Su ausencia en la comisión alimentó suspicacias pero llegó la primera al pleno y también se fue la primera por motivos de salud | Gemma Andreu

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Una persona con cargo de conseller de la oposición soñó en la víspera que no llegaba al pleno y se repetía el escenario de diciembre, cuando dos ausencias en el PSOE provocaron la controvertida aprobación inicial de los presupuestos. Tal era el nivel previo de tensión y de incertidumbre. Superada la movida fase REM, vino el primer posible indicio de cómo podía ir la cosa. Maite de Medrano, poseedora de la llave de los presupuestos, no acudió a la Comisión de Gobierno anterior al pleno. En la izquierda se daban por ya aprobadas las cuentas por abstención pasiva, es decir, incomparecencia de la representante de Vox. «No habrá mucha historia», decían.

Falsa alarma. No fue así porque alas 9.45 horas, 15 minutos antes del pleno, De Medrano ya ocupaba su silla en la sala de plenos, departiendo con personal de la casa. El siguiente en llegar fue Adolfo Vilafranca, a las 9.56. Los últimos, los cuatro del PSOE y en grupo. Sí, cuatro. La pesadilla no se materializó. Era importante pasar lista, visto el precedente prenavideño.

Llegados al punto en cuestión, el frío pero tenso, procedimental pero intencionado, relato del dictamen con cariz notarial por parte de Vilafranca fue la antesala de lo que todo el mundo esperaba: que De Medrano se manifestara. Bueno, todo el mundo precisamente no. En la sala solo había políticos, obreros de la comunicación y no más de cuatro personas movidas por el puro interés no asalariado.

Mientras Vilafranca leía, con paradiña en cada alusión a que todo era según los técnicos, la de Vox se mostraba inquieta. Escribía, dibujaba círculos sobre sus notas, miraba el móvil, bebía, se colocaba el cabello, y se llevaba las dos manos al costado derecho por una dolencia que hizo que se tuviera que ausentar una vez votados los presupuestos. El resto de consellers, como estatuas, algunos observando su portátil, otros con mirada perdida.

Estos semblantes mutaron sobre las 10.15 horas cuando De Medrano, sin decirlo, dejó claro que no repetiría el voto negativo de diciembre. Miradas, gestos y relajo evidente en algunos rostros del PP. Con la papeleta salvada de forma oficiosa, se vio a un Joan Pons Torres especialmente activo a la hora de dar una réplica en tiempo real a las intervenciones de Susana Mora mediante el honorable arte de la mímica, a menudo con la coparticipación de Simón Gornés y el propio Vilafranca. Mora también gesticuló lo suyo de vuelta.

Pero los gestos que valían eran a mano alzada. De Medrano confirmó a las 10.39 que se abstendría de forma activa. Lo ejecutó a las 10.51. Y a las 10.52, porque ante el empate a seis síes y noes se tenía que volver a votar para que valiera el comodín presidencial. Tres votaciones, dos resultados y un presupuesto aprobado.

Antes de pasar al siguiente punto del orden del día, Maite de Medrano se fue a causa de, en palabras de Vilafranca, la referida afección. Aunque Vox y PP redujeran lo de este lunes a un simple trámite, ella hizo un esfuerzo por estar allí con dolor. «No como otros», sonaba en algunas cabezas. Entre ellas, seguro, la suya.