Maó. Frías compartió su experiencia en la sede de Manos Unidas - Javier

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"La misión fuera se juega aquí, en España, porque hay que animar aquí a la gente para que vaya para allá". Lo dice Nemesio Frías (Hornachos, Badajoz, 1962). Este sacerdote ha vuelto a España tras una década en Zimbabue, centrado al final en Dandanda, para que se encargue de una tarea de animación misionera durante tres años. No lo dice expresamente, pero está deseando volver a ser misionero en primera línea, donde ha aprendido lo que significa el hambre y la pobreza y lo mucho que se gana trabajando en medio de ella.
El cambio de Extremadura a Zimbabue debió ser brutal.
Muy grande. Yo iba a un país que todavía no estaba en esta etapa en la que se ha visto super empobrecida. Era la envidia dentro de África porque tenía más del 90 por ciento de la población escolarizada y había mantenido, y mantiene, las infraestructuras que se ejecutaron cuando era todavía colonia británica y que no se perdieron en la guerra de la independencia. Pero el tema de la corrupción política ha hecho que el país se venga abajo y que muchas personas estén sufriendo las consecuencias y pasando hambre. La comunidad internacional no se ha impuesto y los derechos humanos son superviolados, aunque yo he vivido en un medio paréntesis.

¿En qué sentido?
Vivía en el bosque sin electricidad, sin móvil, a 70 kilómetros de la carretera más próxima. Si alguien me quería encontrar, no me encontraba, vamos. Soy cura diocesano y me puse a las órdenes del obispo de allí y tras un período para aprender una de las lenguas locales se me envió al servicio de la comunidad cristiana, aunque allí no te puedes escapar de la situación económica y política, aunque en lo político no nos metemos mucho porque te ponen de patitas en la calle en menos que miras para atrás, pero sí a nivel de formación de la gente, aunque somos muy poquitos.

Eso le iba a preguntar, ¿cuántos cristianos hay?
Somos un ocho por ciento de cristianos conviviendo con religiones tradicionales, sincretismo. En el bosque viven mucho a la antigua usanza, contentos con lo poquito que tienen que en este caso es mucho menos de lo que tenían.

Manos Unidas le ha traído a Menorca para compartir su experiencia en una charla titulada "Salir al encuentro: una respuesta al hambre". ¿Cómo ha resultado?
Muy interesante porque fue con una gente que está motivada para ayudar y puede transmitirles que lo que hacen llega efectivamente allí, aunque yo personalmente no haya tenido en mis manos ningún proyecto de Manos Unidas, conozco de otros compañeros misioneros que sí lo han hecho.

Esta charla se enmarcaría en la tarea que le ha traído de vuelta a España, ¿hay más problemas antes que ahora en marchar a tierra de misión que cuando lo hizo usted hace diez años?
Ahora mismo hay muchas facilidades para ir porque la gente está muy informada, pero como contrapartida esa información complica tomar opciones. Quizás ahí hayamos perdido el punto. Hace falta que la gente se decida a hacer cosas estables. Muchas personas se ofrecen para echar una mano durante un mes y lo hacen, incluso pagándose el viaje de su bolsillo pero una decisión para estar un tiempo largo o incluso de por vida cuesta a mucha gente, Cuesta ser sacerdote, ser religiosa, casarse; o sea, que salir a otro sitio que tienes que dejar tu cultura, dejarte abrazar por aquella gente y abandonar la electricidad, el móvil, el ordenador, pues eso cuesta. La gente no está por la labor de privarse aunque se gane mucho más.

¿Qué mucho más se gana?
Te sientes útil, en un ambiente donde ves mucho dolor y en el que sana ese dolor, feliz porque te sientes más querido, aunque no sé muy bien cómo medir eso. Sientes que realizas un trabajo que está dignificando a la persona y sientes valorado ese trabajo cuando aquí no se valora a muchas personas que están haciendo un trabajo impresionante y ves que lo estás haciendo desde la alegría, en mi caso de una respuesta a lo que pienso que el Señor me está pidiendo, y cuando lo haces, disfrutas. Luego está el cariño que ves en la gente, aunque muchas veces también te sientes desbordado e impotente.

Ha venido a hablar de hambre, ¿tan mal está la situación?
Allí donde yo he vivido, la gente traga mucho, aguanta lo que aquí no aguantaríamos. De alguna manera, lo que ellos están viviendo es lo que ellos, de alguna manera, han elegido pero la razón de que vivan de una forma tan desastrosa es porque tenemos un montaje de vida en el primer mundo que se asienta sobre su pobreza. Nosotros nos aprovechamos de ellos, nos aprovechamos de sus bienes, dicho de manera general, con lo que la realidad de esa pobreza la estamos creando nosotros, estamos poniendo los condicionantes para que no salgan de su pobreza, que se ceba especialmente en tantos niños huérfanos que hay a causa del sida.

¿Es fácil mantener las tesis de Roma sobre el uso del preservativo en esa realidad de la que viene?
Yo tengo claro qué idea de persona tengo, y ni aquí ni allí, puede hacer con su cuerpo lo que le dé la gana. Para mí la persona hace referencia a una familia, a respeto, a amor que conlleva entrega, abstinencia, sacrificio, en el sentido de opción por una serie de valores en detrimento de otros. Para mí a un África donde hay una gran promiscuidad, tú puedes proponerles tu idea de vida, de familia y no le puedes decir a la gente que da igual que use preservativos, lo que sí le puedes decir es que respete la opción de vida que elija con todas sus consecuencias.


Volviendo al tema del hambre, ¿qué podemos hacer desde aquí?
Lo primero, salir al encuentro. Uno tiene que dejar de preocuparse sólo por sí mismo y pensar en los demás, vivir con ellos, escuchar, reflexionar, compartir, desde mi punto de vista, rezar con ellos. Después desde casa hemos de economizar los recursos, reciclar y reutilizar y también hemos de mover a los políticos para que las situaciones de injusticia cambien. Eso lo podemos hacer a nivel de grupo y es muy necesario porque los líderes de la tierra no están dando la talla cuando me hablan en la última conferencia sobre el hambre de que en vez de que muera un niño cada seis segundos, lo haga cada doce.