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En algún momento a alguien se le fue de las manos. Como acostumbra a pasar. El invento más sublime que ha hecho el ser humano, después de la rueda, es el balón. Nunca una cosa tan insignificante como una bolsa de aire ha hipnotizado a tanta gente hasta límites insospechados, como mínimo en cada partido 22 individuos corren detrás de él. Con el paso de los años el deporte ha pasado a ser un negocio en el que hasta el más mínimo detalle debe ser rentable. Por eso los balones han ido evolucionando rompiendo, según cuentan los que todavía creen en Papa Noel, las barreras del efecto, la altura, el giro... a base de darle una forma que, aseguran los expertos, no termina de ser redonda.

Cuando empecé en esto del fútbol corríamos detrás de unos 'Mi casa' duros como una piedra hechos a base de mucha ilusión, seguro, y alguna piedra. En realidad, con lo cafres que éramos por entonces, seguro que la piel era de algún animal que hoy en día debe correr peligro de extinción. Recuerdo que con motivo del Mundial de Francia'98 Adidas sacó un modelo que aseguraban que cortaba el viento y que sólo con golpearlo el esférico iba donde apuntabas. Yo diría más bien que tenía tendencias suicidas y que se sentía atraído por los cristales porque, todavía hoy, andan por Alaior buscando a un gamberrete que era algo así como el rompedor de cristales oficial. No es mi culpa, el balón cortaba el viento demasiado bien.

A partir de ahí las marcas se volvieron locas y pareció que apostaron por inventarse el balón menos cómodo para jugar. El año pasado los futbolistas y los futboleros acusaron los estragos del Jabulani, una pelota dedicada al Mundial de Sudáfrica cuya trayectoria era imprevisible. No faltaron las quejas, sobre todo de los porteros, ante la voluntad propia del esférico cuando de golpe subía, bajaba, se iba a comprar el periódico, te echaba la quiniela y qué sé yo.

A veces tengo la impresión de que hay gente que manda en algún lugar que se empeña en estropear el deporte, y en este caso el fútbol, sazonándolo con normas poco eficaces, politizando equipos y colores y exagerando en exceso celebraciones.

Recuerdo con mucha nostalgia cuando en el patio de colegio jugábamos por diversión, sin marcador, sin árbitro, a veces con una bola de papel de aluminio y la recompensa, cuando tenías mucha suerte, era que la morena, que por entonces era la más guapa de la clase, te miraba. Entonces tú eras el mejor jugador del mundo.