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La violencia como trato habitual. Los insultos como forma cotidiana de dirigirse a una madre, padre o incluso abuelos. Incomunicación. Irascibilidad. Frustración. Rencor. Y hasta un sinfín de sentimientos negativos más que pueden acabar, incluso, en una denuncia policial. Aunque nada sea más duro que tener que mandar al calabozo a tu propio hijo. Ésa es la realidad de decenas de familias en las islas que han llegado al punto de tener que hablarse a golpes. Una problemática que sigue creciendo en Baleares y de la que apenas se habla en público.

De hecho, los últimos datos recabados por la Fundación Amigo, expertos en el tratamiento y recuperación de estos conflictos, indican una tendencia ascendente en varias comunidades, entre ellas, las Islas donde durante el 2023 se registraron 191 casos y en 2024 fueron 215 las denuncias registradas por agresiones de hijos a padres.

«Estas cifras señalan el grave problema social al que nos enfrentamos, ya que se estima que sólo se denuncian los casos más graves, entre un 10% y un 15% del total», explican desde la entidad. De hecho, se trata de conflictos que se mantienen ocultos y que requieren de herramientas de visibilidad y concienciación para lograr ser atajados.

Por ello, Inca dio un importante paso adelante en la materia organizando la 'Jornada de Violencia Filioparental: Una mirada abierta e institucional'; celebrada el pasado noviembre en el municipio. Profesionales como policías, abogados e incluso políticos asistieron al evento que, el psiquiatra experto Roberto Pereira, abría de esta forma tan contundente: «Alrededor del 12% de los adolescentes de Baleares puede ejercer violencia psicológica sobre sus padres, y el 3%, física. En las islas, tendríamos unos diez mil jóvenes de entre 13 y 18 años de edad que estarían ejerciendo esa violencia. De ellos, 2.300 llegan a la física».

El psiquiatra Roberto Pereira durante su intervención en Inca

Uno de los aspectos más peculiares de esta problemática es precisamente que se trata de un tipo de violencia instrumental, es decir, «son conductas violentas que se repiten en el tiempo y persiguen un objetivo. Los hijos e hijas tienen actitudes agresivas contra sus padres o madres porque consiguen cosas», explica María José Ridaura, directora territorial en Valencia de la Fundación Amigo y una de los ponentes con los que se contó en Inca.

El criminólogo y educador social Daniel Ortega, otro de los ponentes expertos que acudió a la cita, añade que se trata de «un fenómeno que no nace de la noche a la mañana, va in crescendo. Suele surgir a partir de los doce o trece años y se reproduce una escalada de violencia. Es difícil de detectar en esa etapa por varias razones: la vergüenza que sienten los padres por ir a una comisaría a denunciar a su hijo, la falta de sensibilidad de las administraciones para atender este delito, el sentimiento de fracaso parental, la culpabilidad, etc», enumera el educador.

Daniel Ortega realizó una ponencia sobre los diferentes métodos de detección de la violencia filioparental, en el pasado y en la actualidad

«Estamos ante un problema social muy grave y de rabiosa actualidad. Las cifras son muy altas y eso que aquí sólo se contabilizan los casos en los que los padres van a denunciar; si el menor es inimputable o no hay denuncia, no se cuentan», narra Ridaura.

«La buena noticia es que tiene solución», asegura la directora de Fundación Amigo, «es conductual y en la mayoría de casos se puede resolver, se desaprenden unas conductas y se aprenden otras más adaptativas. No se trata de que se conviertan en familias maravillosas que nunca más tienen problemas pero sí cesa la violencia y aprenden a relacionarse de otra manera», aclara.

Maria José Ridaura (segunda por la izquierda) junto al resto de expertos
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De hecho, en la violencia filioparental no se contemplan las agresiones puntuales, la violencia fruto del consumo de tóxicos o de un brote psicótico, tampoco los parricidos, «los que maltratan pretenden conseguir cosas, no matar a sus padres. Los necesitan porque les dan lo que quieren, reciben lo que necesitan», aclara Maria Jose.

«Hablamos de conseguir cosas evidentes como puede ser algo material pero también pueden usar la violencia para evadir cosas como cumplir una norma o incluso evitar las emociones negativas; por ejemplo, a veces, estos chicos padecen bullying y la manera de liberar esa tensión es explotando en casa. Otras razones pueden ser conseguir atención, la sensación de poder y control sobre los progenitores o incluso lograr que los padres se peleen ; por eso es tan importante ver en cada caso que es lo que soporta esa violencia, qué elementos refuerzan o mantienen esas conductas», explica la experta.

Y aunque sea fácil etiquetar a unos como agresores y a otros como víctimas, los expertos saben que la neutralidad y la atención a las dos partes es la clave: «la violencia filioparental es un problema relacional y en una relación hay dos partes, ambos tienen responsabilidad. Por la forma de comunicarse, de quererse, por los hábitos adquiridos de niños. No me gusta hablar de víctimas y agresores sino de que los dos deben sudar la camiseta para conseguir resolver el conflicto», explica Maria José.

Un nutrido público de profesionales, entre los que se encontraban policías, políticos, docentes y trabajadores sociales, siguió con interés las ponencias.

Analizar los factores que causan la violencia filioparental es uno de los primeros pasos para poder tratarla. Pero ¿a qué se debe que los casos vayan en aumento? Los profesionales coinciden en que se han normalizado las conductas violentas, «se ha banalizado el uso de la violencia, no se considera algo grave, incluso en los medios de comunicación lo vemos, en los barrios, entre los amigos; parece como que ser un poco agresivo no está mal», explica Daniel.

También hace falta una mayor inversión en los mecanismos de prevención ya que, cuánto antes se detecta cualquier tipo de factor de riesgo que pueda desencadenar en violencia filioparental, mejor pronóstico tiene la terapia ya que las relaciones no se han desgastado tanto y se mantiene aún un fuerte vínculo emocional; aunque, lamentablemente, sigue sin ser una prioridad para la Administración Pública. Lo saben bien desde la Fundación Amigo, donde trabajan el Programa Conviviendo, un tratamiento ambulatorio, sin medidas judiciales, que enfoca más en la detección temprana y en la prevención.

«Es un programa que funciona muy bien pero tenemos mucha lista de espera porque sólo podemos tener a dos profesionales contratados. Recibimos muy poca financiación pública y poco apoyo, se invierte mucho dinero en todo lo que tiene que ver con las medidas judiciales que se requieren cuando hay violencia filioparental pero en prevención, que es mucho más barato, se invierte menos, lamentablemente», dice la directora territorial de la entidad.

«Los Servicios Sociales no están preparados para absorber este problema. Están configurados para atender negligencias parentales y no cuando es todo lo contrario», añade Daniel. Todo ello contribuye a la denuncia tardía de estas agresiones, de ahí la importancia de establecer más mecanismos de detección en el sistema educativo. «Según los estudios, los padres tardan cerca de dos años en denunciar y si las agresiones han comenzado a los doce o trece años, hay que empoderar a los docentes para que puedan abordarla cuanto antes, hacer una detección precoz ya que se puede advertir el abandono escolar o cualquier conducta disruptiva por parte de los agresores», explica el educador.

Para lograr el propósito y lograr revertir la tendencia en aumento de las agresiones registradas es importante dar visibilidad al problema y crear mayor conciencia colectiva, «una mayor sensibilidad de cara a la violencia, que las familias no se sientan tan solas y se pierda el miedo a denunciar», zanjan los expertos.