Para empezar he de precisar que dicha convicción, a pesar de estar muy extendida, no es del todo cierta. La mayoría de los expertos coincide en afirmar que los adultos regularmente escolarizados tienen ventaja a la hora de aprender una segunda lengua -o tercera, en el caso de los bilingües- a nivel morfológico y sintáctico, ya que entienden y retienen más fácilmente conceptos tan enrevesados para un niño como que "el imperativo del árabe no sólo lleva desinencias verbales al final, sino también un prefijo". ¿Cómo explicar semejante cosa a un chaval que no sabe qué es un imperativo, ni una desinencia, ni un prefijo…?
El problema principal para un adulto -escolarizado y con una cultura media, repito- a la hora de aprender una segunda lengua no estriba ni en su morfología (la composición de las palabras) ni en su sintaxis (el orden en el que éstas se disponen en el interior de una frase), sino en su fonética, es decir, en reproducir con un mínimo de credibilidad la entonación y los sonidos de los que consta dicha lengua.
¿Que por qué? Pues porque los adultos somos mucho más "duros de mollera" que los niños. Vamos por la vida con un montón de prejuicios y manías de todo tipo que lo único que hacen es estorbarnos a la hora de aprender una segunda lengua. Por ejemplo, una madrileña que sepa pronunciar correctamente francés no debería experimentar ninguna dificultad para verbalizar la LL catalana. Entonces, ¿por qué la misma presentadora que sabe decir a la perfección "El veterano actor francés Daniel Auteil (cuyo apellido termina en dicho fonema) ha sido nominado doce veces a los premios César" se empecina en perpetrar una y otra vez aberraciones como "MaragaL", "SabadeL" o "Yeida"…? ¿Por qué un andaluz de Sevilla está totalmente convencido de ser incapaz de pronunciar una Z propiamente dicha cuando lo único que hace falta para ello es meter la punta de la lengua entre los dientes y soltar un poco de aire? ¿Es que no tiene lengua?, ¿es que no tiene dientes?, ¿es que no le llega el aliento? No, es pura y simplemente un prejuicio absurdo e invalidante. En fonética, como en casi todo en la vida, querer es poder.
Lo primero que hay que hacer para aprender a pronunciar correctamente una segunda lengua es sin duda escuchar. Escuchar cómo la hablan los nativos con la mente libre de prejuicios, sin intentar reducir sus fonemas o sonidos al pobrísimo repertorio de 25-30 en los que se basa nuestro propio idioma. Por ejemplo, muchos visitantes de París miran con desprecio -no exento de cierta frustración- el hecho de que el francés tenga dieciséis fonemas vocálicos, lo ven como un capricho, sin llegar a entender que para un oriundo de allí es tan diferente una E abierta de una cerrada como para nosotros podría serlo una E de una A. ¿Me entenderíais vosotros si os digo que ahora mismo me apetecería tomar un poquito de "caso" en lugar de un poquito de "queso"? ¿A que no? ¡Pues entre una y otra palabra no hay más que un fonema de diferencia…!
profesora de Lengua y Literatura castellanas
CEPA Joan Mir i Mir
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