Eduardo Pascual, profesor de Historia Moderna de la UIB y de la UNED

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El profesor de Historia Moderna de la UIB, y profesor-tutor de la UNED, Eduardo Pascual Ramos es autor de numerosos estudios y libros sobre la historia de Balears, todos de variado tema y de complicada investigación, como el relativo a la judería de Mallorca en 1391, año muy convulso, o el dedicado a Fernando el Católico, rex maioricarum, o los centrados en investigar al mundo que envolvió el Decreto de Nueva Planta. Es especialista en historia económica e institucional de Balears entre los siglos XV y XVIII, y precisamente sobre el siglo de la Ilustración trata su último libro «Estudios sobre la Mallorca del siglo XVIII, entre los cambios y las continuidades», editado por El Tall. Lógicamente tratar sobre el siglo XVIII en el área balear es tratar por la peculiaridad de Menorca, veamos algunos de aspectos de la misma.

¿Cómo se asimiló en Mallorca tener un territorio británico al lado, vamos que se veía desde el castillo de Capdepera?

—Entre el temor y el deseo de volver a reintegrar el reino insular dividido. Inglaterra establece en la Isla una de sus principales bases navales con un ejército permanente, convirtiéndola en un «enemigo a las puertas». El comercio entre Menorca y Mallorca quedaba interrumpido dependiendo de las guerras internacionales, aunque los contactos entre islas se mantuvieron. La vuelta de Menorca al dominio español siempre estuvo en los deseos de los Borbones a la espera de darse las circunstancias idóneas. A principio del siglo XIX acabó lo que podría denominarse una anomalía territorial.

La ocupación británica de Menorca en 1708 tal vez fue un gran engaño, y una astucia inglesa. Lo de a río revuelto ganancia de pescadores…

—Todo cambió en abril de 1707 con la derrota aliada de Almansa (británicos, portugueses, tropas del archiduque Carlos, etc.) que impulsó a los británicos a redoblar sus esfuerzos para alcanzar sus objetivos estratégicos en el Mediterráneo. Y Menorca era otro campo de batalla entre Inglaterra y Francia por el control marítimo. De modo que la conquista menorquina se vislumbró factible en el verano de 1708 gracias a la disposición de dos escuadras de Inglaterra y Holanda, que habían participado de la conquista de Cerdeña y tras transportar a la reina Isabel Cristina de Brunswick desde Génova a Cataluña para reunirse con su marido el archiduque Carlos.

Si Menorca no tuviera el puerto de Mahón, ¿hubiera interesado a los ingleses?

—Considero que no, ya que todas las disposiciones desde Londres estuvieron en primar a Mahón sobre el resto de municipios. Era evidente que la buena situación estratégica del puerto mahonés para aglutinar una gran cantidad de barcos y una guarnición de tropas cuarteladas todo el año eran idóneas a los intereses de los Hannover. Ni Francia ni posteriormente España volvieron a la situación anterior confirmando el acierto británico.   

Se suele argüir que el dominio británico fue más cómodo para los menorquines que el español…

—Hay pruebas suficientes para matizar esa idealización ya que la buena disponibilidad de los británicos fue violada a expensas de la voluntad del gobernador de turno. Las tensas relaciones entre instituciones y el gobernador continuaron durante todo el dominio británico aplicando un modelo de gobierno dominante característico de siglo XVIII.

El puerto de Maó a mediados del siglo XVIII

¿Hasta qué punto los jurados menorquines tenían poder bajo la bota británica?

—A los británicos no les interesó hacer demasiados cambios en el sistema de gobierno local, aunque el gobernador aplicó una política, que hoy denominaríamos de intervencionista, por facultades para entremeterse en las decisiones de las instituciones. Era obligatorio que firmara los acuerdos aprobados o de votar si había empate en la aprobación de deliberaciones de estas instituciones. Es más, controlaba la lista de los designados a cargos y podía eliminar nombres en la bolsa entregadas a los Jurados si no eran afines a las políticas desde Londres.

Durante todo el siglo XVIII la isla fue un toma y daca en el tablero de la política internacional, y no solo europea…

—Los tres dominios británicos, más uno francés y dos españoles dejan claro el gran interés de estas potencias por la Isla. En las principales paces internacionales que zanjaban las grandes guerras europeas dieciochescas (Tratado de Utrecht, Paz de Versalles, etc.) se incluía a Menorca.

Una de las obsesiones españolas y sobre todo de Floridablanca fue recuperar Menorca, la conquista con Crillón al mando fue espectacular, ¿cómo la calificaría usted?

—España siempre estuvo muy interesada en Menorca ya que en los Pactos de Familia hispanofranceses se incluía la conquista de la Isla. Pero no siempre era el momento propicio. El inicio de la guerra angloamericana o guerra de las Trece Colonias fue aprovechado por Carlos III ya que Londres concentró gran parte de su flota y ejército contra los insurrectos colonos americanos. Habría que resaltar que no fue una empresa improvisada al intervenir previamente ingenieros y el espionaje español que facilitó al éxito de la empresa militar.

Sucintamente, ¿qué temas de la historia dieciochescamenorquina nos quedan por desentrañar?

—Creo que incidir más en las relaciones que hubo entre Gran Bretaña o Francia con la Isla permitirá mejorar el complejo siglo XVIII menorquín. Los archivos británicos y franceses seguro que darán sorpresas historiográficas.

Algo que militarmente no se entiende: que los españoles fueran capaces de conquistar Menorca y no un espacio tan reducido como Gibraltar…

—Hay que recordar que la prioridad para España fue Gibraltar. En conjunto fue un fracaso militar a pesar de destinar grandes recursos, hombres y dineros. Hay que ser consciente que los franceses a menudo incumplían sus pactos de ayuda a España. Y por último, los británicos supieron suministrar regularmente de pertrechos militares a la colonia gibraltareña durante los bloqueos marítimos españoles. Este peñón siempre fue «la piedra en el zapato» para los Borbones españoles.

Ya como visitante, ¿qué destacaría usted de Menorca?

—La isla siempre es un refugio para el visitante. Para un historiador, su legado histórico es el gran atractivo, especialmente su conjunto talayótico, sus fortificaciones, castillos o sus murallas. Potenciar su pasado combinado con su paisaje y gastronomía la posiciona entre los mejores destinos para el turismo de sol y cultura.