¿De dónde nace el impulso para escribir «Ecotopía»?
—De una figura que me influenció bastante, Raimon Panikkar, a quien entrevisté para el documental «Rubber Soul», y firmó en los 70 el libro «Ecosofía». Él criticaba la ecología, aseguraba que es un business as usual, como queriendo decir que hay mucho negocio y mucho marketing. Decía que había concienciación, y que eso estaba bien, pero que había que ir más allá de la ecología. Autores como Karen Armstrong, que acaba de publicar «Naturaleza sagrada», también se pronuncian en ese sentido.
¿Qué es lo que defendían esos autores, concretamente?
—Que más que hombres estudiando la naturaleza, lo que deberíamos ser es hombres que nos ponemos al mismo nivel o por debajo de ella. Comprendiendo que la naturaleza además de algo sagrado es de donde procedemos, y que se trata de tener una actitud más reverencial y humilde con ella. La ecología está muy bien, pero la ecotopía contiene una dosis importante de idealismo y en ese idealismo está contemplar que la naturaleza es sagrada y que podemos ser capaces de escuchar las pulsaciones de la naturaleza y la tierra.
«Ecotopía» toma el título de una novela de ciencia-ficción homónima publicada por Ernest Callenbach en 1975…
—Sí, el concepto de ecotopía me gusta mucho. Y esto viene de cuando estaba con mis historias de la contracultura. Ya sabemos que la ciencia-ficción muchas veces sirve para contarnos cosas de nuestro momento y de una manera avanzada. Su propuesta era divertida, porque ya en Estados Unidos hay territorios como la Costa Oeste, donde al sur está la industria del entretenimiento y del armamento y al norte una franja más ecologista y más vinculada a la naturaleza. La novela marca esa franja, ese muro, que viene a ser como el de «Juego de Tronos», pero en vez de haber Caminantes Blancos, abajo están los humanos contaminantes con sus armas y arriba los ecotopianos, que viven en casas de adobe y se intentan montar una sociedad ideal en comunión con la naturaleza.
¿Cree que hay margen para regresar a los orígenes más naturales
—Sí, mientras tengamos la capacidad de no destrozar lo que nos queda del planeta, todavía estamos a tiempo. Ser ecotopiano es creer. Ya sabemos del calentamiento global… Pero también hay que tener cierto idealismo y confiar que las cosas se puedan arreglar. Mi idealismo tiene que ver con la gente más joven, que aunque puedan estar muy pillados con las pantallas, también hay muchos que cada vez tienen más ganas de irse a vivir a pueblos y recuperarlos, tener un tipo de vida basado en el teletrabajo, que no sea estrictamente en el centro de la ciudad y en una oficina, cultivar huertos propios. Todo eso, que pude parecer un postureo, yo lo veo como un movimiento que puede ir a más. Espero el retorno de la gente más joven, creo que ese es el camino, hay que estar en la naturaleza para comprenderla.
¿Cómo definiríamos ese movimiento?
—El movimiento del regreso a la vida rural y de estar más conectados con la naturaleza. Lo que tengo claro es que lo que importa es que sean los jóvenes quienes emprendan el regreso a la naturaleza, viviendo en ella, revalorizando algo que en las últimas décadas se ha denostado. Creo que ese es el camino, hay que estar en la naturaleza para comprenderla.
¿Considera que Menorca es un lugar idóneo para reconectar con la naturaleza?
—Por supuesto. Menorca es un paraíso. Lo triste de Menorca es el verano y la sobrepoblación de esa estación. Ya sé que el menorquín vive de este verano, pero hay que encontrar un equilibrio. A mí, por ejemplo, que no soy menorquín, pero siempre digo que he tenido un segundo padre menorquín (Jesús Moll, que estuvo casado con mi madre 40 años), ir a Menorca en invierno y en primavera es reconectar absolutamente con la naturaleza y su fuerza. No es que no me guste el verano, pero Menorca es un paraíso natural cuando solo están los menorquines y alguno más (risas).
Ecología y capitalismo. ¿Son compatibles?
—Pasado el tiempo, acabar con el capitalismo es una utopía en el sentido de que es algo imposible, con lo cual, hay que encontrar el equilibrio entre capitalismo y naturaleza. Por ejemplo, Alan Watts, que era un orientalista muy sabio, en un libro de principios del siglo XX venía a decir que no se trata de volver a lo salvaje y regresar a lo primitivo, sino de traer eso al presente y fusionar tecnología y modernidad con naturaleza. No queremos ser Robinson Crusoe, pero hay que reeducar las formas del capitalismo para entender que, sobre todo el tema de las materias primas, no debe pasar por una sobreexplotación de la tierra.
En su libro habla de un decálogo. Si tuviera que escoger una entre las diez recomendaciones que plantea, ¿cuál sería?
—Me quedaría con la cuestión de que la naturaleza está en todas las cosas y que nosotros somos una extensión de ella. Entender esta interrelación es fundamental para entrar en esta ecología superada, en la ecotopía. Si entiendes que tú y el árbol sois una misma cosa, igual no vas y le cortas su crecimiento porque te tapa la vista, por ejemplo.
¿Es optimista?
—Sí, lo que pasa es que el planeta no para de darnos muestras del agotamiento. Cada vez son más los desastres naturales que nos están respondiendo. Empezando por el pequeño virus, que no deja de ser un agente más de la naturaleza y acabando con elementos más grandes como inundaciones en el centro de Europa, terremotos en Nepal, incendios en California. Hay que ponerse manos a la obra y lo que nos toca a las generaciones que ya empezamos a ser mayores y que tenemos el control de la situación es pasar a la acción, y eso implica educar para que los que vengan ya tengan una conciencia más pura y amorosa hacia la naturaleza.
2 comentarios
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MASPERROFLAUTAS...
Reeducar suena a comunismo...