La masa consume cultura como quien se bebe una Cola-Cola en una sosegada mañana de domingo. Dos minutos son más que suficientes para dejarse llevar por la chispa de la vida. Esos dos mismos minutos de un domingo cualquiera -como el de hoy- son, como les cuento, los que emplean miles y miles de personas para echarse un trago del brebaje de fórmula secreta. Tiempo idéntico al que invierten otros tantos miles de individuos arremolinados frente a una obra de arte.
Dicho de otro modo, en el presente la visita a uno de los grandes museos del mundo comprende cuatro comportamientos imprescindibles: 1. Hacer una larguísima cola. 2. Pagar la entrada (tras una media de una hora a la intemperie, dato -obviamente- variable según temporada). 3. Ver -que no contemplar- las pinturas "estrella" del espacio. 4. Salir pitando, previo paso por caja de la tienda de merchandising de rigor por aquello de recordarle a tu entorno más cercano lo de "yo estuve allí" cuando alguno de ellos se dé de bruces con los imanes de tu nevera. No cabe aclarar que el hecho de "salir pitando" se debe a continuar con el periplo que -como si de un ritual se tratara- se anuncia a modo de peregrinaje museístico obligado para cualquier turista que se precie. Nueva York, Londres, París, Amsterdam o Berlín aguardan al perfil de visitantes estereotipados para rentabilizar al máximo sus productos artísticos.
Com més mar, més vela
Museology 3.0, cuando dos minutos bastan
16/02/12 0:00
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