Es muy improbable que Albert Camus Sintes hubiera llegado a los cien años aun cuando no hubiera sufrido aquel fatal accidente automovilístico que segó su vida cerca de Le Petit-Villeblevin el 4 de enero de 1960. Puestos a hacer pronósticos, de imposible demostración, nos inclinamos a pensar que la tuberculosis que padecía le habría, fácilmente, frenado el acceso a la edad centenaria y la entrevista que proponemos en su homenaje jamás se habría podido realizar. Irrefutable, sin embargo, y contundentemente veraz es la certeza de su obra, a la que hemos recurrido, literal y estrictamente para realizar este trabajo como tributo al premio Nobel de más firme vínculo con la isla.
Casi no hace falta advertir al lector que está a punto de iniciar la lectura de un diálogo ficticio y de creación, en el que, no obstante, son absolutamente auténticas todas las citas del escritor franco-argelino.
Su familia era pobre, ¿qué piensa usted de la pobreza?
- Nunca me pareció una desgracia: la luz derramaba sobre ella sus riquezas, iluminó incluso mis rebeldías.
¿Qué le enseñó la miseria?
- Me impidió creer que todo es bueno bajo el sol y en la historia; el sol me enseñó que la historia no lo es todo.
¿Sentía el niño Camus envidia de quienes no eran pobres como usted?
Puedo asegurar que entre mis numerosas debilidades nunca estuvo este defecto que es el más extendido entre nosotros y un auténtico cáncer de las sociedades y las doctrinas.
A lo largo de su obra da mucha importancia al sol, al calor y a la luz de su tierra natal...
- Aquel calor hermoso que imperó en mi infancia me vedó cualquier resentimiento. En África, el mar y el sol son gratis.
Pues vaya suerte...
- Se dan en el mundo muchas injusticias, pero existe una de la que nunca se habla y es la injusticia del clima.
¿Es ésa la mayor injusticia?
- Cuando la pobreza se conjuga con esa vida sin cielo ni esperanza que, al alcanzar la edad del hombre, descubrí en los espantosos suburbios de nuestras ciudades, entonces es cuando se consuma la injusticia suprema y la que más subleva; hay que hacer lo que sea, efectivamente, para que esos hombres se libren de la doble humillación de la miseria y la fealdad.
¿Qué piensa de la civilización?
- Todo lo más preciosos que ella reúne (mujeres bonitas, jardines y obras de arte) nos defiende de nosotros mismos.
¿Qué hay que hacer para ser filósofo?
- Si quieres ser filósofo, escribe novelas.
¿Qué les diría a los jóvenes?
- Que no saben que la experiencia es una derrota y que hay que perderlo todo para saber un poco.
Sus ideas políticas le acarrearon muchos disgustos pues le atacaron desde la derecha y la izquierda, ¿cuál es la síntesis de su pensamiento político?
- Se trata, para todos, de conciliar la justicia con la libertad.
¿Qué le interesa de los viajes?
- Viajando ya no podemos hacer trampa, ocultarnos tras horas de oficina y de tajo (esas horas de las que tanto protestamos y que con tanto tino nos defienden del sufrimiento de estar solos). Pero también al notarnos el alma enferma, devolvemos a todos los seres, a todos los objetos, su valor milagroso.
En el año 1935 usted viajó a Eivissa y Mallorca junto a su primera mujer Simone Hié. Contó algo de aquel viaje en su ensayo Amor por la vida, incluido en su primer libro El revés y el derecho, ¿qué le llamó la atención?
- Pasé casi una noche entera en uno de esos cafés cantantes de Palma que hay detrás del mercado. Existe cierta forma de estar a gusto con la alegría que define la auténtica civilización. Y el pueblo español es uno de los pocos civilizados de Europa. De ahí procedía, sin duda, mi emoción en el café de Palma. Pero al mediodía, por el contrario, en el barrio desierto de la catedral, entre los palacios viejos de patios frescos, por las calles que huelen a sombra, lo que me llamaba la atención era la idea de cierta "lentitud".
¿Qué piensa de su herencia española, de la que alardeó en muchas ocasiones?
- A través de lo que Francia ha hecho de mí a lo largo de mi vida he tratado de reencontrar lo que España ha dejado en mi sangre, que era la verdad.
¿Por qué en aquel viaje a las islas no visitó Menorca, la isla de su familia materna?
- Los mitos están hechos para que la imaginación los anime. Y además, para poder soportar, no hay que recordar demasiado, hay que estar pegado a los días, hora tras hora, como lo hacía mi madre.
¿Qué le debe a ella?
- El extraño sentimiento de un hijo hacia su madre configura toda su sensibilidad. Siempre la he amado con desesperanza.
¿Qué aprendió de sus experiencias?
- Que no existe amor por la vida, sin desesperación por la vida. La lucha por llegar a las cumbres basta para llenar el corazón de un hombre
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