Sonia Molina y Fátima Llabrés, dos jóvenes que dieron su testimonio en la mesa redonda. | MANOLO BARRO

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El broche final de las Jornades d’Acolliment Familiar lo pusieron los principales actores en este sistema solidario de protección a la infancia: los que un día siendo menores fueron acogidos en un hogar extraño al suyo y dos representantes de las familias. El diálogo fue guiado por la psicóloga del equipo de acogimiento y adopciones del Consell insular, Emma Rivas.

Sonia Molina
Con 12 años fue acogida de 9 a 10 meses en una familia de Ciutadella

Sonia vivía en el centro de menores, la Casa de la Infancia de Maó, y ser acogida en Ciutadella representó una «oportunidad» de aproximarse a sus orígenes. La joven contó cómo la mujer que la acogió, con hijos ya mayores, «me añadía a sus planes, tuve que acostumbrarme a sus rutinas pero desde el primer momento fui una más». Recordó los domingos con la nueva familia en el huerto y el sentimiento de que «yo no era un trabajo, esa era la parte más bonita». El cese del acogimiento llegó cuando regresó con su familia biológica. En el tiempo que duró «sentí estabilidad» y añadió «me llevo eso para toda la vida». Animó a las familias que quieran acoger a «tener mucha paciencia y escuchar al menor, es una gran labor lo que hacen y aportan para el futuro de esa persona».

Fátima Llabrés
Con 16 años pasó 8 meses en acogida y luego volvió al centro

«Pasé de una familia desestructurada, sin límites, a tener todo, estabilidad y sentir qué es tener una familia», explicó. Ella sabía que «necesitaba salir de mi entorno» aunque se sintió «un poco intrusa» en su nueva casa, «me faltó tener una habitación propia para no sentir que invadía», recordó. Cesó la acogida y volvió al centro de menores hasta cumplir 18 años.

«Personalmente no acabé muy bien, ahora me gustaría que hubiera sido de otra manera», reconoció, agradeciendo el apoyo de la familia, «es un proceso muy duro, en mi caso creo que no supieron entenderlo» y de los profesionales. Como crítica constructiva pide que se tenga en cuenta ante todo el interés del menor, «yo siento que he pasado por muchas manos, hoy sigo en terapia trabajando el rechazo», confesó.

José Pons
En acogida de los 16 a los 18, cuando se fue a un piso de emancipación

Para José la acogida familiar significó «salir de una vida desestructurada y entrar en una dinámica positiva, con personas que no se rinden y demuestran que te quieren». El joven pasó dos años en una familia en la que antes estuvo su hermano.

Su mensaje de ánimo para quienes quieran acoger es «demostrar que vas a estar ahí». «Muchas veces nosotros nos autosaboteamos, intentando ver los límites de quien acoge, y si ves que te apoya, que está ahí, el proceso va a ser más fácil», comentó.

En su caso el cese del acogimiento llegó con la mayoría de edad. «Quería salir de mi zona de confort, ver si estaba preparado para la vida adulta, había una plaza en el piso de emancipación y me aprobaron», contó el joven, quien se sentó al lado de quien le dio su oportunidad como padre acogedor.

Michel Messara
Padre acogedor: «Hay momentos duros pero otros superchulos»

Michel Messara ha acogido menores en cinco ocasiones, ahora tiene tres en su hogar; de los dos restantes, José es uno de ellos, se ha emancipado pero mantiene el vínculo, «es el más duro pero también el más cariñoso», dice su padre de acogida, y su hermano mayor se ha ido a estudiar. Michel destaca de este proceso la confianza, «no es fácil pero cuando empiezan a confiar cambia todo, es muy gratificante». No escondió que «hay momentos duros, pero también otros superchulos, en comidas y viajes». El cese de la acogida «no ha sido un final, no se rompió nada, si me necesitan me llaman», afirma, y para quien desee acoger recomienda «ser sociable, tener mucha paciencia y vocación».

Eva Caré
Madre acogedora: «Los niños necesitan casa y familia, no turnos»

A esta madre de acogida, hasta en dos ocasiones, le reconforta saber que los menores que entraron en su hogar «están bien, que ha habido un final feliz». Para ella, madre de hijos biológicos, la acogida representa «un desafío» porque «los hijos son acogedores también» y cree que en estos casos «falta acompañamiento», porque viven un duelo cuando los jóvenes acogidos se van.

En su caso, los ceses de los acogimientos llegaron por las adopciones definitivas de los niños. Pero Eva lo tiene claro, llama a «lanzarse a acoger, siguiendo las formaciones, hay muchos niños en el sistema de protección y hacen falta hogares». Coincide con el otro representante de las familias en que permanecer en la Casa de la Infancia no es lo idóneo para los menores. «Los niños necesitan una casa y una familia, no turnos», afirma.