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Como cada jueves el protagonista de esta historia se levantó para ir al Insti. Tenía 16 años, era un poco presumido y estaba cursando primero de bachillerato. Al acabar las clases, no sé muy bien qué hizo, pero imagino que fue a casa a comer, descansó un poco, acabó los deberes y se preparó para salir a pasear por el barrio con sus amigos.

Seguramente pasearon y comentaron algunas cosillas sobre las chicas y que si aquel amigo había hecho tal cosa o había dicho tal otra. Tenían un balón y jugaron al futbol. Lo pasaron bien, como siempre. Después se sentaron a descansar dispuestos a hacer tiempo hasta que llegase la hora de ir a cenar.

Nuestro querido protagonista empezó a sentirse mal. Se mareó y cayó al suelo. Sufrió una parada cardíaca. Sus amigos corrieron en busca de ayuda. Uno –que era auxiliar de enfermería– le atendió; otro corrió en busca de un teléfono para llamar a una ambulancia –eran las 20:57 cuando consiguió hacer la llamada–; y otro corrió todavía más en busca de la Guardia Urbana.

Los efectivos de la Policía llegaron a las 21:13. Cuando vieron el estado en el que se encontraba la víctima llamaron de nuevo al Servicio de Emergencias Médicas que todavía no había acudido al lugar de los hechos. La primera ambulancia llegó 26 minutos después de la primera llamada – las ambulancias tardan 12 minutos de media– y aunque consiguieron mantener el cuerpo con vida hasta las 21:36, cuando llegó la ambulancia que realmente necesitaba mi amigo –una ambulancia con desfibrilador y personal formado específicamente– poco pudieron hacer. Badre Benahsaine murió día 2 de diciembre de 2010 a las 22:08 horas.
Según la declaración de Antonio Huete, médico especialista en neurocirugía y neurología –hecha pública a través del periódico "El Público"– si la ambulancia hubiese llegado a tiempo, Badre habría tenido un 90% de posibilidades de sobrevivir.

Badre no tuvo la opción de abandonarse a esas 90 de cada 100 posibilidades que le habrían permitido estar hoy, aquí, conmigo escribiendo a cuatro manos alguna historia sobre ese bonito, apasionante y no siempre cómodo barrio de El Raval.

Seguramente –como en alguna otra ocasión, que nunca olvidaré– habríamos escrito y hablado, o hablado y escrito, sobre la amistad –sus historias acababan siempre con un llamamiento a tan preciado tesoro, sus amigos saben muy bien a qué me refiero–, o sobre la pobreza– siempre había algún personaje pobre en sus propuestas, solían aparecer como personas tristes que al final de la historia descubrían la felicidad a través de cosas que no tienen precio–, o de la otra cara de la moneda que erró –Badre se equivocó en diversas ocasiones, lo sabía y lo sufría–, o del amor –tema apasionante durante la adolescencia y para algunos afortunados durante toda la vida–, o de los estudios –tema que a Badre le preocupaba, a su manera, pero le preocupaba; y era listo, muy listo–.

Siento un profundo dolor que solo podrá menguar con la medicina de la Justicia. Quiero que quien se equivocó lo admita y se disculpe; y no solo estoy hablando de los Servicios de Emergencias Médicas, estoy hablando de la información falsa que se ha publicado al respecto, estoy hablando de cómo los Mossos d'Esquadra trataron a familiares y amigos en el lugar de los hechos, y estoy hablando de no dejar que una muerte injusta pase desapercibida.

Inevitablemente la pregunta de si estas cosas también suceden en el resto de barrios de la ciudad se plantea en la mente de muchos vecinos de El Raval. La respuesta es evidente.

Me gustaría que esta historia se hubiese escrito a cuatro manos, que Badre hubiese tenido la oportunidad de escribir la historia de su vida y que esta historia hubiese empezado así:

"Badre entró en clase de teatro una tarde de principios de otoño acompañado de algunos de sus amigos. No sabían muy bien a lo que iban y tampoco entendían muy bien qué les estaba pidiendo Aina. Pasaron unos meses durante los cuales se establecieron una serie de rutinas focalizadas en la medición de fuerzas. Todos marcaron terreno y una vez aclarado este punto consiguieron que afloraran nuevas rutinas destinadas única y exclusivamente a la creación del espectáculo de final de curso. Afortunadamente casi toda su energía se centró en lo que estaba ocurriendo encima del escenario. No fue fácil, pero sí bonito…".

Como en la mayoría de mis relatos el final habría sido feliz, esperanzador, pero esta vez no ha podido ser así. Me duele en el alma que Badre tenga que ser el protagonista de una historia con final trágico. Solo espero que hechos como este no vuelvan a suceder. Empecemos hoy, por favor, a no permitir que se quebrante bajo ningún concepto la ley del Respeto.