Verdadero festival musical el ofrecido por la Banda de Música de Ferreries en torno a la festividad de Sant Antoni en Ferreries, Ciutadella y el lunes pasado, en el Teatro Principal de Maó. Tres llenos memorables, absolutos.
En presencia de las autoridades que poco antes habían gozado del regalo de la agrupación de solistas de la Banda de Música de Ciutadella ofreciendo una escogida muestra de la obra del maestro B. Carreras en el cuarenta aniversario de su muerte, la banda de Ferreries presentó un programa de vasto alcance, que reclamaba una formación sinfónica, enfrentada al reto de una obra de extensión temporal y formas excepcionales, que requerían una orquesta excepcional.
Inició el concierto el pasodoble "Lo cant del Valencià" de P. Sosa, al que siguió el preludio de la zarzuela de R. Chapí "El tambor de granaderos". Versión espectacular la obtenida por Josep Agustí Colom, que obtuvo una versión ajustada, brillante, de acusados matices, a los que sus músicos saben plegarse con espléndido resultado.
El peso del programa recaía en dos novedosas obras de autores contemporáneos: "El Camino Real (Fantasía latina)" de A. Reed y el estreno absoluto del poema sinfónico "El triángulo de las Bermudas" del compositor cartagenero J. Alberto Pina.
"El Camino Real", obra escrita para la banda de las fuerzas armadas de los Estados Unidos, es una evocación de la ruta misionera llevada a cabo por los misioneros españoles en California. Obra de amplia construcción con innegables aciertos armónicos y tímbricos, enfrenta a los ejecutantes con las múltiples dificultades que presenta, vencidas por unos músicos, que pese a su juventud, - o a causa de su juventud- muestran un entusiasmo, una entrega y sobre todo, una fidelidad a la batuta firme y eficiente del director, que les permite transmitir con éxito seguro sonidos, colores y efectos tonales, que sugiere la obra.
"El triángulo de las Bermudas" de J. A. Pina está concebido casi como una sinfonía en cuatro movimientos, de mayor brevedad los dos centrales. Obra de amplia construcción, de gran riqueza rítmica, con un despliegue de timbres y efectos sonoros variados y efectistas (a la formación orquestral, ya de sí muy nutrida se agregan instrumentos electrónicos y grabaciones) es, sin duda, un arduo desafío en su planteamiento, conquistado por la eficiencia de un director convencido y convincente y magníficamente expuesto por unos músicos que saben plegarse convenientemente a las indicaciones de la batuta. Cada sección en su puesto, mostrando su eficiencia: madera, metales, percusión, lograron una versión convincente, de una obra que, a no dudar, posee los ingredientes necesarios para conquistar al público que llenaba el coliseo. Desde las etéreas ondulaciones de la madera, iniciadas por los clarinetes, acrecentadas sucesivamente por las flautas, oboes i saxos, que preludian la aventura, a las pavorosas desapariciones que la leyenda atribuye a la zona, y la paradisíaca paz de las playas de idilio, el poema despliega un vasto retablo que crea situaciones apoteósicas y brillantes y conmovedores momentos de íntimo recogimiento. El tratamiento eficaz de los recursos de la formación orquestal confirmó como ésta se encuentra en un punto donde convergen unos músicos que, me atrevo a decir, tampoco tienen mucho que envidiar a los que forman las filas de bastantes conjuntos profesionales, unos solistas que. con el nivel demostrado, prometen altos niveles y un director entregado, poderoso que, en el desarrollo de aquel complejo retablo sonoro, obtuvo momentos de exaltación triunfal.
El público mostró su entusiasmo con cerradas ovaciones, compartidas por el director y su banda con el autor de la obra, como hemos dicho, presente en el evento. Colom hubo de hacer sonar de nuevo a su equipo, para corresponder al aplauso del público, ofreciendo un pasodoble torero, convenientemente coreado por los acompasados "olés" de un coro, acabando con el vibrante final de "El tambor de granaderos".
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