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Miguel Juan Urbano
Lamont Randpolf, Sitapha Savane y Chris Moss han sido los americanos que más grato recuerdo han dejado en Menorca desde que el club alcanzara el profesionalismo hace ya tres lustros. El primero ejemplarizó la estampa de un profesional íntegro en aquel partido en Córdoba en el que vomitaba en los tiempos muertos pero seguía en la pista pese a incubar un proceso gripal. El segundo, senegalés procedente de la Armada yankee, encandiló por su poderío físico en la cancha, su estampa atlética y su proximidad con la afición. Russel Millard, aquel pívot blanco que hacía de todo y todo lo hacía bien, o Everet Stephens, un lujo para la vista por su maravillosa técnica, recogieron merecidos parabienes durante sus fugaces estancias en la Isla, pero sólo Chris Moss ocupa un lugar destacado en la historia del Menorca Bàsquet.

Llegó en el verano de 2003 sin hacer ruido y se marchó cinco años después sin levantar la voz tras ser obligado a salir del templo mahonés con contrato en vigor. Cobijado en una timidez exagerada, Moss creció en la Isla física, técnica y tácticamente. Curro Segura fue su principal valedor y el pívot de Columbus su más fiel aliado mientras estuvo a sus órdenes. Moss fue el jugador más valorado del equipo a pesar de sus lagunas defensivas, y con él el Menorca ascendió al Olimpo nacional de baloncesto y se mantuvo temporada tras temporada.

Inevitable evocarle hoy.
En cinco años de estancia en Menorca, Moss se granjeó el cariño de la grada a base de regularidad en la cancha y compromiso fuera de ella. En cinco años no generó una sola polémica que trascendiera a la opinión pública, ni siquiera cuando fue despedido este pasado verano, aunque quién sabe hasta dónde fue capaz de negociar su agente para pactar la rescisión. Moss nunca tuvo un familiar fallecido repentinamente ni un aeropuerto americano bloqueado por la nieve que retrasara sus vacaciones. Jugó lesionado en más de una ocasión y en el parquet sólo se le recuerda un cruce de cables en León hace un par de años que no tuvo ninguna consecuencia.

En el verano de 2005 se le insinuó la opción de recurrir a una argucia legal para conseguir su rápida nacionalización. No lo hizo pero el club, de acuerdo con el entrenador lo mantuvo y fue, sin duda, uno de los aciertos más relevantes que contribuyeron a la permanencia.

Por estas y otras razones, Chris Moss, cuya timidez contrasta con el vozarrón de galán del celuloide y una sonrisa franca, es el extranjero perfecto que guarda en su corazón un pedazo de la Isla del mismo tamaño que el recuerdo imborrable que ha dejado entre todos los que siguieron su trayectoria a este lado del Mediterráneo. Bienvenido Moss.