Enric Sòria
Casa as Migjorn
Fa molts anys que vinc a Menorca, i en aquest llarg temps com a arquitecte que sóc, he fet varies cases encarregades per amics, en diversos llocs de l'Illa.
Però es precisament quan m'hi he fet una casa per la meva família més recentment, quan m'han demanat que vingués a explicar-la.
Donat que al meu amic Carles Ferrater li ha ocorregut unes vivències semblants, com a enamorat de l'Illa i com a arquitecte, i com autor de casa seva, ens ho han demanat de fer-ho conjuntament. És a dir, no que expliquem alguna de les obres, si no precisament aquestes.
Per què aquesta atracció e interès per la casa de l'arquitecte? És evident que és un tema amb "morbo professional" i que ha donat per a molts estudis i monografies en el que obra i autor sintonitzen en una situació de "soledat projectual " especial en la que s'espera veure clarament reflectida aquesta tensió tan en els plànols, com en la obra.
Tant diferent és per a un arquitecte fer una casa per a un client, o fer-la per si mateix? On es pot establir i mesurar la diferència?
Durant la seva vida professional, un arquitecte projecta obres per altres permanentment i nomes ocasionalment per si mateix, i en alguns casos això no passa mai.
En aquesta dedicació nostra, si hom s'estima la professió, s'ha adquirit experiència i estàs mitjanament dotat, en qualsevol encàrrec sempre ho dones tot, fent pròpies les demandes que els altres et fan, i al final ocorre que defensem l'obra que projectes pels altres també com a pròpia.
On estan doncs les diferències?: Es pot dir que en la majoria d'encàrrecs a pesar de tot, l'arquitecte rep decisions precises que ha d'assumir, en les que no hi ha tingut cap opció: la tria del solar, els recursos per fer l'obra, les determinacions urbanístiques, l'entorn, el programa funcional o arquitectònic. De fer-ho per a un mateix, la intervenció en la tria del lloc, és directe, la definició de la casa que vol habitar està plena de desitjos indestriablement personals i familiars i els gustos sobre sistemes i materials estan arrelats en la pròpia cultura professional, per no dir l'administració i ús dels propis recursos.
Una altra deriva del tema sobre la casa de l'arquitecte, es la decisió de si es fa una casa de nova planta en un solar buit, o n'ocupa una d'existent, consolidada en el seu entorn rústec o urbà.
És evident que aquesta decisió té mes sentit, quan hi ha una certa oferta de cases "antigues", disponibles i acompanyades d'una "cultura" arquitectònica local reconeguda, fenomen que a Menorca és present.
Aquesta deriva " casa nova o vella", també entra en el debat abans assenyalat de la "casa de l'arquitecte". Però hi entra d'una manera més indirecte en tan la " tensió " projectual queda amagada o recollida darrera la presència anterior, històrica, de la casa escollida per a viure.
Col·loquialment, quan un arquitecte és interpel·lat sobre aquest tema, hem pogut sentir expressions com: Jo, una casa nova? Quina peresa!. Quan me'n vulgui fer una, te l'encarregaré a tu.
Carlos Ferrater
el Bouer
En el mes de marzo del año 1991, en plenas obras olímpicas, gracias a Agustín Petschen, un buen amigo de Menorca y a su mujer Mari Paule Girard, conseguimos comprar unas antiguas boyeras en Son Aiet, una zona de huertos en el camino de Sant Joan de Missa, donde se congregan los "cavallers" de las famosas fiestas de Sant Joan de Ciutadella. Era un lugar de campos y muros de piedra que encerraban huertos en producción, árboles frutales y pequeñas construcciones adosadas a los muros. Un paisaje de plenitud y vida. En unos meses los acondicionamos someramente y pudimos pasar de forma precaria aquel verano del mismo año 91, aunque fue en el verano del 92, recién acabadas las obras olímpicas cuando pudimos, acompañados de la familia y amigos, empezar a disfrutar de unas espléndidas vacaciones, ya no interrumpidas ningún verano hasta el día de hoy.
En el año 95 tuvimos necesidad de ampliar la vivienda inicial. Siempre he evitado proyectarme una casa individual, no sé si por un excesivo espíritu crítico o por un cierto pudor de mostrar una realización en la que mis apetencias y preferencias se manifestaran sin tapujos. Sin embargo siempre hemos vivido y trabajado en edificios pluri-familiares o colectivos realizados por nuestro estudio, pero en ellos siempre se puede transferir la responsabilidad de las soluciones del proyecto a otros usuarios desconocidos. Sería como preferir una cierta estandarización de lo colectivo, frente a lo específico e individual.
Es posible que fueran estos encontrados sentimientos los que nos llevaran a plantear la nueva construcción en Menorca como un pabellón de invitados, aún a sabiendas de que también se convertiría en refugio y lugar de aislamiento, sobre todo en invierno, debido a sus buenas condiciones constructivas. Su carácter casi de cueva, y al tiempo de una cierta sofisticación lo han hecho ideal como lugar de concentración y trabajo. Creo que mis mejores proyectos, las oposiciones a profesor titular o a la cátedra y la práctica totalidad de mis escritos y publicaciones, incluida ésta misma, las he realizado en el interior casi monacal de este pabellón.
Ante la dificultad de plantear el proyecto como una continuación de la arquitectura vernácula de las boyeras adyacentes, que hubiera fácilmente podido caer en el folklore, ni tampoco adoptar una postura radical y de imposición "moderna", un tanto ajena a la fragilidad del paisaje rural, decidí iniciar la intervención en un pequeño recinto para animales en la zona norte del "hortal" junto a la entrada. Era un conjunto de mojones de piedra basta de "marès" encalados, que en Menorca constituyen la base de muchos rústicos cercados o "tanques". Construimos otros mojones entre los existentes, algunos se unieron hasta convertirse en muros, otros se levantaron para soportar parras o vigas de madera que no aguantarían nada. Así se fue completando un recinto, como unidad espacial semi abierta, que permitiría construir en su interior.
Cuando acabamos esta primera intervención en el recinto, iniciamos en su interior la construcción de los muros del pabellón. Esta transcurrió sin planos, únicamente, con la numeración y el ensamblaje de unos pocos materiales, con lo que la siguiente cuestión fue la búsqueda y definición de los elementos constructivos, empezando por el material básico, la piedra de marés.
Fue Leticia Lara la que nos informó de que acababan de abrir una nueva cantera de la que se extraía un marés más compacto y entero que en las restantes. Asimismo nos aconsejó que esperáramos a superar la profundidad de 4 o 5 metros, pues por encima de esa cota la piedra estaría excesivamente meteorizada. Así lo hicimos y de esta forma obtuvimos 132 piedras "rodones" de un espléndido color dorado, semejante al de los palacios e iglesias de Ciutadella.
Finalmente con la ayuda de mis hijos, Lucía y Borja hicimos el replanteo con el maestro Aguilera, comenzando la construcción del muro.
Las piedras de 60 x 40 x 33 cm, fueron combinándose a partir de un corte a ¼, para conformar el muro exterior del porche de acceso y del patio posterior. La combinación restante, con una cámara de apenas 2 cm., se utilizó en el tramo interior de cerramiento. Después vinieron las 17 semi-vigas de hormigón, y las 200 bovedillas curvas y 84 rectas de tierra cocida, típica de las bóvilas de la vecina isla de Mallorca que compusieron, vistas, el techo del pabellón. Un entarimado tratado al autoclave en el suelo, las carpinterías y dinteles de madera de iroko, como los tableros y unos contrachapados para el revestimiento interior y el mobiliario, dieron fin a la construcción.
Resultó un acogedor espacio interior, ventanas a sangre que recortan el paisaje próximo del recinto y lejano del bosque, pequeñas perforaciones cilíndricas cenitales que iluminan los espacios sirvientes, un pequeño patio al fondo que recorta el cielo y favorece la ventilación cruzada y todo ello unido a la fuerte presencia en el exterior y en el interior del aparejo de piedra de marés.
Los materiales gozan de su propia expresión, sin acabados.
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