roters. La menorquina escribe e ilustra historias mágicas centradas en los bosques - C.R

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El contacto con la naturaleza siempre ha sido una de las motivaciones de Cristina Roters Gomila (Maó, 1965) que con tan sólo 18 años decidió abandonar Menorca para descubrir nuevos paisajes. Tras un periodo en la Selva Negra alemana, la menorquina recaló en las montañas de la región suiza de Emmental, donde trabajó en diversas granjas de la zona.

No obstante, sus ganas de continuar sus estudios la obligaron a instalarse de nuevo en la ciudad y durante algunos años, Roters estudió en las escuelas de arte de Zurich y Berna y se especializó en pedagogía y terapia de pintura y expresión creativa y narración de cuentos y leyendas. Desde hace 17 años, la menorquina vive junto a su familia en una pequeña localidad de la región de Berna llamada Wangen an der Aare.

Se marchó de Menorca en 1982 ¿Qué la llevó a tomar esta decisión?
Hubo varios motivos. En primer lugar, tengo raíces alemanas por parte de padre y, además, sentía una gran atracción por el paisaje y, sobre todo, por los bosques del norte. Todo esto, unido la necesidad de salir a ver mundo, me llevó a tomar la decisión de marcharme de la Isla. Estuve un año en la Selva Negra, en Alemania, y en 1983 me trasladé a Suiza, donde vivo desde hace 27 años.

¿Por qué Suiza?
En Alemania vivía con una chica que me invitó a pasar las vacaciones de Pascua en una granja de la región suiza de Emmental. Ella había vivido allí durante un tiempo y quería que yo lo conociera. Desde el primer momento que llegué supe que iba a quedarme. La granja se encontraba a 1.000 metros de altitud, era como si hubiera dado un gran salto y me encontrara de repente en un cuento mágico.

¿Cuánto tiempo estuvo en Emmental?
Estuve allí durante un año. La verdad es que en la granja se vivía casi como en la Edad Media, en invierno había tanta nieve que sólo se podía bajar al pueblo en trineo. La comida se hacía directamente sobre el fuego y para dormir necesitábamos unas diez mantas. Lo que más me gustaban eran los bosques de abetos, podía pasarme todo un día o una noche paseando entre ellos.

Durante aquella temporada trabajó en el campo ¿Fue muy duro?
Estaba cansada de pasarme horas y más horas sentada. Quería moverme, sentir la vida y hacer cosas con mis propias manos. Aunque mi única experiencia anterior había sido sembrar puerros y pimientos en un trocito de tierra en el jardín de mis padres, decidí trabajar en algunas granjas. Llegué a correr tras un caballo que se me había escapado y fui perseguida por diez vacas salvajes y un toro que salían por primera vez de un establo tras un largo invierno. Recogí durante meses el heno de la montaña, pasé días bajo la lluvia cuidando un rebaño de ovejas. Era duro y, en muchas ocasiones, sobrepasaba mis límites. No obstante, esto significaba para mi vivir la vida de verdad.

Finalmente se trasladó a la ciudad...
Sí. Estaba claro que no podía quedarme en la montaña porque mi intención era estudiar. Me costó mucho tomar la decisión de mudarme a la ciudad y estuve a punto de dejar los estudios porque echaba mucho de menos la naturaleza. Estudié en la escuela de arte de Berna y en la de Zurich. Al principio fue duro, no tenía permiso de residencia ni de trabajo y hablaba sólo un poco de alemán. Recuerdo que cuando hice los exámenes para entrar en la escuela de arte no entendía lo que querían de mi. No obstante, aprendí rápido el idioma, los suizos me ayudaron mucho a adaptarme, me enseñaron todo lo que tenía que saber. Además, en la escuela tenía muchos amigos sudamericanos y nos apoyábamos los unos a los otros.

¿Le resultó complicado habituarse a alguna costumbre en especial?
Una costumbre que no comprendía al principio era que por cada decisión que debía tomarse se organizara una reunión. Con el tiempo me tuve que acostumbrar porque es la manera directa y sin adornos que tienen los suizos para decirte algo.

Supongo que también notó el cambio de clima...
Sí. En Suiza las cuatro estaciones del año se viven más intensamente que en Menorca. No obstante, en ocasiones viene la niebla alta y es como si el tiempo dejara de existir: no llueve, ni hace sol ni viento. Para mucha gente es deprimente pero personalmente el tiempo no afecta a mi estado de ánimo.

Actualmente reside en un pequeño pueblo en la región de Berna...
Sí. Mi marido y yo decidimos mudarnos a Wangen an der Aare hace 17 años, cuando decidimos tener hijos. El centro del pueblo es muy bonito, antiguamente era un castillo con sus murallas y un puente de madera que atraviesa el río Aare. Por desgracia, se ha construido mucho a su alrededor y ha perdido un poco su gracia.

¿Se encuentra a gusto allí?
Sí. Vivimos a las afueras del pueblo en una casa situada al lado del río. Es un lugar ideal, estamos en el campo y tenemos jardín y un huerto en el que mi marido cultiva hortalizas y yo me dedico a las plantas medicinales. La estación de tren está a unos quince minutos a pie y desde aquí puedes viajar por toda Suiza e incluso por toda Europa. No obstante, me preocupa el hecho de que de tanto poner orden y quitar malas hierbas ya no quedan sitios donde la naturaleza pueda crecer a su gusto. Conseguir cambiar esta tendencia es algo por lo que estoy luchando y junto con mi familia y nuestros vecinos ya hemos salvado algunos árboles que tenían que ser talados.

¿Trabaja por cuenta propia?
Sí, trabajo por mi cuenta. Tengo un taller y dirijo diversos proyectos en escuelas e instituciones. Trabajo con cuentos, pintura y arcilla para acompañar a niños que tienen dificultades en la escuela o han tenido una experiencia traumática, como una guerra, así como con adultos que buscan nuevas perspectivas en su vida o necesitan apoyo. Además, ofrezco seminarios para adultos que trabajan con niños y personas minusválidas.

También escribe cuentos, ¿no es así?
Sí, escribo e ilustro cuentos bajo el título "Las historias que cuenta el bosque". Son aventuras protagonizadas por hadas, elfos, duendes, brujas sabias y otros personajes mágicos. Además, realizo ilustraciones infantiles para una revista. También viajo por diversas regiones de Suiza contando cuentos, tanto los míos como otros que tengan relación con la naturaleza. El año pasado, por ejemplo, conté las leyendas de Laponia para adultos.

¿Visita Menorca con regularidad?
Viajamos a la Isla una vez al año, siempre en otoño. El calor y la gran cantidad de gente que hay en verano me agobian y por eso prefiero volver a Menorca durante una temporada más tranquila. Así puedo pasear por una playa solitaria y caminar por el Camí de Cavalls.

¿Que es lo que más echa de menos de la Isla?
Lo que me gusta de Menorca es su aire místico y original que falta en las civilizaciones modernas. Echo en falta caminar descalza en la arena, nadar en el mar con su agua transparente de la mañana, un vendaval, una "tanca" llena de flores silvestres, el olor a humo de una chimenea en invierno, los talayots llenos de secretos, los acantilados que se enfrentan el tiempo, el canto de una lechuza...

¿Se plantea volver a vivir en Menorca en un futuro?
No planeo nada para mi futuro. De momento estoy bien en Suiza, con mis hijos, mi marido, mi trabajo y mis bosques.


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e-mail: mariasp18@gmail.com