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Lluís Vergés
Maó
El escritor chino-estadounidense Lin Yutang decía que la filosofía es la ciencia de hacer que las cosas sencillas sean difíciles de comprender. Ése no es, en general, el caso de los filósofos de Estados Unidos debido a su tradición de pragmatismo, el movimiento nacido a finales del siglo XIX gracias a los pensadores C.S. Peirce y William James. En esta escuela de claridad y pies en la tierra podemos incluir a Willim B. Irvine a juzgar por este esclarecedor ensayo sobre el deseo.

De lo primero que nos advierte Irvine es que "muchos de nuestros deseos más profundos, que más afectan a nuestra vida, no son racionales, en el sentido de que en su formación no empleamos procesos de pensamiento racional. De hecho, no los formamos: se forman dentro de nosotros. Simplemente irrumpen en nuestra mente sin ser invitados ni anunciados". Un claro ejemplo de deseo muy fuerte que no controlamos sería el enamoramiento.

Tras una serie de reflexiones sobre la naturaleza, las fuentes y la psicología de nuestros deseos, el autor nos advierte, en base a algunos testimonios, de que la pérdida total de la facultad de desear es una de las peores cosas que le puede suceder a una persona, ya que es como estar sumido en una depresión profunda.

Irvine propone una hipótesis evolucionista sobre el origen de nuestros apetitos. En su opinión, los primeros deseos auténticos llegaron de la mano del comportamiento instintivo. Alimentarse y tener relaciones sexuales son dos de las funciones básicas para la supervivencia de la especie y a la vez fuente primarias de otros anhelos secundarios.

De acuerdo con su ensayo, los humanos tenemos implantado en nuestro interior un sistema biológico de incentivos. Este sistema lo hemos heredado porque aquellos de nuestros antepasados evolutivos que lo tuvieron gozaron de más posibilidades de sobrevivir y reproducirse que los que carecieron de él.

El sistema de incentivos requiere la capacidad de elegir. Al elegir nos guiamos por el criterio de si nuestro sistema biológico nos recompensará o nos castigará por hacer una elección en particular. Así entramos en un sistema de premios y castigos a corto y largo plazo. Los helados que nos tientan puede ser buenos en el momento pero perjudiciales para nuestra salud futura si abusamos de ellos. En cambio una vacuna contra la gripe provoca un pinchazo inmediato pero disminuye las posibilidades de contraer la enfermedad.

Irvine se propone no sólo describir por qué queremos lo que queremos sino aportar una especie de propuestas de autoayuda para controlar nuestros deseos. Para ello repasa los consejos que han ofrecido las religiones más importantes como el budismo, el cristianismo y el islamismo. Repasa luego las recetas de los filósofos, centrándose en tres filosofías helenísticas (estoicismo, epicureísmo y escepticismo) que florecieron hace dos mil años. Tras los griegos el autor busca la tercera alternativa e aquellos personajes excéntricos que no sienten necesidad alguna de vivir en sociedad y, por tanto, renuncian a muchos de los afanes de los hombres comunes.

El libro termina con un capítulo de conclusiones que pueden ser útiles al lector. Una de ellas ya la enunciaba el emperador filósofo Marco Aurelio y consiste en esforzarse por querer lo que ya tenemos y recordar que la mayor parte de lo que poseemos es algo que alguna vez habíamos deseado tener.

Sobre el deseo
autor: William B. Irvine
género: Ensayo
editorial: Paidós
edición: Barcelona, 2008
traducción: Pablo Hermida
páginas: 413
precio: 20 euros