Cuando me pidieron unas líneas sobre la pintura del artista Menorquín Jeroni Marqués me encontré en una situación similar a la que contaba Ortega y Gasset en su libro sobre Velázquez: "En 1943, el Iris-Verlag", de Berna, me pidió que escribiese unas páginas sobre Velázquez para acompañar a la reproducción en doce colores de algunos de sus cuadros. Respondí que yo no era historiador de arte y que en cuestiones de pintura mi conocimiento era ínfimo. El editor contestó, a su vez, que su deseo era precisamente hacer hablar sobre Velázquez a un escritor ajeno al gremio de los entendidos en historia artística. Enunciado paladinamente de este modo, el propósito no dejaba de tener gracia, pues en él transparecía una curiosidad que muchos hemos sentido en ocasiones varias, a saber: qué es lo que un hombre algo meditabundo puede decir sobre un asunto del que profesionalmente no entiende. En este sentido me pareció que podía aceptar el encargo... Ante la pintura no he sido, pues, más que un transeúnte. Pero el transeúnte lo es casi siempre porque va a lo suyo, enfocado hacia sus propios temas, con un aparato de conceptos formado en vista de ellos, con habitualidades de análisis que su ocupación continuada ha decantado en él. Mas conforme sigue su ruta mira de soslayo a uno y otro lado y ve lo que ve en la perspectiva y con los reflejos de sus consolidadas preocupaciones, desde sus puntos de vista, distintos de los que iluminan al profesional. Así en este caso". Y así es el mío, donde como transeúnte y también como modesto coleccionista y aficionado, pretendo colaborar en la visión de la pintura de un artista en ciernes desde ángulos distintos a los que habitualmente se emplearían para analizarla.
Artista menorquín y gran persona, de Jeroni Marquès (Maó, 1974) me sorprendió cuando le conocí hace ya varios años, sin saber todavía que era pintor, la profundidad de su mirada, unos ojos de halcón que literalmente clava en su interlocutor con empatía cuando no los deja vagar por el mundo se sus sueños, provocando muchas veces por ello las llamadas de atención de su mujer. Empezamos hablando de motos, su profesión, y hemos acabado hablando de pintura, su gran pasión desde que empezara a pintar en 1997 paisajes de Menorca, trasladando al lienzo con fidelidad post impresionista la belleza y el alma de la isla con un sentido de pertenencia del entorno que demuestra tanto su arraigo como su enamoramiento de ella, de sus características físicas, sus elementos naturales y esa luz especial e irrepetible que cambia con las horas del día y con las estaciones del año, ofreciéndonos cada vez una Menorca diferente que siempre sorprende y atrae, que nunca defrauda, donde el paisaje está tan arraigado en sus habitantes que ha pasado a lo largo de siglos a formar parte de su cultura. Pero trasladarlo a un cuadro requiere grandes dotes de exactitud en la observación, de creatividad y de imaginación, y Jeroni Marqués los tiene y, en una comunión anímica no exenta de sentimentalismo, los intenta reflejar en sus cuadros, donde pinta lo que ve con volúmenes que van cambiando según la incidencia de la luz, siempre dentro de un marco de composición clásica donde demuestra su gusto por la naturaleza para lograr unos paisajes sosegados y bien estructurados, fieles al motivo que representan dentro de una visión muy personal, reflejo de su propia individualidad y con los que quiere transmitir sus propias emociones. Horas y horas de observación y de trabajo van conformando una personalidad anclada en la figuración y en el pot-impresionismo, y caracterizada por el predominio del lenguaje plástico y lo que el mismo representa en cada momento, logrando una pintura efectista, luminosa, fresca, optimista y muy decorativa, muy próxima al espectador.
Buen dibujante desde niño, recuerda su adolescencia divertida y ajena al mundo del arte hasta un viaje con sus compañeros de instituto a Florencia, donde al visitar la galería de los Ufizzi se quedó maravillado ante los retratos de Federico de Montefeltro y Battista Sforza de Piero della Francesca, la 'Madona de cuello largo' de Parmigianino, la 'Virgen con el niño' de Fillipo Lippi, la 'Adoración de los Magos' de Leonardo da Vinci, los cuadros de Alesandro Botticelli ('Alegoría de la primavera', 'El nacimiento de Venus'), y la sensualidad y el color de la 'Venus de Urbino' de Tiziano Vecellio, un cuadro para mi definitivo; y donde se quedó especialmente deslumbrado por el retrato que Frans Pourbus el Joven (Amberes 1569 – París 1622) hizo en 1611 de María de Médicis (1573-1642), hija del gran-duque Francisco I de Toscana y de la archiduquesa Juana de Austria y mas tarde reina de Francia y de Navarra, adornada con los atuendos propios de su coronación: el vestido negro con flores de lis, corpiño y mangas repujados con perlas, que también recogen su pelo a modo de corona; diamantes, collar y pendientes de perlas. Según el inventario realizado en 1610, el joyero de la esposa del rey Enrique IV contenía 11.538 piedras preciosas, seis collares de diamantes, once cadenas de oro, cruces, brazaletes y nada menos que 5.878 perlas de grandes dimensiones. Y es la apabullante, colorista y meticulosa representación por Pourbus de la reina y su famoso collar de gruesas perlas redondas –un collar que llegó hasta la revolución francesa, figurando en latasaciónde las joyas de la corona realizada en 1791 por encargo de la Asamblea Nacional parasubastarlas y poder así financiar la guerra- el que impacta a Jeroni Marqués hasta el punto de descubrirle su vocación y dar un vuelco a su vida. Vuelve a Menorca y se lo cuenta a su madre, quien le regala una caja de pinturas y le anima a pintar por encima de todo –cuando lo cuenta se emociona, se le humedecen los ojos y se le ponen los pelos de punta, literalmente-. Desde entonces y hasta hoy no ha dejado de pintar: primero con Félix Ovejero, su profesor de dibujo y perspectiva, tremendamente riguroso y exigente –muy cañero, le define- y luego en una carrera autodidacta que, ahondando en la consolidación de su estilo, se inspira en maestros de fuera y de dentro, como Matías Quetglas, quien le impresiona en el manejo de la figura y le anima por su tratamiento de la luz. Admira a Isaak Ilich Levitán (Kybartai, Lituania, 1861 - Moscú, 1900), cuyos paisajes reflejan con profundidad y laconismo el alma de Rusia y de su naturaleza; a Jean-Baptiste Camille Corot (París, 1796-1875), defensor primero del dibujo y de los valores cromáticos; después, del color; y por último, de la ejecución; y creador de paisajes intimistas donde la luz se convierte en elemento fundamental; a John Singer Sargent (1856-1925), curiosamente autor de 'El jaleo' (1882), un cuadro de título tan menorquín que se expone en el Isabella Stewart Gardner Museum de Boston, pero que representa el alma de los bailes andaluces; y a Joaquín Sorolla (1863-1923), de quien espera captar la luz del Mediterráneo, que lo inunda todo, como solo él consiguió, y conseguir una pintura optimista y vital como la suya. Precisamente estos días se celebra en el Museo del Prado una gran exposición antológica, la más importante celebrada hasta ahora, donde se muestran más de un centenar de pinturas y, entre ellas, los catorce paneles de la 'Visión de España' pintados para la Hispanic Society of America.
Para Jeroni Marquès la pintura procede de la experiencia y de los sentidos; el cuadro ha de ser fluido, libre, cuidadoso con el color y con el tema elegido, y hasta conseguirlo pone sus obras en cuarentena, para corregir sus defectos y lograr identificar su mirada, más allá de la tela, con el paisaje que retrata –ahí están sus puertos de Mahón, con la Mola al fondo-, tratando de captar –como Corot- el instante fugaz de la luminosidad y las entrañas de la isla y de proyectar así su propio y personal esteticismo, donde el artista tiene por delante un largo recorrido. Vocación y ganas no le faltan a esta pintor menorquín con toda una carrera por delante.
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