Elisa Delibes de Castro: «Mi padre no recordaba una infancia feliz, le obsesionaba la muerte»
La hija y presidenta de la Fundación Miguel Delibes inaugura este viernes, a las 20 horas, la exposición ‘Patria común. Delibes ilustrado' de la Fundació Rubió
La Fundació Rubió, conjuntamente con la Fundación Miguel Delibes y el Ayuntamiento de Maó, ha organizado la exposición «Patria común. Delibes ilustrado», que podrá visitarse del 10 de noviembre al 3 de diciembre en la Sala de Exposiciones del Claustre del Carme, en Maó. La inauguración tendrá lugar este viernes, a las 20 horas, con la asistencia de Elisa Delibes de Castro, hija del escritor y presidenta de la Fundación Miguel Delibes, que ofrecerá «Semblanza de Miguel Delibes».
¿Cuál es el origen de esta exposición?
—El 2014 o 2015, Alfonso León, el entonces director de la Fundación Miguel Delibes, creó esta exposición donde simplemente los mejores ilustradores del país, premios de ilustración, recreaban una escena de una novela de Delibes cuyo protagonista fuera un niño, como «El camino» y «El príncipe destronado», y hacían dos dibujos, uno de la escena y un retrato de cada niño. Al Instituto Cervantes le gustó muchísimo esta exposición y la llevó por doce sedes, de manera que la inauguramos en Nueva York y terminamos en Argel, o sea, recorrimos tres continentes. Este concierto con el Instituto Cervantes duró tres años y la exposición quedó en nuestra Fundación.
¿Cuantos dibujos se exponen?
—La exposición está formada por 30 cuadros y 15 textos, en total 45 piezas. Los dibujos son realmente bonitos y les acompaña un texto de mi padre que hace referencia a esta escena que inspiró a los quince ilustradores. Además, hay veinte dibujos originales de mi padre que sirvieron para ilustrar, en 1960, una edición para escolares norteamericanos de su obra «El camino».
Su padre falleció en 2010, por tanto, no la vio.
—No, mi padre no la vio. Y me hace gracia que la llamaran «Patria común. Delibes ilustrado», puesto que mi padre creo que en alguna ocasión dijo que la infancia era la patria común de todos los mortales. No obstante, él no recordaba su niñez como una época feliz, tampoco en esta exposición se dice eso, si fue feliz o no lo fue.
¿Cuáles eran sus recuerdos de esa etapa de la vida?
—Él decía, y es verdad, que cuando eres niño no puedes tomar las decisiones, si te enfadas un día, pues dices no voy al colegio, pero tienes que ir porque tus padres te obligan. En el colegio era un estudiante corriente, una familia con muchos hermanos, que eso es muy bueno, pero en una época mala, la preguerra y la posguerra, pues se pasó hambre.
Realmente una época muy difícil.
—Decía que era un hombre poco sociable, sin embargo, un cura del colegio de La Salle donde estudió que le hizo una semblanza decía que «tiene cara triste y lánguida, sin embargo Miguel es el más juguetón de todos». Era verdad, se ponía a jugar al fútbol y disfrutaba, pero vamos no recordaba la niñez como una cosa buena y, sobre todo porque decía que tenía obsesión por la muerte.
¿Siendo tan solo un niño?
—Sí, le daba muchísimo miedo pensar que las personas se morían. Él lo justificó así, ya siendo mayor, porque a los 20 años escribió una novela como «La sombra del ciprés es alargada» cuyo tema fundamental es la muerte, algo que no parecía muy normal, pero decía que era algo que le había obsesionado y agobiado siempre.
Usted es de una familia de siete hermanos, ¿cómo recuerda su infancia?
— Mi madre era el optimismo y mi padre el pesimismo y el sentido negativo de la vida, la mezcla tenía que haber salido buena y a lo mejor no salió mala. Yo tengo más de mi padre, yo soy más angustiada, más agobiada de la vida, como mi padre y otros hermanos son mucho más optimistas. Mi padre sentía que había elegido a la persona buena para que la mezcla no saliera mal.
Algunos de los libros de su padre plasman su amor por la naturaleza, hoy día ¿sería un ecologista convencido?
—En 1975, cuando ingresó en la Academia, su discurso fue claramente ecologista, en el sentido que tiene ahora mismo, porque la palabra «ecologista» no la conocíamos. Realmente, si ahora uno lee ese texto que se llamaba « El sentido del progreso de mi obra», él ya se mete con este progreso desmedido que va a acabar con todo. Él no emplea la palabra «sostenibilidad» ni emplea la palabra «obsolescencia», pero habla claramente de eso. Y los académicos se quedaron un poco helados, porque se esperaban un mensaje literario, y entonces aparece como un ecologista, cuando nadie hacía un mensaje ecologista.
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