Maison Carré

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De la Villa Mairea a la Maison Carré

Joan-Enric Vilardell Santacana
arquitecto
Cada casa, cada producto digno del arte de construir,
aspira a ser una prueba de que queremos edificar
el paraíso terrenal para los hombres.
Alvar Aalto, 1957 (1).
Cuando, en 1953, el acaudalado galerista Louis Carré decidió comprar un terreno en Bazoches-sur-Guyonne, al sudoeste de París, con la intención de construirse una casa apta para la vida doméstica y la recepción de clientes, todo parecía indicar que Le Corbusier iba a ser el arquitecto elegido. Años atrás, Carré había abierto una galería de arte en los bajos del edificio de la Parísina rue de Nungesser-et-Coli en cuya planta superior habitaba y tenía su estudio el famoso arquitecto suizo, autor del inmueble. Pero las villas que Le Corbusier había ido levantando durante el periodo de entreguerras en las afueras de la capital francesa, entre las que destacaba la casa Savoye como máximo icono de la arquitectura purista, se antojaban excesivamente frías para la fina sensibilidad artística de Carré(2). No eran ni la estética maquinista, ni las relaciones numéricas, ni la línea brutalista recién inaugurada con las casas Jaoul en Neuilly-sur-Seine lo que el bretón andaba buscando para su hogar.
Así, siguiendo los consejos de su selecto círculo de amistades, quizá guiado por Lèger, Carré concertó una entrevista con Aalto en Venecia, para cuya famosa Bienal el arquitecto finlandés había diseñado el pabellón representativo de su país natal. Por lo que ha trascendido, pertenecientes a una misma generación y con una visión similar del mundo del arte y la cultura, ambos caracteres epicúreos congeniaron con rapidez.
Como ganador de importantes concursos internacionales, Aalto ya gozaba de una amplia reputación profesional por aquellos años. Finalizado su exilio en Boston, la década de los cincuenta le abría las puertas a una madurez ansiosa por hallar aquella síntesis entre la tradición y la modernidad que le llevaría a ocupar un lugar destacado entre los grandes maestros de la vanguardia arquitectónica del siglo XX. Personaje de difícil clasificación por la complejidad de su obra, su rechazo hacia una arquitectura funcional carente de emociones y significados había tenido diversas ocasiones para materializarse mediante sucesivas viviendas unifamiliares construidas con anterioridad al encargo de Carré. De entre ellas, la crítica había hecho especial incidencia en las casas propias de Helsinki (1936) y de la isla de Muuratsalo (1953), así como de la tan celebrada Villa Mairea en Noormarkku, finalizada a inicios de la Segunda Guerra Mundial, todas ellas testimonios de la progresiva decantación de Aalto hacia una concepción más humana de la arquitectura, hacia la obra de arte integral. Pese a que tanto sus distancias cronológicas como formales resultan evidentes, las casas de Noormarkku y París guardan analogías de interés que en este artículo se comentan a continuación.
En efecto, respondiendo a los deseos de Carré, Aalto proyectó una edificación compacta de fácil mantenimiento que concentrara bajo el manto de una solitaria pendiente el programa residencial solicitado. Así, con las estancias del personal de servicio estratégicamente ubicadas en la planta alta, la Maison Carré destaca ante el espectador por la fuerza expresiva de su cubierta continua, en notable contraste respecto la contención volumétrica de la villa escandinava, de mayores dimensiones pero también más próxima a las tesis internacionalistas anteriormente defendidas por su autor. Recortado sobre el cielo Parísino, el potente perfil del hogar de Bazoches-sur-Guyonne denota unas señas de identidad específicamente ligadas a la tradición del mundo rural francés.
No obstante, la organización interna de ambos proyectos ofrece coincidencias reseñables. Mediante un cuerpo compacto de baja altura que contiene una cancela, el guardarropa y un aseo, en ambas moradas se accede a un interior donde la presencia de una pieza de distribución domina la percepción espacial en planta y sección. El rasgo común de la posición central de esta dependencia establece una relación similar entre las diferentes áreas de las dos viviendas. Así, tanto la zona pública que conforman el salón, la biblioteca y el comedor, siempre dispuesto en pieza independiente, como las áreas de servicios y de dormitorios, se conectan a través del citado vestíbulo dividido a su vez mediante un tabique-biombo que garantiza la discreción de las circulaciones ante los visitantes sin negarles por ello la percepción de todos los itinerarios posibles, lo que constituye todo un principio arquitectónico en la obra del finlandés(3). A mayor coincidencia, tanto en la villa Mairea como en la Maison Carré, Aalto se valió de este sencillo elemento con el fin de establecer un eje perspectivo en diagonal que, dilatando el espacio desde el vestíbulo hacia el salón, permitiera orientar el recorrido hacia la cabeza o pieza dominante del conjunto, abierta a la luz natural del paisaje circundante. Se trata de un tipo de disposición espacial de sucesivas ampliaciones que, al tiempo de aportar un mayor ángulo de visión, acaba produciendo la sensación de la propia disolución de los límites de la estancia.
Simultáneamente, como en tantas otras ocasiones, los vestíbulos de Aalto también realizan aquí funciones expositivas ligadas a manifestaciones artísticas. La conversión del acceso de ambas viviendas en una pequeña y estimulante galería provocará que las distorsiones en planta anteriormente referidas tengan su correspondencia en la manipulación de la sección. En aras de obtener una iluminación cenital acorde, el vestíbulo gozará de una altura superior a las restantes piezas del programa, alcanzando una especial significación en el hogar de Bazoches gracias a la introducción de la geometría curva en su cubrición mediante un gesto de gran belleza plástica que identifica el interior de la obra.
Para finalizar este escrito, simplemente apuntar que tanto la villa Mairea como la casa de Carré fueron concebidas mediante el uso ornamental de los materiales propio de la obra de Aalto, constituyéndose en muestras ejemplares de un estilo caracterizado por su extrema elegancia. No en vano, destaca la fina escuadría del magnífico pino de Laponia dispuesto en los techos, en claras referencias a la cultura japonesa que impregna los principales ambientes de ambas moradas y donde el diseño del arquitecto alcanzó los más variados rincones. Desde los picaportes de las carpinterías hasta los muebles, sin olvidar lámparas y objetos varios, la desbordante labor creativa de Aalto nos legó estas dos obras integrales de extraordinaria calidad. Como no podía ser menos, ambas viviendas gozan de la protección legislativa propia de los monumentos en sus respectivos países y son mantenidas y abiertas al público gracias a la impagable labor de las fundaciones que llevan los nombres de sus iniciales propietarios. Por tanto, pese al inigualable interés de la tan publicitada villa Mairea, ya no resulta necesario adentrarse en los bosques del mar Báltico para disfrutar de la experiencia sensorial propia del universo doméstico de Aalto. Desde hace un tiempo, a pocos kilómetros de París, sobre una pequeña colina abierta al mundo rural de Bazoches-sur-Guyonne, resulta emocionante comprender las razones por las que, al contemplar su nueva casa y transcurridos siete años desde la cita en Venecia, Louis Carré acabó exclamando: ¡Este hombre es un poeta!.
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Notas: (1) Armesto, Antonio: La casa de Aalto en el paraíso, en Alvar Aalto. Estudios Críticos. Ediciones del Serbal. Barcelona, 1998. (2) Lahti, Markku: Alvar Aalto s single-family houses, en Alvar Aalto houses. Edit. Rakennustieto Oy, Helsinki, 2005. (3) Duany, Andrés: Principios arquitectónicos en la obra de Alvar Aalto, en Alvar Aalto. Estudios críticos. Ediciones del Serbal. Barcelona, 1998.