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Autoficha Me llamo Rafael Moya Peña y tengo 67 años. Nací en Sevilla pero vivo en Maó desde 1982. Lo amores de mi vida son mi mujer Merche; mis hijos, Mavi y Rafael; y mis nietos, Aroa y Joan. Soy militar retirado y gran parte de mi carrera la he pasado en el Sáhara. Me gustan mucho el tenis, el rugby y el boxeo. También suelo ir a pescar con caña. Me encanta la lectura y hace cuatro años que estudio árabe.

¿Cómo era su vida antes de llegar a Menorca?
Mi vida militar siempre ha estado muy vinculada al norte de África. Conozco el Sáhara perfectamente porque estuve allí desde que salí de la Academia. La salida del territorio en el año 76 fue lo más traumático que nos pudo ocurrir. Me hubiera gustado llevar la vida tenía allí para siempre. Puede parecer un terreno inhóspito pero es un lugar que enamora. Cuando los militares españoles tuvimos que irnos, dejamos al pueblo saharaui abandonado, no estaban preparados para seguir adelante por sí mismos. Conozco el tema árabe y me preocupa cómo ha quedado la antigua colonia española. Parece mentira que en 17 referéndums, la ONU no haya sido capaz de llegar a un acuerdo.

¿Estuvo expuesto a situaciones de verdadero peligro?
Sí. Recuerdo que había una mina de fosfatos a 110 kilómetros de la población. Cuando se hacían reivindicaciones del territorio, dinamitaban la quinta estación, de manera que se rompía la cadena de suministro. Yo tuve que salir en muchas ocasiones de madrugada siendo responsable de batallón. Murieron varios hombres. Recibí la Medalla del Mérito Militar por mi labor y, aunque fue duro, si mi familia me acompañase, lo dejaría todo y volvería a vivir en el Sáhara.

¿Qué ocurrió una vez que tuvo que dejar el territorio?
Volví a Sevilla, donde estuve hasta el año 82. Una familia a la que estábamos muy unidos vino a trabajar a Menorca, al Gobierno Militar. Nos habló de la Isla y nos hizo ilusión trasladarnos. No pensábamos estar tanto tiempo pero al final, aquí estamos. Tras uno años trabajando en Es Castell, me dediqué a la náutica en Astilleros Menorca. Fue una época muy feliz de mi vida, un trabajo muy gratificante.

Asegura ser un nostálgico del Ejército de ayer, ¿qué cambios percibe?
Entiendo que el Ejército necesitaba una renovación porque los sistemas cambian, pero admito que antes se vestía y se vivía el uniforme con orgullo. Hacer eso hoy en día parece una provocación. Se ha perdido el sentido del honor en la sociedad.

¿Qué proyectos tiene en mente?
Mi ilusión es seguir perfeccionando el árabe. También me apasiona todo lo referente a la Virgen del Rocío. Estamos a punto de presentar una asociación que dará a conocer en Menorca en qué consiste el verdadero Rocío.