En el taller. Francisca, en su lugar de trabajo, donde diseña sus productos hechos a mano | David Arquimbau

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Vivir en una isla del Mediterráneo no entraba en los planes de Francisca, o mejor dicho, Panchi, que es como todo el mundo la conoce, pero las carambolas del destino hicieron que llegara a Ciutadella hace ya 12 años. Aquí ha formado una familia que no descarta en el futuro continuar con su vida en Chile.

¿Cómo tomó la decisión de salir de su país?
— Había acabado Periodismo, y estaba en esa fase de buscar trabajo. Siempre me atrajo mucho la parte artística, y en esa transición de la Universidad al mundo laboral tuve una productora; siempre he sido una persona inquieta y muy activa a nivel creativo. Tenía una empresa que se llamaba Fiestas de Sentidos, pero cuando me titulé vinieron los cambios; trabajé en producción de televisión, experimenté también con la producción de cine. Me dio como una especie de crisis existencial y un día, caminando con una amiga por Santiago de Chile, vi un cartel de un centro de ski en el que necesitaban gente... Y así acabé en la estación de Valle Nevado, y pasé una temporada de invierno en la montaña, fue una experiencia superbonita.

Entiendo que Europa no entraba inicialmente en sus planes...
— En realidad, Europa era mi último destino... Siempre había tenido la idea de moverme más por el continente americano por mi forma de ser; de alguna forma, Europa era como mi viaje de jubilados (risas)...

¿Qué le hizo cambiar de planes?
— Unos amigos que conocí en la estación continuaban con su temporada en Andorra. Me dijeron «vámonos, Panchi», y me animé. Fue allí cuando otra amiga me comentó que se iba a Mallorca de vacaciones, y le comenté que quizás me pasaría a verla. Luego me dijo que en realidad iría a Menorca, y yo pensé que me estaba tomando el pelo ya que no tenía conocimiento de esa isla. Siempre había oído hablar de Eivissa o Mallorca. Y al final, pasé por Barcelona y acabé aquí para pasar una semana...

Y hasta ahora
— Vine de vacaciones y me quedé doce años.

¿Qué le enganchó?
— Llegué a Ciutadella y me encantó. Estaba todo desolado; parecía un set vacío de rodaje de una película, pero era todo precioso. Me acuerdo de que fui con mi amiga argentina al bar Sa Xarxa, que ya no existe pero que espero que vuelva, y nos tomamos un café y sentimos muy buena onda. Alquilamos un coche, dimos la vuelta a la Isla y nos encantó. Y al final decidimos quedarnos, así que buscamos una casa de alquiler para pasar el verano, aquello parecía un albergue internacional (risas). Lo pasamos superbien... Y la estancia se fue alargando... Y mientras tanto, al mes ya había conocido a Jose, mi pareja y ahora padre de mis hijas. Así, tras el verano, decidí quedarme y perdí el billete de vuelta para Chile.

Y allí, que la estaba esperando la familia, ¿qué dijeron?
— Les sorprendió mi decisión de quedarme en Europa. Les pareció un poco una locura, cuando tienes una profesión y una carrera planificada...

Y aquí, ¿cómo se ganaba la vida?
— Intenté trabajar de periodista, pero no fue posible. Pero me monté un cuento que se lo presenté a la Fundación Sa Nostra, con Juan Elorduy, que se llama «Diálogos del mundo». Así estuve trabajando con la inclusión social de inmigrantes. Fue un proyecto muy bonito y me ayudó a darme a conocer. También colaboré con la asociación Veus de sa Terra. Después vino la crisis... Y el periodismo cada vez se fue alejando más de mi objetivo.

¿Fue entonces cuando se centró en el mundo de la artesanía?
— Sí. Cuando empezó la crisis. Siempre he estado cerca del arte a través de mi familia, que por otra parte son todos médicos veterinarios. Siempre quise estudiar arte y teatro. El periodismo fue una especie de acuerdo intermedio (risas). En cuanto a la artesanía, he de decir que una cosa que creo que tenemos los latinoamericanos es que nos reinventamos; venimos de países que están en vías de desarrollo, y por eso siempre nos estamos inventando cosas, buscando una salida.

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Comenzó una actividad que todavía desempeña junto a su pareja..
— Sí, él estudio joyería. El primer puesto lo montamos en la Plaça des Peix, en los inicios de la asociación Firac. Después nació Julieta, nuestra primera hija, que ahora tiene nueve años, y luego su hermana Úrsula, que tiene seis. Ahora tenemos una marca que se llama Lapanchi Handmade, un proyecto que queremos profesionalizar aún más. Empecé vendiendo algunas carteras junto a las joyas de Jose, y en un momento dado empezó a ir bien. Pero antes de todo eso surgió Firac, entidad de la que fui fundadora y actualmente soy presidenta.

¿Qué proyectos tiene la entidad?
— La asociación sigue, pero del mercado veraniego que organizamos en Sa Costa Marina se hará cargo ahora el Ayuntamiento. Hicimos un proyecto para el que no hacía falta la carta de artesano, un espacio creativo más abierto. El Ayuntamiento en su día nos dijo que sí, pero que todo quedaba a nuestro cargo.

Y el proyecto funcionó...
— Al principio nadie confiaba en él, éramos diez... Fueron años difíciles, pero al final salió bien. Ahora es un mercado de éxito, empezó a crecer y a retroalimentarse hasta convertirse en lo que es hoy en día. Siempre fuimos muy consecuentes con nuestra filosofía. Hemos hecho un gran esfuerzo. Ahora todo el mundo quiere estar en Firac, se corrió la voz e incluso empezó a llegar gente de Barcelona. Pero con el nuevo gobierno local se nos informó de que el mercado ya no lo llevaría más la asociación, pero que seguiría el bajo el nombre de Costa Marina. Ahora tenemos que postular nuestra plaza, y ellos escogerán.

¿Qué valora más de vivir en la Isla?
— Antes que nada, que está mi familia; donde están mis hijas y Jose es mi patria. Lo primero son ellos. La Isla tiene una seguridad y una tranquilidad perfecta para criar hijos, como en una vida antigua, una vida de barrio... Valoro mucho eso.

¿Y qué inconveniente tiene?
— Ser tan isla (risas)... En el sentido de las comunicaciones. Me parece una vergüenza que haya una diferencia tan grande con Mallorca y Eivissa. Es injusto. Por otra parte está el hecho de que se vive tan bien en Menorca que acabas pensando que la vida comienza y acaba aquí, estamos muy cómodos, demasiado confortables... En Menorca hace falta salir un poco de esa zona de confort y ser un poco más arriesgado.

¿Qué echa de menos de su país?
— En general, el riesgo (risas). El riesgo permanente me encanta; lo exuberante que es el país, la cordillera de los Andes...

¿Su hijas han tenido la oportunidad de viajar allí?
— Vamos cada dos años. Ellas sienten el país como parte de ellas, tenemos mucha relación gracias a las nuevas tecnologías.
Decía que no había trabajado como periodista, pero sí que fundó una revista llamada «Talay».
— Sí, la hice con un amigo chileno y una amiga uruguaya. Fue una experiencia preciosa, lo hacíamos todo nosotros desde casa. Hablábamos de vida sana, de cultura, de gente de aquí.. Pero ahí quedó, porque uno de los tres tuvo que viajar. En el fondo fue algo que hicimos por amor al arte.

¿Hay comunidad chilena aquí?
— La verdad es que no; los chilenos somos bien especiales, bien isleños también.

Acaban de regresar de un viaje a Chile. ¿Qué planes de futuro tiene la familia?
— Estamos abiertos a volver a allí porque nos parece interesante para poder desarrollarnos. Hay más espacio y posibilidades, porque el Estado lo permite, montar allí una empresa es más fácil. Vemos futuro allí..

Para acabar, como periodista que es, si tuviera que poner un titular a la experiencia, ¿cuál sería?
— Tendría que estar relacionado con una familia que vive en dos mundos, con dos horizontes. Me gustaría que mis hijas disfrutaran de tener dos lugares, y eso es una ventaja y muy enriquecedor. Podría ser «Dos lugares, dos mundos».