Desde su invención por Simon Kuznets hace casi un siglo, el PIB (Producto Interior Bruto) es la medida económica más conocida y utilizada para reflejar -en un solo número- la riqueza de un país o de una región. Desde entonces, y periódicamente, las sociedades avanzadas nos tomamos regularmente la «temperatura económica» que esa cifra resume, y lo hacemos como si de un termómetro clínico se tratase. Observamos, de esta forma, actividad febril o, por el contrario, que ésta se desploma o congela. Por eso, el resultado oficial, y su evolución temporal en forma de gráfica, se ha convertido en el alimento básico de los titulares más llamativos de periódico, es apertura de los telediarios y de los noticieros de radio y se incorpora, inmediatamente, al debate social y político. «El coronavirus provoca un descalabro de la economía balear (-24%)», «Balears es la Comunidad que más crece después de la pandemia», «El PIB insular por habitante desciende en el siglo XXI»...

Nos guste o no –y a pesar de las críticas de su propio inventor («no es buena medida del bienestar»)-, se ha convertido en nuestro principal instrumento para juzgar nuestro atractivo como economía y como sociedad. Y la economía –eso que el PIB intenta medir- es como el aire: lo necesitamos, está en todas partes, aunque no la veamos. Además, la ciencia económica –cómo ocurre en la Física- también tiene su propia teoría de la relatividad: La riqueza – o la pobreza- son relativas y dependen de qué, quién y cómo se comparen. Por ejemplo, varios países, o regiones, pueden tener -y tienen-, similar «PIB per cápita», pero muy diferente poder adquisitivo -en la adquisición de vivienda o en la cesta de la compra– o distinto trato tributario. Por eso los sesudos economistas, y las revistas afamadas como The Economist, enfatizan que el PIB es cada vez más pobre como medida de prosperidad y que ni siquiera es un indicador fiable de la producción, hay cosas que no mide e ignora. Ignora, nos recuerdan entre otras, el efecto sobre el medioambiente, la existencia de deuda o la calidad de la actividad que mide.

Aún así y mientras llegan los nuevos indicadores de bienestar, y como ocurre con el termómetro médico, ese instrumento que mide el valor de bienes y servicios -finales, legales y declarados- y en un periodo determinado, sigue siendo un invento útil, y nos permite seguir la evolución económica en conjunto o la de sus principales ramas de actividad.

Así las cosas, y con estas cautelas, podemos intentar analizar el Producto Interior Balear -también PIB- y el camino que han seguido sus ramas de actividad en este siglo, según la Contabilidad oficial del INE. El avance del PIB en Balears alcanza los 35.465 millones de € (x 2,1 desde el año 2000), lo que se traduce en un PIB por habitante de 29.603€, casi equidistante a 8.832 € de la cabeza (Madrid) y de la cola (Andalucía). La rama que más ha crecido, con diferencia, es la de actividad inmobiliaria (x 5,07), pasando de 975 millones de euros en el 2000 a 4.953 millones de € en 2022. En sentido inverso, destaca la rama de Agricultura y Pesca, que supone sólo un 0,54 de lo que era a principio de esta centuria. Sin más comentarios, como alguien ha dejado bien escrito, lo que revela el PIB es sugestivo, pero lo que oculta es vital.l