Laura [nombre ficticio], de espaldas, es hija de un donante de esperma. | Teresa Ayuga

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Laura [nombre ficticio] tenía 37 años cuando descubrió que su padre, el hombre que la había criado, no era en realidad su progenitor biológico. Sus padres habían recurrido a un donante de esperma para concebirla, pero ella no lo ha sabido hasta hace dos años; cuando su madre le confesó sin querer el secreto por culpa de un alzheimer incipiente. «Cuando tenía unos 18 años mi madre me contó que había nacido por inseminación artificial, pero no que el material genético no era del que yo conocía como mi padre», recuerda Laura. No fue hasta 2022 cuando «hablando con ella de una amiga que había tenido un hijo con el mismo método y había tenido problemas genéticos, me dijo que ellos no habían tenido problemas porque mi donante estaba sano».

Como su madre tenía un principio de demencia, no dio del todo crédito a su confesión, pero más tarde su padre le confirmó que todo era cierto. En ese momento, «se rompieron todos los esquemas de mi identidad», asegura. «Sentí mucho desarraigo, me miraba al espejo y no me reconocía. A raíz de esto, he empezado a acudir a una terapeuta». El drama es doble, ya que, por un lado, la tendencia entre parejas heterosexuales que recurren a este método reproductivo, es la de ocultar la existencia de un donante; y por otro, porque si se descubre, los nacidos no pueden conocer su origen genético.

Hace poco, Laura se unió a la Asociación de Hijas e Hijos de Donantes (AHID), una entidad fundada en 2023 que lucha por el fin del anonimato de los donantes en España; amparado por la Ley sobre Técnicas de Reproducción Asistida de 1988. Actualmente, la asociación cuenta con unas cien personas que reclaman conocer su identidad genética. Como muchos otros miembros, Laura se ha sometido a un test de ADN con la ayuda del banco genético MyHeritage, que «permite discriminar qué parte genética viene de tu madre y de tu padre y buscar coincidencias con otras muestras del banco». Comparando la suya con la de su madre, ha descubierto que uno de los parámetros es diferente: «Tengo un 1% de raíces judio asquenazí y ella no, así que debe provenir de mi donante».

La normativa prohíbe que se conozca la identidad del progenitor, a menos que la persona concebida presente un problema de salud de origen genético. Sin embargo, para aquellos nacidos antes de 1988, cuando no existía la ley, hay un vacío legal; un clavo ardiendo al que se agarran Laura y otros para esquivar la norma del anonimato. «Todo es muy cuestionable, pero los que nacieron antes de la ley no entran dentro de su ámbito legal, por lo que hay más margen para que puedan acceder a la información de los donantes», explica la abogada Maria Vila, que asesora legalmente a la asociación en estos momentos.

«En todos los países que han suprimido el anonimato, se ha excluido el establecimiento de un vínculo filial [que permitiría por ejemplo reclamar una herencia]. Lo que se pretende aquí es tener información médica y para el desarrollo personal y de identidad», apunta. Un argumento con el que no coinciden los profesionales. «Médicamente, los donantes no pueden tener antecedentes ni físicos ni psicológicos, ni tener más de seis descendientes en todo el territorio español, para evitar la endogamia», expone Belén Castel, ginecóloga en el Hospital Universitari de Son Espases. «Como no pueden tener antecedentes médicos, es muy raro que los hijos desarrollen una enfermedad genética y si sucede la ley contempla conocer al donante para hacerle pruebas, pero este caso no se practica porque al haber un cribado, los niños nacen con menos tendencia a desarrollar problemas de salud».

«Solo el 15% de los candidatos acaban siendo donantes», señala Clara Colomé, directora en Balears de la clínica de reproducción asistida IVI. «El anonimato es precisamente lo que nos permite tener donantes», añade. También indica que toda esta cuestión es un debate incipiente, y que el hecho de revelar los orígenes «pasa por normalizar las fecundaciones artificiales». «A los padres que acuden a nosotros siempre les recomendamos contarle al niño de donde viene».

El problema es que el gran estigma que aún conlleva este método reproductivo está trayendo consigo consecuencias como las que ahora padece Laura. «Me dolió mucho que no me lo contaran, porque estoy muy unida a mi madre y siempre ha tenido la confianza de contarme secretos que no tenían que ver conmigo; y algo tan importante con respecto a mí nunca fue capaz de decírmelo. De hecho, se le escapó por culpa de su enfermedad. Son unos sentimientos muy fuertes e impactantes», reconoce ella.