Catorce de Agosto, en una isla doblegada por el calor y apaciguada por alguna que otra «ruixada», un numeroso público va llenando las localidades del Teatre Principal de Maó. La expectación flota en el ambiente, ya que la propuesta que tendremos hoy el placer de disfrutar rezuma frescura y pasión; grandes músicos sobre el escenario y un estilo musical que casa perfectamente con la calma estival que apura su última quincena.
Èlia Bastida Quartet surge de la estancia de nuestra protagonista en la Sant Andreu Jazz Band, allí se fue consolidando la formación que esta velada llena el escenario: Joan Chamorro al contrabajo, Josep Través a la guitarra, Arnau Julià en la batería y la citada Èlia compaginando el violín y la voz. Catorce piezas conforman el ecléctico programa que incluye cuatro temas de creación propia, hoy me da la sensación de que viajaremos bastante tan sólo cerrando los ojos...
Tras las siempre acertadas palabras de Júlia Pascual que siempre dejan un mensaje sobre el que recapacitar, el sonido del violín atraviesa la sala en un solo inicial que conecta fulgurante con los asistentes. Tras la primera pieza, Èlia presenta a sus compañeros de los cuales habla con cariño y admiración y nos propone un periplo por piezas que seguro nos evocarán recuerdos teñidos de apasionada nostalgia.
El entendido público acompaña con aplausos las intervenciones solistas de los cuatro instrumentistas que dialogan con la fluidez que aportan los años de vuelo juntos. Dance for Stéphane, compuesta por la joven violinista, mezcla ritmos brasileños y levanta la primera gran salva de aplausos de la noche. La siguiente visita relaja de nuevo el ambiente y nos ofrece un delicado diálogo entre Josep y Èlia, que dibujan sus solos sobre el sedoso soporte construido por Joan y Arnau. También cabe destacar el acertado juego de luces que envuelve el sonido jugando con matices, colores y formas geométricas.
Samba de Minha Terra activa otra vez la platea y nos ofrece la primera intervención vocal de Èlia; da gusto mirar a las tablas y ver tantos automatismos que se conectan a través de cómplices miradas y sonrisas. Lo dicho anteriormente, horas de vuelo que hoy nosotros somos los afortunados en disfrutar.
Los temas van fluyendo con naturalidad, blues, jazz, bluegrass, coutry, etc, el público cada vez más participe se suma a las buenas vibraciones y a la frescura que emana del escenario con sus vítores y aplausos cada vez más frecuentes. Por momentos el violín de Èlia nos recuerda al timbre de los instrumentos de viento que habitualmente tenemos asociados a las formaciones de jazz más puristas y el resultado es de calidad.
Desde el palco del primer piso en el que me encuentro veo una platea absorta, atenta e implicada. Joan Chamorro y Arnau Julià continúan tejiendo la base rítmica con elegancia y sentimiento, a la vez que la misma irradia gran control en los matices y en la paleta de colores, que nos revelan un compromiso emocional por parte de los intérpretes. Otro cuidado y virtuoso solo a la guitarra de Josep Través arranca los vítores en el teatro mientras ya nos acercamos al final del viaje y nuestro vehículo musical es la conocida Alfonsina y el Mar de Mercedes Sosa, en la cual los cuatro músicos vuelven a demostrar su complicidad y equilibrio a la hora de desarrollar los solos.
El cambio de tempo de la última rueda y el guiño al tema central de Misión imposible arrancan el aplauso generalizado que ya se acompaña de abundantes bravos. Y casi sin tener tiempo para acabar de procesar lo vivido y escuchado, el cuartero realiza el primer bis el cual nos catapulta hacia arriba, como le gusta al público, a un ritmo y velocidad endemoniados; obviamente el resultado es un rugido que casi obliga a un segundo bis, más relajado y que, ahora sí, cierra otro verano de gran calidad musical.
Nos volvemos a ver el año que viene, seguid consumiendo música en directo, es el mejor alimento. Parafraseando a Júlia me despido: «Sine Musica Nulla Vita».
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