Unos pies descalzos sobre el adoquinado de la plaza Constitución son el humilde recordatorio del sacrificio que la cristiandad rememora el Viernes Santo, el de la entrega de un hombre por la salvación del mundo, y del que la procesión del Santo Entierro es expresión de religiosidad popular. Las calles de Ciutadella, Ferreries, Es Mercadal, Es Migjorn, Maó y Sant Lluís fueron anoche escenario de este acto religioso en el que la devoción de los cofrades se mezcla con la curiosidad de quienes asisten al paso de las imágenes.
En Maó, la procesión se adivinaba desde el puerto con el repicar de los tambores. En la plaza de la Conquista, ensayaban unos jóvenes de La Soledad, a las puertas del local donde los centuriones se vestían. Mientras en el contiguo Pla de l'Església había comenzado a procesionar la cofradía del Via Crucis, precedida de tres centuriones. Oscurecía y avanzaba la procesión de manera pausada al paso de los cofrades de San Pedro Apóstol, Nuestra Señora de la Piedad y San Juan Evangelista y la Preciosísima Sangre, la única con clavariesas de la Semana Santa Mahonesa.
Predominaba el silencio entre los presentes, ese silencio de las procesiones que dialoga con tambores y cornetas, un silencio respetuoso que pareció acentuarse con el paso del Santo Sepulcro, flanqueado por agentes de la Guardia Civil, tras el que desfiló la Confraternidad de San Cornelio Centurión y La Soledad. La Asociación Musical de Maó cerraba la procesión que avanzaba por las calles del centro de la ciudad y que finalizaba a las puertas de Santa María minutos antes de las 11 de la noche. Fue entonces, en una abarrotada plaza de la Constitución, cuando Josep Manguán se encargó de pronunciar el Sermón de la Soledad, con María como inspiración y motivo.
"La Madre de Dios se hace presencia y silencio en la Pasión de Jesús. La Dolorosa estaba presente a los pies de la cruz en la que moría Jesús", recordó el párroco de Santa María. Manguán hablo de la "fidelidad, la serenidad, la fortaleza y la fecundidad" que suponía la actitud de María y de cómo la mirada que los fieles volvían a ella en la noche del Viernes Santo para convertirse en una plegaria. Plegaria que no olvidó a las víctimas del tsunami de Japón y de la guerra de Libia, pero tampoco "la plaga de apostasía silenciosa y del cristianismo a la carta". "Muéstranos que Dios no es enemigo ni rival sino el mejor amigo. Fortalece nuestra raíces cristianas y haznos sencillos y misericordiosos", concluyó Manguán.
Las devoción de la noche se prolongó en el interior de Santa María, donde las cofradías del Santo Sepulcro y de La Dolorosa escenificaron el Santo Entierro bajo la atenta mirada de los centuriones. A su término, la dos Cofradías y la Confraternidad rindieron un sentido homenaje a Vicente Macián Cólera, fallecido a principios de marzo, entregando a Manguán una palma y un ramo de flores para que éste los depositase ante su tumba.
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