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Raquel Marqués Díez
Días atrás -desde la placidez del "reposo del guerrero" que todo periodista anhela y que se difumina en el tiempo a la hora de pisar de nuevo la redacción-, la tertulia de "La Ventana" radiofónica por excelencia dibujó en mi rostro una sonrisa al plantear la posibilidad de que los estrambóticos nombres de los muebles de unos grandes almacenes suecos "low cost" fuesen en realidad un código cifrado para la comunicación entre espías.
Lamentablemente la intervención telefónica de una nórdica afincada en Sevilla (¡cómo no!), echó por tierra la fantasía peliculera de todos los radioyentes... Resulta que las palabrejas en cuestión, traducidas al castellano, no son más que una simple táctica empresarial de llamar a las cosas por su nombre. Es decir, lo mismito que si el sector del mueble menorquín decidiese bautizar sus modelos como mesa "Na Paquita Pons" o dormitorio "Siscu Sintes". Pues bien, relatada la anécdota del país que ha abaratado los costes del interiorismo español, preocupémonos ahora del auténtico código cifrado de los partidos políticos.
Las campañas electorales traspasan fronteras. Las mismas que determinados candidatos pretenden levantar mediante el efecto "filtro" migratorio. Con o sin Carla Bruni a su vera, "Sarko" es siempre "el prota". "¡Bienvenido a Francia!, (pero ¡ojo!), sólo si vas a ser bueno y aceptas los valores de la República". Un lema y un contrato rigen la entrada hacia la burbuja de la diferencia, triste, ¿no?
Ávidos por seguir el ideario político del vecino, o bien ante la escasez de recursos "inteligentes" con los que llenar el programa, el sectarismo que divide a los ciudadanos del mundo en "usted es digno o NO de vivir con nosotros", se asemeja al de los grandes almacenes suecos. Sólo que en este caso el mensaje, la consigna entre partidos, suponen una amenaza directa para la integración. Ya me imagino a quien da la alerta: "¡Cuidadín! que éste no es López, ni Martínez, ni García, ni González...".
A principios de semana un compañero "de artes" me comentaba. "¿Qué te parece la propuesta de Rajoy?, ¿no es increíble que precisamente un país del que por necesidad tuvimos que emigrar surja la idea de clasificar a los individuos?". Efectivamente, amigo. Así lo creo. Si el preludio electoral ya es de por sí surrealista, ¿qué podemos esperar de una "voz del pueblo" que juzga a las personas por su bolsillo? ¿Es lícito que los ingresos económicos dictaminen la libre circulación de las personas? No, claro que no, pero la realidad a pie de calle nos demuestra que lejos de querer acortar la desigualdad entre el primer y el tercer mundo, los gobiernos siempre hacen girar a la sociedad entorno a "la pela".
El poder de la manivela es de quien manda. Entretanto, el resto de los mortales nos perdemos la riqueza multicultural. Explotar la burbuja de la diferencia es muy sencillo, pero el "¡choff!" del agua y el jabón contra la atmósfera no interesa.