Una pantalla digital en un centro de Mallorca. | CAIB

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El avance de la digitalización de la enseñanza educativa, que con la irrupción de la Inteligencia Artificial en la vida cotidiana se ha intensificado todavía más, está siendo tan frenético que el sector y las instituciones públicas todavía no han coordinado una respuesta clara sobre cómo actuar. La necesidad de formar a los alumnos en conocimientos digitales es algo fundamental para el mundo actual, sobre todo entre los que solo tendrán la oportunidad de hacerlo en la escuela por no disponer de tantos recursos.

Sin embargo, la falta de concentración por la instantaneidad de las pantallas o la pérdida de cultura del esfuerzo por las facilidades que ofrecen «no se puede perder en detrimento de la incorporación de los dispositivos tecnológicos», según el director del Cluster.edu Illes Balears, Biel Serra, que también está al frente del colegio La Purísima de Palma. Es una premisa compartida por las asociaciones de familias, los sindicatos y el propio Govern, aunque el tiempo pasa y sigue sin aplicarse una estrategia compartida.

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«No hay que retirar estos dispositivos al 100 % porque fuera del las aulas el mundo que se encontrarán es tecnológico, tanto en casa como en el mercado laboral. Lo que sí que se requiere es un aprendizaje para saber moverse en este escenario digital», considera el docente. Es consciente de que el desarrollo digital es imparable y que eso impide que haya tiempo suficiente para regular jurídicamente ya su uso en las aulas. Por ello, aboga por adelantarse a esos límites, que acabarán llegando, y que en cada centro se intensifique desde ya la introducción de un pensamiento crítico adaptado al nuevo modelo.

Esto, en cualquier caso, requiere enseñar con un aprendizaje más tradicional, pausado. Todo lo contrario a la fugacidad de ‘tablets’, ordenadores y móviles. Serra recuerda que memorizar poesía semanalmente enriquece el vocabulario, mientras que escribir correctamente se consigue leyendo y haciendo dictados. En ambos casos se trata de procesos que requieren de años y una lentitud natural para absorber esos conocimientos.

«Eso no quita que la tecnología, si sabemos orientarla correctamente, puede ofrecernos posibilidades interesantes para servir como muleta entre el alumnado que tiene necesidades específicas. En este sentido, dice que el papel de las familias es clave. «Se necesitan rutinas y normas, también en casa, para que el plan pedagógico de cada centro tenga éxito», señala. Es por todo esto que Serra rechaza que la educación sea un campo de experimentación en el que se cambien de forma drástica modelos educativos que han tenido éxito durante años».