Por su profesionalidad y búsqueda de la excelencia ha triunfado con una carrera internacional de cuatro décadas que le ha llevado a actuar en los teatros más prestigiosos, junto a grandes intérpretes de la escena operística como Montserrat Caballé, Josep Carreras, Plácido Domingo y su querido Luciano Pavarotti; y con directores musicales y escénicos tan célebres como Lorin Maazel, Giorgio Strehler, Nello Santi, Giuseppe Patané, Ricardo Mutti y James Levine.
Dos cifras jalonan y acreditan esta excepcional trayectoria: 337 actuaciones en el Metropolitan Opera House (MET) de Nueva York, y más de 400 representaciones de «Tosca», de Puccini, su obra favorita. Y cualquier título de Verdi, «porque -afirma- es el compositor que mejor entendió la voz de barítono».
¿Sigue vinculado a la Capella Davídica de la Catedral, donde también cantaba su padre, Miguel Pons Galmés?
—La Capella Davídica forma parte de mi patria musical de Ciutadella. Me sigo sintiendo muy unido, y junto con mi esposa Niní [Catalina Moll, que participa en la conversación] mantenemos una estrecha vinculación y colaboración. Porque, efectivamente, ya cantaba mi padre y por un hecho determinante: en marzo de 1970, con motivo de una actuación de la Capella en Barcelona, Diego Monjo, que era director de escena en el Teatro del Liceo, organizó una audición tras escucharme como bajo solista. Entonces ni conocía la ópera ni despertaba mi interés. Canté «Despierta, negro» de «La tabernera del puerto», prácticamente la única pieza que conocía, y Monjo me sorprendió cuando me propuso dedicarme a la ópera.
¿Y aceptó aquella propuesta, que iba a cambiar su vida?
—En julio de aquel año, exactamente el 12 de julio de 1970, tras pedir una excedencia en la fábrica de calzado «Novus», donde trabajaba como patronista con Matías Quetglas y José Alberto Serra, partí en barco a Barcelona, solo con una pequeña maleta. Me incorporé al coro del Liceo para estudiar canto y aprender el italiano. Debuté en Oviedo y en enero de 1971 me dieron un breve papel, Barnabotto, como solista en «La Gioconda».
¿Cómo se produce el cambio de registro de bajo a barítono?
—En 1977, durante unas representaciones de «Aida» con Montserrat Caballé y Plácido Domingo en el Liceo, donde me adjudicaron el papel de ‘Rey', la soprano me citó en su casa y me pidió que cantase una aria de «Don Carlo». Al acabar sentenció que mi voz no era de bajo, sino de barítono. Fue un auténtico mazazo, porque debía volver a empezar con aquel cambio de registro. Estuve cantando dos años más como bajo, hasta que en 1978, Carlos Caballé, su hermano, me ofreció un contrato en exclusiva para actuar como barítono.
¿Es cuando Carlos Caballé se convierte en su manager?
—Así es. La prueba de fuego fue cantar «Nabucco» en Las Palmas. Después, aquel 1978, debuté en el Carnegie Hall de Nueva York con «Aroldo», de Verdi; la Opera de San Francisco, el Convent Garden de Londres...
Hasta el gran trampolín de despegue internacional con «Falstaff» en la Scala de Milán.
—Fue en marzo de 1980, cuando inauguré la temporada. Para prepararme bien el papel, compré cinco versiones de la ópera de Verdi con los barítonos Mariano Stabile, Giuseppe Valdengo, Dietrich Fischer-Dieskau, Geraint Evans y Tito Gobbi. El éxito que obtuvo y la acogida en la prensa me abrumaron, con titulares como «Pons, heredero de Stabile» y «De zapatero a barítono». Al mes siguiente regresé a la Scala para cantar ‘Tonio' en «I Pagliacci».
Un Joan Pons imparable...
—Empezaba una etapa como barítono dramático en la que se sucedían los contratos y las actuaciones en la Opera de Viena, la de París, Munich; el MET de Nueva York, al que volvía cada temporada y donde canté de forma ininterrumpida durante 25 años; pero con pocas fechas disponibles para cantar en España.
Josep Carreras, Plácido Domingo, Pavarotti... ¿con quién se ha sentido más unido?
—Sin duda, la mayor relación de confianza y de amistad fue con Luciano Pavarotti. Compartimos muchas óperas, numerosas actuaciones y también momentos entrañables en Nueva York, en Japón, en Modena... Excelente persona y gran gastrónomo, en una ocasión le preparé unos ‘calamars plens', que elogió mucho. Me emociono ahora al recordar como, un mes antes de su fallecimiento, en mi última visita, se despidió con esta frase bellísima, que llevo grabada en mi corazón: «Ciao, grande baritono».
[Y Joan Pons, todo humanidad, interrumpe la conversación, como hizo al referirse a su padre, para sobreponerse en silencio al recordar al gran Pavarotti].
Tras cuatro décadas de éxitos en la ópera mundial, ¿cuáles son las cuestiones fundamentales para un cantante lírico?
—Lo más importante es la técnica y el fraseo. El maestro Bottino decía «si pronuncias bien, ya habrás cantado bien en un cincuenta por ciento». Y que siempre puedes mejorar. Si una representación te ha salido bien, has de esforzarte para superarla y perfeccionarla. Hay que buscar cada día la excelencia, cada día.
¿Cuándo decide cerrar su carrera profesional?
—42 años después de haberla empezado, en julio de 2012, con las funciones de «Aida» en el Liceo de Barcelona. En 1979 había empezado con esta obra de Verdi formando parte del coro, también en el Liceo. Vi que eran la ópera, el momento y el lugar adecuados para despedirme.
En junio se celebró el primer Concurso Internacional de Canto Juan Pons. ¿Cómo surge esta iniciativa?
—Es una magnífica idea que nace en la Orquestra Simfònica Illes Balears, impulsada por su director, Pablo Mielgo, y el gerente, PereMalondra. No había pensado en un concurso de canto que llevase mi nombre, y cuando acudí a la presentación tuve palabras de agradecimiento. Constituye un honor y quiero destacar el alto nivel de los participantes así como la calidad del jurado internacional de este certamen.
¿Cuáles son sus consejos para los jóvenes que quieren dedicarse al canto lírico?
—Actuar con humildad, escuchar de los maestros para aprender, tener siempre voluntad de mejorar y de progresar. Y, sobre todo, trabajar y ser muy críticos y muy exigentes consigo mismos, abiertos siempre a las sugerencias de quienes saben más, de quienes tienen experiencia.
¿A qué se refiere cuando dice que un cantante de ópera es como un ciempiés?
—A este animal, cuando le falla una pata, ya no es un ciempiés. Un solista de ópera ha de cantar, interpretar, transmitir para saber llegar al público; ha de combinar la expresión artística como actor con la interpretación musical.
1 comentario
Para comentar es necesario estar registrado en Menorca - Es diari
La humildad es una cualidad que no suele acompañar a los que consiguen el éxito y a Joan Pons no le ha abandonado nunca. De la zapatería a La Scala es un relato tan inspirador que, en cuanto se enteren los de Netflix, sacarán una serie con varias temporadas. Saludos.