Diego Hidalgo nos cita en Sant Lluís, donde tiene casa propia y pasa sus vacaciones de verano casi desde que era un niño. Recuerda que uno de sus primeros trabajos fue bajar al puerto de Maó a hacer números de magia.    | Katerina Pu

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Filósofo, sociólogo, diplomático, mago y escritor, Diego Hidalgo (París, 1983) lucha desde hace dos décadas por la desconexión digital. Una apuesta a contracorriente en un mundo dominado por las plataformas y la Inteligencia Artificial que reivindica desde Sant Lluís, donde veranea casi desde que nació.

¿Por qué Menorca se ha llenado de franceses?

—Porque hay muchas cosas que les encanta. Está cerca, conserva el carácter sencillo del menorquín y tiene una cultura específica que logran entender. Es curioso porque, cuando venía de pequeño, decía que había estado en Minorque y, por la pronunciación, la mayoría lo confundían con New York. Menorca era una auténtica desconocida.

¿Ejerce como diplomático de la Orden de Malta en Marruecos. ¿Qué le ha llevado a Rabat?

—Mi mujer, que es de Barcelona, trabaja como diplomática en la Embajada española y yo soy consejero diplomático por la Soberana Orden de Malta, una especie de ONG con estatus de estado soberano que mueve más de 1.500 estructuras sanitarias y tiene 53.000 empleados en todo el mundo. ¿Que cómo he llegado hasta aquí? Entiendo que mi perfil profsional les interesaba, pues es difícil encontrar personas con espíritu emprendedor que puedan impulsar proyectos de forma autónoma.

¿Y qué le ha llevado a escribir sobre tecnología digital?

—Desde adolescente siempre tuve la intuición de que la tecnología digital iba a ser la fuerza que trastocaría e impactaría en la sociedad y la psicología humana. Ya con 17 años, mi objetivo era escribir un libro sobre ello y ha sido el hilo conductor de mi vida, aunque el camino no ha sido lineal. En mis primeros estudios sobre el impacto de las redes sociales y Facebook me fascinó comprobar cómo cambiaban la manera de relacionarnos. Al principio pensé en desarrollar esta inquietud en el ámbito académico, pero pronto me di cuenta de que era mejor explorarlo desde dentro. Así que me convertí en emprendedor y monté Amovens, la primera plataforma española para compartir coche. Llegó a tener dos millones de usuarios, pero la vendí y seguí adelante con mis experiencias.

¿La tecnología nos une o nos individualiza más?

—Yo siempre la pensé para unir. Compartir coche es un ejemplo claro de cómo la tecnología pone en contacto a personas para hacer algo social, económica y medioambientalmente útil. Estuve investigando tres años antes de ponerme a escribir y sentar las bases de un manifiesto personal, un tratado que advirtiera del impacto de la tecnología. Así que, al publicar mi primer libro, «Anestesiados», me puse a dar conferencias y a desempeñar un papel activo en la educación. Y, transcurridos tres años, sentí que debía escribir «Retomar el control», porque en este intervalo han pasado cosas que han cambiado el panorama. En especial, los problemas de salud mental de los jóvenes, que han aumentado de forma vertiginosa, hasta el punto que los trastornos casi se han triplicado en los últimos 12 años.

¿Por qué no hemos reaccionado antes?

—Porque nos ha ocurrido como con el cambio climático. La concienciación ha tardado en surgir aún cuando los signos ya eran más que evidentes. El punto de inflexión se produjo en 2012, cuando más del 50% de los estadounidenses empiezan a tener smartphone y el acceso descontrolado a internet multiplica los tiempos de conexión. Es cuando los padres empiezan a perder el control sobre sus hijos. Piense que, según los estudios, consultamos el smartphone unas 150 veces al día.Un adolescente de Estados Unidos recibe 237 notificaciones diarias y eso va deteriorando su salud mental.

¿A qué edad debe darse el primer móvil a un hijo?

—Yo acabo de cumplir 40 este año y aún no me lo han dado (exhibe uno básico). Sigo sin tener un smartphone y voy cargandome de argumentos para pedir que se prohíba hasta la mayoría de edad. En la adolescencia, estos móviles tienen un impacto cognitivo muy elevado y un beneficio mínimo. Han producido la mayor pandemia de soledad que se recuerda. Ahora cada semana nos pasamos 10 horas más solos, pegados al móvil, 10 horas que antes pasábamos acompañados.

¿Atisba brotes verdes?

—Sí, es otra de las cosas que ha cambiado desde «Anestesiados». Sobre todo en el último año, se ha producido una toma de conciencia mayor, grupos de padres se han movilizado y nos estamos dando cuenta de que se nos ha ido la olla y debemos despertar y cambiar radicalmente.

¿La Inteligencia Artificial no supone una vuelta de tuerca más para consolidar esta conexión digital?

—Así es. El auge de la IA nos lleva a preguntarnos por el lugar del ser humano en un mundo en el que la tecnología va a hacerlo todo mejor. La IA nos adentra en el sedentarismo cognitivo. Cuando te acostumbras desde pequeño a delegar este pensamiento y la facultad de resolver los problemas a través de máquinas, te vuelves menos autónomo, entrenas menos tu mente y la memoria se te atrofia. Ya no se trata de que tu móvil memorice números de teléfono por ti, sino que pueda resolverte cualquier cuestión.

Entonces, parafraseando su último libro, ¿cómo podemos retomar el control?

—Usando la tecnología sin que ella nos utilice a nosotros. Ortega y Gasset ya decía que la vida es una elección y debemos ser conscientes de que si la entregamos a logaritmos y plataformas, podemos llegar a ser gobernados por intereses que ni conocemos. También soy mago. Fue mi primer trabajo, bajar al puerto de Maó a hacer magia.    Los magos somos especialistas en hacer sentir a los espectadores que son libres cuando, en realidad, estamos guiando y controlando sus decisiones.

¿La magia no existe?

—No se trata de elegir una carta o de que el mentalista te haga creer que sabe en lo que estás pensando, sino que estás dando información de a quién votas, qué compras, con quién te relacionas, dónde viajas…Es fundamental que las cuestiones trascendentales de la vida seamos capaces de decidirlas por nosotros mismos.

¿Existen unas redes sociales más nocivas que las otras?

—Sí. Tiktok resulta especialmente dañina, pues se ha diseñado con el único objetivo de retener la atención, como hacemos los magos, pero de una forma muy adictiva y poderosa.

A veces nos aparece en las redes aquello de lo que acabamos de hablar. ¿Nos oyen?

—Sí, existen altavoces conectados que demuestran que nos escuchan más de lo que creemos. Cuando damos instrucciones tipo Ei, google o a Alexa estamos abriendo un canal, infravalorando hasta qué punto los datos personales describen nuestro comportamiento y psicología y la plataforma puede acceder a nuestro ser más impulsivo.

¿Cómo nos impactará la tecnología digital en cinco años?

—El punto de partida es muy alarmante. Si no miramos la realidad de frente, no hallaremos los recursos que estén a la altura de la batalla que tenemos que librar. Pero creo que sí es posible retomar el control. Nos va a costar, pero al menos en el campo de la educación albergo la esperanza de que seamos capaces de reconducir el problema.

¿Prohibiendo el ‘smartphone’ hasta la mayoría de edad?

—Es un ideal y, aunque no me gustan las medidas restrictivas, debemos actuar ya. A la espera de que lo dicten las autoridades, debemos hacer todo lo posible en las familias y en los colegios.

Nosotros hemos conocido el mundo antes y después de las redes sociales, pero muchos jóvenes no han conocido más realidad que la digital.

—Se dice que los nativos digitales son una generación mejor dotada cuando, en realidad, carecen tanto de referencias que, cuando se salen del mundo online, quedan más persuadidos por las fake news y manejan peor las herramientas digitales.

¿Qué es el manifiesto OFF?

—Es una iniciativa por la desconexión digital que he impulsado este año y que ya han firmado más de 300 personaidades de todo el mundo, para que entre todos seamos capaces de retomar el control. Llenar las aulas de pantallas, como ocurrió tras la pandemia, ha sido una aberración y ahora el ChatGPT supone otra amenaza, porque va a hacer que los alumnos pierdan la capacidad de pensar por sí mismos. Por eso urge tomar medidas y todos estamos llamados a hacerlo.