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Toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten". No lo digo yo, lo dice la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948). Garantizar el acceso a la cultura de los individuos es un deber de los gobiernos. Una responsabilidad que corresponde en primera instancia al ámbito local aunque muchos consistorios crean aun que con ellos no va la cosa. Si la política cultural tiene como fin cubrir las necesidades culturales de la población y reforzar con ello el bienestar social, ¿qué mejor modo que asentar sus bases mediante una estrategia lo más cercana al ciudadano?

Pese a habitar en un mundo congestionado por la globalización, los medios de comunicación apuntan hacia la noticia de cercanía. Es obvio que un lector tiende a tener más interés por lo que suceda al lado de su casa que por la erupción de un volcán a más de 10.000 kilómetros de distancia. Este principio nunca falla. El profesor de Periodismo de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad de Santiago de Compostela, Xosé López García, señala que: "Mientras avanza la globalización o se multiplican las redes que facilitan la intercomunicación en tiempo real, el valor social de la información de proximidad también aumenta".

En este sentido, la Agenda 21 de la Cultura, aprobada en Barcelona en 2004, fue el primer documento, con vocación mundial, que apostó por establecer las bases de un compromiso de las ciudades y los gobiernos locales para el crecimiento cultural. Cuanto más cercano le resulta al sujeto un proyecto cultural, más posibilidades tendrán sus gestores de lograr una exitosa interacción entre público y producto.

Viene ello al caso porque pese a que la tierra es fértil aún carecemos de muchos labradores. El escritor John Hawkes defiende que "los retos culturales presentes en el mundo son demasiado importantes para no ser tratados de la misma manera que las otras tres dimensiones del desarrollo (la economía, la equidad social y el equilibrio medioambiental)". El Foro de las Industrias Culturales, celebrado el pasado año en la Ciudad Condal, arrojó datos que no han de pasarse por alto como que la cultura supone el 2,6 por ciento del PIB de la Unión Europea. A este lado poco sabemos de cifras, pues a los consumidores nos interesan los intangibles. El verdadero valor cultural es inmaterial, y los expertos no descartan una inversión en masa hacia el sector. Mientras que lo nuestro es la economía doméstica con aquello de "póngame cuarto y mitad de cultura"; los inversores abogan por ésta para salir de la crisis y para echar por la borda el modelo económico que nos ha hundido el barco. Al respecto un acertado analista afirma: "Estamos asistiendo al desmantelamiento del estado del bienestar, por eso, hay que salvar los muebles". Aunque a algunos ya no les queden ni paredes...