Ha escuchado bombardeos a lo lejos, ha visto como los tanques se dirigían a la Franja de Gaza, ha podido comprobar en primera persona las condiciones infrahumanas en las que viven los millones de refugiados en el Líbano y, a pesar de todo, Tania Martínez Fernández (Maó, 1977) transmite paz.
Tal vez sea debido su estrenada condición de madre o quizá a los siete años que lleva viviendo en Oriente Próximo. "Desgraciadamente, te acostumbras a los conflictos", asegura esta joven menorquina, quien se instaló en Palestina en plena Segunda Intifada. Allí conoció al que hoy es su marido y, junto a él, pasó dos años en Estocolmo.
Posteriormente, se trasladó al Líbano para ejercer como cooperante en un campo de refugiados, volvió de nuevo a Palestina y, tras una segunda temporada en el Líbano, se instaló en Jordania, donde actualmente trabaja para ACNUR.
Se licenció en Filología Árabe por la Universidad de Barcelona ¿Por qué se decantó por esta opción?
Me atraía mucho la grafía cursiva y el ver que no entendía algo que me parecía muy diferente. Antes de irme a estudiar a Barcelona no había salido nunca de Menorca pero, a pesar de todo, tenía mucho interés por conocer nuevas culturas. Acabé la carrera en el año 2000, volvía a la Isla y encontré trabajo como mediadora intercultural en el área de Servicios Sociales del Ayuntamiento de Maó.
¿Fue su primera experiencia laboral?
Sí. Era muy joven, estaba recién licenciada y aprendí muchísimo. Estuve trabajando allí durante un año y medio, hasta que tuve la oportunidad de irme a Palestina para ejercer como lectora de español en la Universidad de Belén.
¿Cuándo llegó a Palestina?
En el año 2002. La segunda Intifada estaba en un momento muy álgido y, aunque fue duro, me di cuenta de que quería estudiar cooperación. Había muy pocos extranjeros y pude practicar mucho el árabe. Además, tuve que aprender inglés porque mis jefes eran americanos. Vivir en Palestina me cambió.
¿Cómo vivió el conflicto palestino-israelí?
Desgraciadamente llega un momento en el que te acostumbras al conflicto. Fue difícil porque, como profesora, había días que llegaba a clase y uno de mis alumnos no se había podido presentar porque estaba en la cárcel o porque habían destrozado su casa. En una ocasión, los soldados israelíes soldaron la puerta de la Universidad y nos dejaron encerrados. A pesar de todo, no recuerdo haber sentido el peligro. Sabía que si veía cuatro tanques por la calle debía irme pero hay que decir que, en momentos de conflicto, las sociedades se vuelven más solidarias y se crea una red de avisos. Yo formaba parte de la misma y si veía algún movimiento avisaba a mis conocidos a través del teléfono móvil.
¿Cuando conoció a su marido?
Hace seis años. Nos encontramos una noche en Ramala y me enamoré locamente. Linus es sueco y estaba en Palestina trabajando como profesor de inglés. Nos conocimos en un bar tomando una cerveza y decidimos seguir nuestro camino juntos. Yo estaba a punto de marcharme de Palestina y él también tenía previsto volver a Suecia. Así acabé en Estocolmo.
¿Qué se encontró al llegar allí?
Después de tres años y medio en Oriente Medio, volver a Occidente fue un choque. Estocolmo es lo opuesto de Palestina y supuso un descanso para mí. Cuando estaba allí no me daba cuenta pero al marcharme sentí que estaba agotada del conflicto. La capital de Suecia me pareció una ciudad muy organizada y tuve la oportunidad de hacer un master en Acción Humanitaria en la Universidad de Uppsala gracias a una beca de Sa Nostra, mientras mi marido trabajaba como profesor de sueco para inmigrantes.
¿En que zona de la ciudad se instalaron?
Vivíamos en Södermalm, en el centro de Estocolmo. Me encantó la forma que tienen los suecos de integrar la naturaleza en la ciudad. Puedes encontrar numerosos parques, jardines y lagos. Los padres de mi marido viven en las afueras y, en una ocasión, estábamos desayunando tranquilamente en su casa cuando apareció un ciervo en el jardín. Yo me sorprendí mucho pero para ellos era algo habitual.
¿Sabía hablar sueco?
Cuando llegué no tenia ni idea, no era capaz de diferenciar una palabra de otra. Hice un curso de sueco para inmigrantes y con el tiempo fui entendiendo algunas cosas y, tras dos años allí, chapurreaba el idioma. A lo que nunca me acostumbré fue al frío. El primer invierno fue muy duro. Sólo había tres horas de luz al día y necesitaba encender todas las luces de la casa y vestirme de colores.
Tras dos años en Estocolmo, decidió volver a Oriente Medio...
Sí. Surgió la oportunidad de hacer unas prácticas con una ONG en un campo de refugiados palestinos de Beirut e hice las maletas. En concreto estaba en el campo de refugiados de Shatila, uno de los más pobres que te puedas encontrar. Cuando entré allí por primera vez me dio la sensación de que estaba en Gaza. El campo estaba muy poblado, había mucha suciedad, niños descalzos... Líbano es un país de contrastes. Me impactó especialmente las diferencias entre ricos y pobres.
¿Hay mucha desigualdad?
Muchísima. Puedes encontrar un barrio increíblemente rico, en el que las chicas con minifalda se suben a un Porsche y tienes que pagar 20 euros por un cocktail en una discoteca y, tan sólo cruzando la calle, hay un campo de refugiados donde la gente vive en unas condiciones paupérrimas.
¿Cómo se puede vivir en lugar así?
Es muy impactante. Los refugiados viven completamente confinados. Las calles están sin asfaltar y, aunque al principio vivían en tiendas de campaña que les había facilitado la ONU, con el tiempo han levantado construcciones que crecen a lo alto. Dentro de los campos hay pequeños comercios. Cabe destacar que las personas que viven en los campos no están reconocidos como refugiados y, por tanto, no tienen ningún derecho. No tiene derecho a la educación, ni al trabajo ni a la sanidad pública. La ONU tuvo que crear una agencia específica para ellos, la United Nations Relief and Works Agency (UNRWA) para atender a los más de cuatro millones de refugiados palestinos que viven en Jordania, Líbano y Siria, como así como en Cisjordania y la Franja de Gaza.
En Líbano la situación es especialmente problemática...
Sí. Líbano es uno de los peores países para los refugiados palestinos. Es un país problemático en el que conviven muchas sectas religiosas. Líbano sufrió una guerra civil que duró 15 años y que enfrentó a musulmanes y cristianos. Finalmente, llegaron a un status quo y, a día de hoy, el presidente debe ser cristiano, el primer ministro musulmán de una secta y el viceprimer ministro musulmán de otra secta. Hay un gran caos político y lo que menos importa son los refugiados.
¿Cuál era su trabajo como cooperante?
La ONG Movimiento por la Paz está especializada en trabajar con los discapacitados. Hay que tener en cuenta que en los campos de refugiados hay un tasa muy alta de discapacidad porque, al no tener acceso a la sanidad, las madres no tienen un seguimiento pediátrico durante el embarazo.
¿Vivía en el mismo campo de refugiados?
Al principio sí pero la verdad es que no pude aguantar. Hay electricidad sólo a ratos, es un lugar insalubre y hay muchas ratas . Por todo ello, acabé alquilando un piso en Beirut. Seis meses después de llegar al Líbano volví a Palestina, esta vez a Jerusalén.
¿Por qué?
Movimiento por la Paz me ofreció un trabajo como cooperante. Nuestro trabajo se centraba en juventud y educación. Teníamos diferentes proyectos en diversas ciudades palestinas incluida Gaza. Cuando en diciembre de 2008 el ejército israelí inició por sorpresa su ofensiva sobre la Franja de Gaza yo estaba en Jerusalén y desde algunos puntos de la ciudad se podían escuchar los bombardeos. Fue muy duro porque, incluso después de haber asediado la zona, los cooperantes nos encontrábamos con muchos problemas para llevar ayuda humanitaria hasta allí.
Tras un año en Jerusalén volvió de nuevo al Líbano...
Sí. Esta vez trabajé en el campo de refugiados de Ein el Helwe, que se encuentra en el centro de la ciudad y está rodeado por un muro y vigilado por militares. Allí estuve un año más hasta que en octubre de 2010 conseguí un trabajo como cooperante para el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) gracias a un programa para jóvenes profesionales financiado por el Ministerio de Exteriores español.
¿Qué labor llevan a cabo?
El 98 por ciento de los refugiados a los que proveemos de servicios son iraquíes que se trasladaron a Jordania al declararse la guerra de Iraq. Bajo el mandato de ACNUR, les ofrecemos protección legal y servicios asistenciales. En concreto, mi trabajo consiste en hablar con los refugiados diariamente para asegurarme que los servicios básicos llegan de manera adecuada. ACNUR es una agencia que para ser de Naciones Unidas es muy práctica y trabaja sobre el terreno para que se reconozcan los derechos de los refugiados y que tengan una vida digna en el país de acogida.
¿En que zona del país vive?
En Amán, la capital. A día de hoy vivo con mi marido. Cuando me marché a Líbano tras pasar dos años en Estocolmo, él se quedó en Suecia y, ya viviendo en Jerusalén, intentó venir a vivir conmigo a Palestina pero al llegar al aeropuerto de Israel lo devolvieron a Estocolmo por activista. No fue hasta mi segunda etapa en el Líbano cuando Linus y yo pudimos vivir juntos de nuevo.
¿Se encuentra a gusto en Jordania?
La verdad es que es el país más tranquilo en el que he vivido en los últimos años. Amán es una ciudad tranquila e incluso aburrida, perfecta para criar a una niña. Oriente Medio tiene un componente común que es el mundo árabe y, por ello, no hay mucha diferencia entre vivir en un país o en otro. Yo hago mi vida como la haría en cualquier ciudad de España e incluso me sería más fácil adaptarme a la vida en otro país de Oriente que en una ciudad occidental.
Recientemente ha sido madre...
Sí. Al mes de comenzar a trabajar para ACNUR me quedé embarazada y vine a tener a mi hija en Menorca.
¡La pequeña Naila también es menorquina!
Sí. Quería que mi hija naciera en la Isla y, además, necesitaba estar rodeada de mi familia, estar en casa. Estuve en Menorca durante los cuatro meses que duró la baja maternal y a finales de agosto me incorporé de nuevo al trabajo en Jordania. Por el momento, mi marido se encargará del cuidado de la niña, al menos hasta el mes de diciembre. Queremos que Naila esté con alguno de nosotros porque todavía es muy pequeñita. Es gracioso porque, de momento, yo le hablo en castellano e incluso le canto cada día "Que es aquella morena qui se'n va para allà" y, en cambio, mi marido le habla en sueco.
Durante los años que lleva en Oriente Próximo, ¿ha tenido algún problema por el hecho de ser mujer?
Menos de los que la gente se imaginaría y no menos de los que hubiera podido tener en un país occidental. En muchos trabajos he tenido que sentarme y decirle a muchos hombres lo que tenían que hacer y nunca me ha ido mal.
¿Cuáles son sus planes de futuro?
No me planifico la vida porque la experiencia me ha enseñado que no vale la pena. El año que viene se me acaba el contrato, si me lo renuevan nos quedaremos en Jordania y si no nos iremos a otro sitio.
¿Qué es lo que más añora de Menorca?
A mi familia, el queso Mahón- Menorca y las playas. Suelo venir a la Isla una vez al año, me ayuda a desconectar y a cargar fuerzas de nuevo.
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