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Pep Mir
Por arte de magia (concretamente de los Reyes Magos) cae en mis manos el discurso que Quim Monzó pronunció en la apertura de la feria del libro de Frankfurt. En su día leí algunos comentarios elogiando su originalidad y escasa diplomacia, rasgos propios del autor en cuestión. La lectura íntegra y detenida del texto da la razón a estos comentarios. Monzó, autor cuyas narraciones normalmente no me convencen pese a que le reconozco un brillante estilo, da en el clavo en cuestiones siempre controvertidas.
La primera es la lengua. El discurso de Monzó hace que el usuario habitual del catalán se sienta orgulloso, copropietario de un amplio patrimonio cultural que muchos intentan reducir a una imposición de nivel A, B, C para funcionarios o a una dictadura escolar. Este refuerzo de la moral cultural propia viene muy bien a los catalanoparlantes ante la constante campaña de propaganda politizada contra la normalización de esta lengua, acoso que se basa en una simplificación malintencionada de la realidad frente a la que se esgrime la bandera de la libertad, pero sólo de una determinada libertad. Ante esta campaña los que siempre hemos hablado catalán en casa no tenemos por qué sentirnos culpables de nada, y menos de ser unos "torquemadas" contra el castellano. Sólo faltaría, cuando en muchas parcelas de la vida cotidiana (sanidad, justicia, atención telefónica de diversas empresas, medios de comunicación, productos culturales, bares, tiendas, restaurantes...) aún es muy complicado moverse íntegramente en la lengua con la que uno ha nacido y ha crecido, una lengua, una cultura, que es tan respetable como cualquier otra. Afortunadamente en la calle la convivencia lingüística es mucho más fluida y sencilla que lo que quieren hacer ver los que apelan a la Constitución (a veces sin haberla leído) para intentar vivir en Menorca como se vive en Guadalajara cuando no es lo mismo, ya que aquí existe una cultura propia, la catalana, a la que el de fuera no tiene por qué someterse de forma tiránica pero sí procurar convivir con ella con respeto y normalidad.
Quim Monzó también habla en su discurso de los mensajes simples y vacíos de contenido que acostumbran a soltar los políticos, mensajes que tanto te sirven para inaugurar una exposición de manualidades como para definir un plan general. Da en el clavo, justo en el momento en el que se ha puesto de moda el uso del latiguillo "para las personas" para sazonar los discursos de muchos mandatarios, sobre todo de izquierdas. Estas palabras aparecen en la valla con la que el Govern nos quiere decir algo que no acabo de saber bien qué es. Si ahora es "para las personas", ¿antes para qué o quién era? Y en plena Reserva de la Biosfera, ¿qué pasa con los animales y las plantas? Decir que algo se hace "para las personas" es no decir nada, nada de nada. Pero queda bonito. Es estético. Vende. No se queda atrás la valla de la derecha. "Las ideas claras. Con Rajoy es posible". Toda una declaración de intenciones. No se entiende nada, pero con algo había que acompañar la foto del candidato sonriente.
Un tercer punto por el que pasa el discurso de Quim Monzó es la reducción de la cultura a la cultura de portada de revista dominical, es decir, a fijarse sólo en los autores/creadores ya conocidos y con muchas ventas para dejar de lado aquellos que no han tenido la suerte o la habilidad de hacerse famosos, mediáticos. Así lo bueno y lo malo es lo que hace el que a priori se considera bueno o malo. Vale la pena volver aquí a la valla de la izquierda, nunca mejor dicho. El logotipo de Miquel Barceló... ¡Ai, el logotipo del Govern de Miquel Barceló! Es muy antigua, aunque parece ir claramente en aumento, la tendencia de alabar todo aquello que haga aquel al que las vanguardias ya han definido como un genio, sea lo que sea. Y como en arte todo es opinable y nadie acaba de entender mucho sobre la cosa, todo el mundo se apunta a la loa de los presuntos expertos. A ver quién es el chulo que después de encargarle el logotipo al alabadísimo Barceló luego le dice que haga otro, que éste no le ha gustado. Esto no es sano porque se tiene que poder decir sin causar un terremoto que a uno le ha gustado el discurso de Quim Monzó pero que no le gusta su obra. Y que cada uno opine lo que quiera, no lo que tiene que opinar para estar "in".
El nivel cultural de un territorio no lo marcan sólo las notas de sus estudiantes, sino la riqueza intelectual con la que conviven sus ciudadanos, el interés que muestran por conocer lo ajeno y su capacidad para la crítica.