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En el marco de la vigesimonovena edición de los Premis Cavall Verd, la Associació d'Escriptors en Llengua Catalana tributó ayer sábado en Manacor un homenaje a Miquel Àngel Riera, uno de los escritores mallorquines más sobresaliente de las tres últimas décadas del siglo XX. Un homenaje más que merecido y que a mi juicio incluso se ha demorado de forma incomprensible pese a la reconocida valía de su obra literaria.

Nacido en Manacor en 1930, Miquel Àngel Riera no dio a conocer su obra poética hasta los 35 años de edad cuando publica sus "Poemes a Nai". Cuatro años más tarde se vuelca en la creación del poemario "Biografia", que no verá la luz hasta 1974. En 1972 el Ayuntamiento de Palma le concede el Premi Joan Alcover de poesía por "La bellesa de l'home". Es el segundo de los importantes galardones que Riera cosechará a lo largo de su brillante trayectoria literaria y en cuya relación figuran el Crítica de Serra d'Or de 1975 por la novela "Morir quan cal", el Nacional de la Crítica de Narrativa Catalana de 1978 con "L'endemà de mai", de nuevo el Crítica de Serra d'Or (1984) por "Panorama amb dona", el Nacional de Literatura Catalana de 1988 con "Els déus inaccessibles"; y en 1990 ve premiada su obra "Illa Flaubert" en cuatro certámenes: el Josep Pla, el Ciutat de Barcelona, el de la Crítica y el Joan Crexells.

Pese a licenciarse en Derecho, cursar los estudios de graduado social y trabajar como gestor administrativo, Miquel Àngel Riera llena su vida con una intensa dedicación a la poesía. Hasta el punto que en 1971 impulsa el nacimiento de "El Turó", colección de poesía que patrocina la caja de ahorros Sa Nostra; y en 1979 promueve otra colección: "Tià de sa Real", de la que el escritor manacorense cuidará hasta que fallece a los 66 años, víctima de un cáncer, en 1996.

La producción literaria del malogrado Miquel Àngel Riera no es muy extensa, pero los galardones obtenidos y antes mencionados avalan su calidad. Aun cuando en 1973 consigue el Premi Sant Jordi con "Morir quan cal", la primera novela de este autor mallorquín aparece ese mismo año, publicada por Editorial Moll en su biblioteca Raixa. Se trata de "Fuita i martiri de Sant Andreu Milà", de la que posteriormente se publicarán nuevas ediciones en Barcelona: en 1981 a cargo de Edicions 62, en 1988 publicada por Planeta y en 1994 por Destino.

Fue precisamente a raíz de la primera publicación de "Fuita i martiri de Sant Andreu Milà" que tuve la oportunidad de conocer personalmente a Miquel Àngel Riera. Hacía escasas semanas que me había incorporado al "Diario de Mallorca". A finales de marzo de 1973 el entonces redactor jefe, Xim Morales de Rada, me asignó la entrevista. Procuré documentarme sobre el personaje, aunque luego la entrevista casi no sería tal. Quiero decir que más que una entrevista periodística al uso (quizá media docena de preguntas y tomar nota de las respuestas en apenas veinte minutos para transcribirla en un par de folios), creo recordar que mi encuentro con Riera se prolongó durante casi dos horas. Hubo transcripción de la entrevista (porque tenía el espacio previamente diseñado en las páginas centrales) aunque no fue propiamente una entrevista. Fue mucho más, fue más bien una conversación muy agradable e interesante como hacía tiempo no había mantenido con otros escritores, con otros muchos personajes relevantes que acostumbran a salir en los periódicos.

Recurro a mi archivo de amarillentos papeles periodísticos y tengo suerte: localizo y recupero la palabra de Miquel Àngel Riera. De entrada me confesó que lo suyo era la poesía: "Pero llega un momento -afirmaba en 1973- en que te planteas una serie de cosas y necesitas aplicar o usar otras formas. En definitiva, cualquier fórmula expresiva ha de contribuir al proceso de estudio del hombre, comenzando por uno mismo". Expresión, sensibilidad, humanidad: "En mi obra -prosiguió con convicción- hay mucha carga poética. A mí, fundamentalmente, me interesa lo bello, no lo bonito. Siempre me ha preocupado la belleza del mundo como valioso producto del hombre".

Al preguntarle por la actitud que adopta el poeta ante la vida, Miquel Àngel Riera no dudó en proclamar con rotundidad que "literalmente, estoy enamorado de este espectáculo que es la vida. Por encima de todo, amo a la persona. Escandalosamente. Profundamente. Si en mi obra no se notara un olor a persona, aquélla la consideraría un fracaso". De nuevo la expresión precisa, la sensibilidad siempre presente, la humanidad como norte inamovible: "Si en un momento determinado ofreces algo, uno tiene que estar convencido de que ese algo no es un material tarado. Y para garantizar que un libro no sea tal, hay que hacer una obra profundamente humana. Que responda a una convicción particular de lo que ha de ser una novela. Personalmente -añadió-, creo que una obra debe reunir dos premisas esenciales: primero, que la obra esté bien escrita; y segundo, que posibilite la opción de alcanzar una dimensión universal. Con ello se consigue una aproximación al hombre; permite profundizar en sus problemas, estudiar su carga vital".

El poeta y el hombre de la calle. Fue otra cuestión surgida en la conversación y que Riera abordó en los siguientes términos: "Entre el poeta y el hombre de la calle existe, a mi juicio, una diferencia de intensidad. El poeta se afana por entender el mundo y entenderse a sí mismo. Es una persona que vive concentrada. El llamado hombre de la calle, toda persona, siente en principio el instinto de autosatisfacer una serie de necesidades. En esta acción se puede llegar -y de hecho se llega- a un punto extremo: el egoísmo. Yo diría, por tanto, que el poeta es respecto a entender el mundo lo que el egoísta respecto a satisfacer sus necesidades. Ahora bien; el nivel efectivo de comunicación entre el poeta y el hombre de la calle será tanto más importante cuanto más quede reflejada -en una obra- la vitalidad del ser humano. Lo malo es cuando el autor coloca cortinas de humo, cuando escamotea la mercancía. Entonces, la obra no ofrece interés".

Poesía, convivencia y sociedad. Fue la deriva final de un memorable encuentro en el que Miquel Àngel Riera subrayó que "los poetas de la llamada "Escola Mallorquina" (movimiento iniciado en el siglo XIX) sufrieron, creo yo, un defecto óptico, un defecto de enfoque: se marginaba al hombre. Autores que gozaban de una reconocida capacidad poética han pasado desapercibidos porque se limitaban a desarrollar el paisaje. Cierto poeta me confesó en una ocasión que quería dejar de escribir porque veía que su temática estaba superada". Y remató el escritor mallorquín: "No negaré que en una determinada época la sociedad tenía marginado al poeta. Este era considerado algo así como un animal de lujo, una persona que flotaba, "que vivia sense tocar amb els peus a terra". Pero esta época ha pasado. Hoy, el poeta es realista. Por su condición de investigador, tiene en sí y ante sí una realidad más atenta, muy minuciosa".

Recuerdo que para concluir la entrevista le pedí a Riera una autodefinición. Su respuesta, muy meditada, fue concisa: "Una especie excesivamente humana". Y al despedirme me obsequió un flamante ejemplar de su "Fuita i martiri de Sant Andreu Milà" y una cálida dedicatoria en la que manifestaba haberse enriquecido "des d'ara mateix, amb una bona amistat que voldria fos llarga i profunda". La dedicatoria está fechada el 30 de marzo de 1973. Sirvan estas líneas de sincera adhesión al homenaje que acaba de tributarse a Miquel Àngel Riera, autor de una obra literaria profundamente humana.