Albert y Javier, el jefe de la Policía Local de Massanassa.

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«Gracias Albert», «gracias por todo», «gracias por ayudarnos» o «no todo lo hace el dinero sino el amor» son algunas de las dedicatorias más inocentes y cariñosas que niños como Carmen o Dylan dejaron sobre el todoterreno de Albert Sánchez, un menorquín que lleva desde el 3 de noviembre en Valencia como voluntario, para ayudar en las labores de desescombro y reconstrucción tras la DANA que a finales de octubre arrasó un gran número de pueblos de la Comunitat Valenciana.

Este jueves, Albert aterrizó en la Isla para asistir a un evento familiar, pero en unas semanas regresará a Massanassa para seguir ayudando durante otro mes, hasta que tenga que reincorporarse a su trabajo en el puerto de Maó. «Mi trabajo es de temporada, soy patrón de barcos charter, esto me ha permitido estar tanto tiempo en Valencia».

Albert se emocionó al encontrar dibujos de agradecimiento sobre el coche.

Su periplo empezó en noviembre, acompañando a José Taura, decididos a echar una mano a los damnificados. Esos primeros días estuvieron en Picanya, ayudando sobre todo en cuestiones eléctricas para devolver la corriente a casas que se habían visto afectadas.

Esos días fueron duros y llenos de desconcierto, los ayuntamientos de los distintos municipios estaban superados por las circunstancias y organizar los dispositivos y al voluntariado sumían a las poblaciones en el caos más absoluto.

Albert participó en la recogida de juguetes que se hizo en Menorca y que él mismo ayudó a entregar a centenares de niños.

Tras esa semana, su compañero regresó a Menorca, pero «yo quise quedarme, tenía vacaciones y me di cuenta que podía ayudar mucho más», pese al descontrol que había con los voluntarios. «Lo que pasa es que necesitaba un vehículo» para desplazarse de un pueblo a otro y, «si podía ser, que fuera un 4x4». Gracias a su hermano Marc y a un taller de Sant Lluís, «pude comprar un Nissan Patrol que, además, tenía grúa», lo cual «era genial porque podría ayudar a retirar coches».

Albert puso sus ahorros y logró apoyo de varias empresas, que aportaron fondos y materiales para recuperar instalaciones eléctricas. El sábado 9 de noviembre regresó a Menorca y al día siguiente ya embarcaba de nuevo hacia allí, con el vehículo, y siempre con el apoyo de su familia desde Menorca, especialmente su hermano Marc.

Albert, con su Nissan Patrol, ha formado equipo con Irene y su Hummer H3, y los valencianos Fernando y Erce, con un Jeep Grand Cherokee y un Mitsubishi Montero.

Trabajo en las calles

De nuevo en tierras valencianas, Albert volvió a Picanya y fue también a Catarroja. «Me inscribí en el ayuntamiento, como servicio de remolque con grúa, para ayudar a personas mayores, en temas eléctricos, para arreglar bombas de agua», que eran algunas de las averías más frecuentes, que ayudó a resolver en pueblos como Benetússer, Alfafar, Sedaví o Algemesí.

El primer mes, Albert pudo alojarse en casa de la familia Rodríguez Álvarez, unos amigos que habían vivido en Menorca. «Me ofrecieron hospedaje, compartí muchos días con la familia, con su hijo, pero te das cuenta que estás quitando intimidad, aunque en ningún momento te lo demuestren». Fue entonces cuando logró plaza en el Complex Esportiu de Massanassa, donde se alojaban otros voluntarios y miembros de los cuerpos y fuerzas de seguridad llegados de otros puntos del país. Al pueblo «llegó gente de toda España, muchos voluntarios, pero también otros que venían con otras intenciones». Y es que hubo mucho pillaje, robos. «La policía tenía que vigilar las calles, había coches que desaparecían de repente, los robaban; mucha gente se ha aprovechado del desastre para hacer negocio», lamenta.

Cada parking suponía un reto a la hora de retirar los vehículos, por la cantidad de lodos acumulados.   

Poco a poco, el mahonés fue labrando buenas amistades y entró en coordinación con la Policía Local de Massanassa. Con el inspector jefe del cuerpo, Javier Urban, «hemos hecho muy buen trabajo, nos hemos apoyado mucho; para mí es un superhéroe, ha cargado a sus espaldas cosas que no le correspondían».

Además, ha formado equipo con otros voluntarios, Irene, de Madrid, y Fernando y Erce, los tres con vehículos potentes. «Quizás he ayudado a retirar 300 coches, de la calle, pero también de garajes a los que no entraban ni militares, ni policías, ni grúas privadas, ni peritos de los seguros, lo cual dificulta las indemnizaciones». «En la gran mayoría, el lodo, con aguas fecales porque se rompieron tuberías, llegaba por las rodillas». A menudo, la tarea ha sido complicada, dedicando varias horas para poder sacar un coche incrustado en el lodo. «Un coche que pesa 1,5 o 2 toneladas, fácilmente pesa 4 si va cargado de barro». Esto dificulta el objetivo y genera averías. «Se me rompió el sistema hidráulico y ahora tengo mal el embrague, sufre mucho».

Lo mejor y lo peor

De todo el desastre que todavía vive la Comunitat Valenciana, Albert se queda con las muestras constantes de agradecimiento recibidas, el abrazo de una señora que no encontraba modo para agradecer su apoyo, o los dibujos que unos niños dejaron sobre su parabrisas. O los ofrecimientos de comida, de una ducha, o para lavarle la ropa. También el Ayuntamiento de Massanassa ha contribuido, haciéndose cargo de alguna avería y de que no les faltara nada, «gracias al jefe de policía».

En Navidades, Albert participó en la recogida de juguetes que se hizo en Menorca y que él mismo ayudó a entregar a centenares de niños que, de otro modo, habrían pasado unas peores fiestas.

El menorquín ha ayudado a retirar 300 coches, de la calle, pero también de garajes.

Situaciones como esta DANA hacen emerger lo mejor, pero también lo peor de la sociedad. A veces, la desconfianza hacia los voluntarios dificulta las labores y «diría que el 90 por ciento de la gente se ha preocupado solo de lo suyo, he visto mucho egoísmo, personas que se han molestado por ensuciar el suelo mientras ayudabas a un vecino». Además, los miles de voluntarios que aparecieron en los medios, «eso duró tres semanas, luego desaparecieron, y de los que iban, muchos era por postureo, solo se hacían selfies».

Otro lado oscuro lo ha ofrecido la clase política, «para mi ha sido lo peor, es indignante, se han dedicado a culparse unos a otros, en lugar de resolver problemas», denuncia Albert. Incluso «dieron órdenes políticas a los servicios de emergencia, de no entrar en parkings tras el derrumbe de un colegio». Y sobre los dispositivos en cada pueblo, «fue muy desigual, en algunos fue ejemplar y efectivo, como Massanassa o Picanya». En el lado opuesto, Paiporta, «fue el peor, un caos, no supieron ni decirnos en qué podíamos ayudar».