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Quedamos con el escultor Leonardo Lucarini (Bilbao, 1946) en un de sobras conocido bar en pleno centro de Maó. A pesar de conocerle, solamente, de haber hablado por teléfono una vez y para concertar esta entrevista, su bonhomía y sencillez se percibe nada más cruzar la vista con él al saludarle. Una sensación que se va reafirmando a medida que avanza la conversación, amena y afable, sentados en un sofá en un rincón del local. Agradecido por el interés hacia su obra, Lucarini abre de par en par unas puertas que permiten conocerle algo más.

¿Cómo empieza su relación con Menorca?
Mi relación con Menorca es muy sencilla. Mi pareja había estado aquí el año anterior, porqué aquí tenía un familiar, y me dijo que era maravillosa. Y fue cuando vine por primera vez, en el 1985. Y me entusiasmó.

¿Por qué?
Por el misterio que tiene Menorca. Conozco a muchísima gente que se enamora hasta las patas y hay gente que la odia a los quince días, y no entiendo por qué. A mí me caló, de repente, muchísimo. Después, a lo largo del tiempo, ha ido mejorando mi opinión. Ha sido mucho más fácil encontrar amigos, el paisaje, todo lo que es la sociedad, que a mi me interesó mucho. Y el cómo una Isla podía ser como un continente, porque es una sociedad completa, con sus industrias, sus estudiantes. Todo el compendio de la economía daba lugar a cosas que me interesaban. Había teatro, ópera, música, conciertos. Todo eso iba sumando puntos para encontrarme todavía mejor. Ahora hace 18 años que me compré la casa en la que vivo y no tengo ninguna intención de marcharme.

¿Cuándo y por qué decide instalarse en Menorca?
Pues fue en el segundo año de venir, que con mi pareja ya decidimos que al jubilarnos nos vendríamos aquí. Y es una meta que se ha cumplido. Una meta que tiene muchos años de carrera y que nos ha hecho absolutamente felices el poder realizarla.

¿Cómo es el cambio entre el norte de España, en Bilbao, con una Isla como esta, tan local?
Todo es local, porque yo vivo en Bilbao, y todos y cada uno tenemos un sistema de vida que es lo mismo: nos levantamos, vamos a trabajar, comemos, volvemos a trabajar e igual salimos un poco luego. Es la misma rutina. Con la diferencia de que aquí, doy una patada y me encuentro con un paisaje maravilloso. Y me encuentro maravillosamente bien en todos los ámbitos en la Isla, y eso es muy importante para poder vivir. Además, estuve viviendo en Barcelona 18 años, con lo que me es muy fácil localizar el idioma.

La obra de un artista cambia en función de dónde se encuentra, por las influencias, la inspiración que ofrece cada lugar. ¿Qué inspira esta Isla a nivel artístico?
Yo tengo muchas esculturas en las que me he inspirado en Menorca. Una de ellas está en el Teatre Principal, "Amanecer", que es una especie de cíclope que se abre en una roca, que se estira en un amanecer. Eso me lo inspiró mi primera vez que vine en barco a Menorca. Entre la niebla, cuando fuimos a entrar en el puerto, me encontré con La Mola, una masa enorme de roca, y los rayos incidían allí, como si saliese de un sueño. También tengo "El bañista" que es la serenidad que había en las playas de entonces, cuando estabas allí, con la gente, tranquila, el mar calmo. Y hay más obras que expresan mi simbiosis con Menorca. Además, yo tengo antecedentes italianos, mis antepasados nacieron en Pietra Santa, frente al Mediterráneo, un mar que provoca en mí una tranquilidad y una felicidad increíbles. También me gusta el norte, por supuesto, pero aquí soy muy feliz haciendo muy poco.

¿Cómo definiría su obra?
Es mediterránea y es vasca. O sea, que tiene el punto sensual, tiene un punto maternal y tranquilo, y también la fortaleza que da el movimiento. Procuro que todas mis esculturas tengan una sensación de movimiento, es la manera de provocar una emoción diferente.

Una de sus piezas más conocidas en Menorca es la Sirena Mô, en el puerto, que se ha convertido en un símbolo de la ciudad...
Sí, y me alegro mucho de ello. Además, su nombre, Mô, escrito así, se ha convertido también en un símbolo. Y crea mucha satisfacción. Es una obra muy bonita, muy amable. Y volvemos a lo mismo, aunque (la sirena) está sentada, está en movimiento, tiene toda la intención de tirarse al agua.

Sin embargo, con una expresión un tanto nostálgica...
Evidentemente, porque está fuera del agua.

Es decir, que ansía estar en el mar...
Exactamente. Está varada y es la sensación que da. Aunque más que tristeza es serenidad.

¿Esa ansia de Mô refleja el amor del menorquín por el mar?
Sí, claro. El menorquín y el mar tienen una simbiosis absoluta, porque le queda muy poca tierra para desarrollarse y tiene el mar ahí, muy cerca. Y es curioso el síndrome de la insularidad, que la tienen los que vienen de fuera. El isleño no tiene tanta ansia de salir. Bueno, no la tenía, ahora con los tiempos pasados, la gente ambiciona conocer otros mundos.

Usted viene de una larga saga de escultores, ocho generaciones. La de su familia es una larga tradición escultórica...
Es una situación tan genéticamente arraigada que el arte es consustancial a mí, en todo lo que hago, lo que digo, lo que veo, lo que pienso. Pero no soy pesado con el arte. Con mis amigos nunca hablo de mi obra y cuando estoy con un colega artista, siempre me gusta hablar de su obra y no de la mía. Aunque los artistas somos muy especiales, y me incluyo aunque no creo ser así, el artista es bastante egoísta con sus colegas.

¿Por ser competencia?
No lo sé, es algo sistemático. No hay ninguna razón de envidia.

Si uno vende, el otro quizá no...
No tiene nada que ver, porque mis esculturas no pueden competir con otras. No compiten, o eso creo yo. Son las mías, son como son, y no puedo competir con otros escultores, o abstractos, o figurativos. Porque la mía tampoco es una escultura exactamente figurativa, sino que es una obra figurativa pero pasada por el tamiz de los tiempos en que vivimos, de simplificar cantidad de detalles. No es equiparable a otras.

Va por gustos...
Sí. Y es que además, el arte en general, tiene un problema de enfoque. Hemos enfocado mal al público a la hora de que acepte las obras. La gente, en general, cuando mira una cosa, arte, suele decir: "No lo entiendo". Y eso no tiene lógica. El artista crea para que lo veas y para que tengas una reacción, la que sea, pero una reacción. Al decir que no lo entiendes niegas la realización de la obra. No se concibe la posibilidad de que entiendas la escultura, simplemente hay que mirarla. Y te gustará o no, te provocará ira, cariño, un sentimiento. Y eso es lo que, muchas veces, el público no entiende. No es entender o no entender, no hemos nacido entendiendo, hemos aprendido a ver las cosas.

¿Falta de cultura artística?
No, no necesariamente artística. Porque yo he conocido a gente que no tenía ninguna cultura y hacía obras maravillosas. La gente va mal cuando dice que entiende o no entiende, no hay que entender, te tiene que gustar o no gustar, la puedes odiar, te puede impresionar, o sencillamente, dejarte sin ningún interés.

¿Cómo describiría la producción artística que hay en Menorca? ¿Hay mucha, poca, buena, no tan buena?
Hay de todo. En pintura, hay muy buenos pintores, en todos los géneros. Y en escultura, la verdad es que no conozco mucho, hay cosas que me gustan, cosas abstractas. Pero hay otras que creo que no están suficientemente estudiadas. Hay autores a los que les vale todo, que no se esfuerzan en hacer cosas, no se plantean el hacer cosas. Hacen una raya y ya se creen que es válido. Pero eso sólo es válido para los genios, y los genios nacen, no se hacen. Pero de los artistas menorquines que yo conozco, todos relatan muy bien cómo es Menorca, sobre todo los abstractos, que tienen una cosa muy interesante, que casi todos tienen la estructura del color y las formas muy parecidas al paisaje, de las piedras, los caminos de la Isla.

¿Qué trabajos tiene entre manos en estos momentos?
Pues tengo varios proyectos. Hay uno que está pendiente de hacer, aquí en Menorca, que es la obra más importante de mi vida, en cuanto al concepto. Es abstracta, se llamaría "Minorica Eterna". Me hubiese gustado haberla realizado ya pero esta crisis lo ha dejado en 'stand by'. De momento son bocetos, maquetas, planos, y sería un retrato de Menorca. Es muy visual, enseguida se ve de qué va, es muy grande, de 14 metros de altura. Y no diré más porque sino las cosas se gafan.