Los funerales contaron con la presencia del ministro del Ejército, el teniente general Agustín Muñoz Grande. | D.M.

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Por muchos años que pasen hay vivencias que no se olvidan. Bien lo sabe Adela Echeverría, quien el 26 de junio de 1953, cuando tan solo contaba con 11 años, fue testigo directo de las consecuencias de una de las tragedias más importantes que vivió Menorca en el siglo XX, la muerte de 23 artilleros durante una accidente sucedido en el transcurso de un ejercicio de fogueo en la base militar de Llucalari, en el término municipal de Alaior. Adela era la hija del cirujano José Luis Echeverría, director por aquel entonces del Hospital de la Illa del Rei.

«Fue una tragedia tremenda», rememora Adela, quien actualmente reside en A Coruña y tenía todo planificado para viajar este fin de semana a Menorca con el propósito de participar en el homenaje que se realizará en la Illa del Rei a las 23 personas que fallecieron hace ahora 65 años. Sin embargo, una lesión le impedirá estar en el islote del puerto de Maó este domingo a las 10 de la mañana, donde el vicario general de la Diócesis menorquina, Gerard Villalonga, oficiará una misa en recuerdo de los fallecidos. Un acto durante el que se inaugurara también una placa conmemorativa.

Echeverría sostiene que el homenaje es muy merecido y, apenada por no poder asistir, ha hecho llegar a los organizadores del acto una carta para que sea leída. El testimonio de Adela es importante porque es de los pocas personas que quedan que vivieron la tragedia de cerca. En su caso se enteró tan pronto llamaron a su padre para anunciarle que iban de camino con los heridos al hospital. «No se van de la mente las imágenes de cómo llegaban en las embarcaciones desde el muelle de Fontanilles», rememora Adela.

Pero además de lo que pudo ver con sus propios ojos, fueron los testimonios que escuchó lo que le ayudó a hacerse una idea de la magnitud de la tragedia. En ese sentido recuerda oír al teniente Vidal como los artilleros, atrapados en una cámara del cañón en llamas, se vieron obligados a escapar por una escalera metálica «incandescente, y no tuvieron más remedio que agarrarse a ella y abrasarse las manos», relata.

«El dolor que invadió el Hospital fue muy grande, pero también lo fue la implicación de todos los trabajadores que ofrecieron sus servicios desinteresadamente para atender a los heridos. Todos los servicios funcionaron a pleno rendimiento», explica Echeverría en la misiva que se leerá este domingo. Un documento en el que hace referencia a que «es un deber de justicia recordar y reconocer a todos aquellos profesionales como una gran familia y sus esfuerzos y actitud con mucho cariño y aprecio».

Adela, quien se confiesa «muy menorquina» por los años que residió en la Isla, sostiene que es importante contar una historia sobre la que muchas veces ha pensado escribir sus recuerdos para que queden en la memoria.