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Raquel Marqués Díez
Por retrógrado que parezca, a una le entra cierta morriña cuando se acuerda de una televisión donde el "zapping" se reducía tan sólo a dos canales y al esfuerzo colectivo que suponía levantarse del sofá (por turnos) para apretar el botón. Al menos entonces el visionado de los contenidos televisivos era, para bien o para mal, colectivo.
En su edad más avanzada -y repleta más bien de tintes surrealistas que futuristas- la parrilla que escupe la pequeña pantalla aduce al friquismo más absoluto para no caer en desgracia al igual que lo han hecho otros soportes tan revolucionarios como el buen cine. Pues sí, es la propia parrilla la que echa humo y apesta a los contenidos más aniquiladores de cultura que usted pueda imaginar. Si bien en aquellos dorados ochenta no existía el temor excesivo a que la pandilla de "Verano azul" llevase por mal camino a los niños y adolescentes de la época, hoy el espectador más joven ha pasado de torear a escondidas los contenidos teledirigidos a ser punto de mira de un tiroteo a bocajarro donde, preocupantemente, las franjas horarias de la programación infantil han ido desapareciendo. Los impactos de violencia son cada vez más frecuentes y poco alentadores. Niños de 5 a 10 años consumen en el periodo de un año 2.000 actos televisivos de este tipo.
Lejos de ser tan tonta como se dice, la "caja" (hoy convertida estadísticamente en pantallas planas distribuidas a razón de una por estancia, de acorde a cada habitante de la vivienda unifamiliar) contribuye al individualismo y a engrosar la red social de "dependientes" de espacios telebasura que se emplazan estratégicamente en "prime time".
Esta lamentable y kafkiana metamorfosis en la que se ha convertido la "tele" que nos parió alcanza su punto álgido a finales de diciembre cuando se atiborra de programas que ofrecen interminables entregas de los "mejores" momentos del año. Dicen que la memoria de los peces apenas supera unos pocos segundos, así que puestos a vivir en la misma pecera, en la pequeña pantalla se puede redescubrir una y otra vez la misma bazofia sumergida..., ¿por qué no cambiamos el agua?