por las trepidantes páginas de una novela realmente inusual en nuestra tradición novelesca, actualmente trufada a destajo por esoterismos de salón y búsquedas de santos griales. ConEl mapa del tiempoFélix J. Palma reivindica de nuevo -frente a otras literaturas más experimentales- el placer de contar una buena historia y hacerlo desde un nivel literario por encima de la media.

Fuera de su literatura conozco muy poco a Félix J. Palma, por desgracia. Algún amable email nos mantiene en contacto. Es evidente, no obstante, que se trata de un tipo sencillo, que ha vivido completamente entregado a las letras, fabulador profesional donde los haya. Gaditano de Sanlúcar, no ha emigrado como otros hacia los oropeles de la capital, y ahí sigue, en su lugar, muy cerca del mar, farero de la fantasía, inventando mundos imposibles y escribiendo en una prosa hermosa, llena de adjetivos y metáforas. No se puede pedir más.