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Raquel Marqués Díez
Lope de Vega fue un visionario. Y como tal, hoy se rasgaría las vestiduras al contemplar que, pese a una de sus más exitosas revueltas teatrales, el pueblo sigue sin aprender la lección democrática. Miren que ha llovido (y mucho) desde el Siglo de Oro español, pero los episodios fuenteovejunescos aún se siguen sucediendo frente a los deberes mal hechos de los representantes políticos que tienen mucho de desaborido cuando se trata de carteras menores y mucho de populacheros cuando lo que está en juego es el "casino" urbanístico.
Hoy no hablaremos de fuentes ni del caos de una revuelta sorpresiva, pero esperanzadora. Cedemos el testigo de la defensa de la Plaça dels Pins al pueblo... Hoy hablaremos de cómo un ridículo decreto del Govern balear, que entró en funcionamiento una semana antes de las últimas elecciones autonómicas, invita a irse con la música a otra parte. La cuestión es bien simple. El vestido administrativo impide las actuaciones en terrazas, bares, hoteles y restaurantes con instrumentos del tipo batería, saxo y/o trompeta. Pero las sandalias veraniegas caminan hacia la cultura musical como uno de los mayores atractivos de la oferta turística insular. Con perdón de una privilegiada Menorca de sol y playa.
Al respecto, los músicos menorquines -que tienen motivos más que suficientes para acometer sus demandas con "ruido" de verdad- acuerdan mostrar su cara más amable y dialogante con la esperanza de que el Ejecutivo rectifique aunque sea a expensas de tener que continuar trabajando muy duro para sacar al mercado un disco o tras ver incumplidas las promesas de naves municipales de ensayo. Y todo ello en una Isla donde los pocos circuitos musicales son mayoritariamente promovidos por entidades privadas. Me reitero, ¡todavía no hemos aprendido la lección democrática! "Todo para el pueblo pero sin el pueblo". ¿Les suena de algo?
Fuenteovejuna, todos a una. ¡Ay! si Lope de Vega levantara la cabeza...