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El Menorca Bàsquet ha descendido a la LEB al término de la temporada 2010-11 como último clasificado de una Liga de 34 jornadas, con una diferencia de dos victorias respecto a la zona de permanencia.

En un campeonato largo en el que prima la regularidad los números finales son escasamente contestables. La limitada plantilla del Menorca le ha conducido al descenso, si bien es cierto que en la mayoría de encuentros el equipo ha podido competir y tener opciones hasta el último cuarto. Pero al haber perdido casi todos ellos es evidente que su calidad daba para poco por más que el esfuerzo y la actitud del grupo, intachables.

El Menorca ha sido el segundo peor ataque de la Liga pero en defensa ha tenido a tres equipos peor situados. Durante el campeonato ha sido el único que nunca ha podido enlazar dos victorias seguidas, y su peor racha fueron once derrotas consecutivas. Ha sido el peor equipo en tiros de dos, el cuarto más flojo en triples y el segundo más débil en rebote defensivo.

A nivel individual los jugadores, todos, superan la evaluación de actitud, de compromiso y esfuerzo que han puesto de manifiesto especialmente los dos últimos meses cuando el descenso ya se antojaba prácticamente inevitable. Otra cosa es, sin embargo, su aportación más tangible en los encuentros.

Más allá de los puntos de Donaldson, que ha finalizado en el top-ten de los más valorados, el Menorca sólo ha tenido como elemento destacado a Diego Ciorciari, tercer mejor asistente de la Liga. Ha habido jugadores que han ido de menos a más, tal es el caso de Limonad o Sanders, y otros de más a menos, como el propio Ciorciari o Caio Torres. Los elementos más importantes del plantel, Donaldson, Radenovic, Victor o Limonad, no han marcado las diferencias que necesitaba una plantilla limitada como la del Menorca. Y en cuanto al resto, Urko, Servera, Huertas, Diego Sánchez o Caio Torres,han hecho cuanto han podido pero en todo caso, ha sido insuficiente para mantener el nivel de los titulares y el equipo, generalmente, siempre se ha resentido. Al final, como suele suceder, la clasificación no engaña.