En mayo de 2019 Alba Escudero tenía 16 años, medía 1,77 metros y pesaba 53 kilos. Eso reflejaba la báscula cuando esta palmesana le dijo a su madre que «ya no podía más». Había perdido 17 kilos en poco más de 30 días. «Soñaba con comida, incluso durmiendo, veía de forma compulsiva vídeos de gente cocinando o comiendo y, aún así, me negaba a comer», confiesa esta joven. Cinco años después, está totalmente recuperada y ha dejado atrás el infierno de su trastorno de la conducta alimentaria. Este miércoles presenta en el Hospital de Son Espases, a las 18 horas, Si luchas sales, pero no es fácil, un libro autobiográfico que recoge su lucha con la anorexia nerviosa, introducido por Rebeca Corbacho y María Carrera, especialistas del Área Psiquiatría en el Institut Balear de Salut Mental de la Infància i l’Adolescència (IBSMIA), donde Alba estuvo ingresada hasta en dos ocasiones.
El infierno de la báscula
El tormento de esta joven comenzó con una inoportuna lesión que le apartó del voleibol durante la Pascua de 2019. Aburrida de la tele, se dio un paseo por casa y se miró en el espejo; de ahí pasó a subirse a la báscula. Ese día su vida dio un giro de 180 grados: «Te dices, un kilito menos no es difícil de perder, sobre todo ahora que no puedes hacer deporte. Pero de un kilo pasas a dos, tres, cuatro... y ya no eres capaz de parar. Tienes una voz dentro que te domina...», rememora esta joven.
En poco más de un mes fue cambiando sus rutinas de forma sigilosa, ni su familia ni sus amigos llegaron a darse cuenta. Nunca desayunaba porque siempre ‘llegaba tarde’; durante las comidas solo ingería alimentos si estaban a la mesa su madre o su abuela para aparentar y que nadie notaran nada; a la hora de la cena, la misma cantinela, estaba muy cansada o ‘se había llenado’ durante la merienda que, por supuesto, nunca hacía.
A pesar de la mínima ingesta calórica, iba al instituto, ya entrenaba dos días a la semana con su equipo de voleibol, iba al gimnasio cuatro días a la semana ejercía como azafata de eventos para sacarse unos ahorros e intentaba caminar una media de 22 kilómetros al día. «Llegó un momento en que veía borroso. Llegué a casa y me dije ‘necesito recuperar mi vida o me voy a morir’». Ese día se lo confesó a su madre y empezaron a buscar ayuda, así terminaron recalando en el Institut Balear de Salut Mental de la Infància i l’Adolescència (IBSMIA).
No fue un camino de rosas. Alba estuvo ingresada en dos ocasiones hasta recibir el alta definitiva en 2021: «Este libro me recuerda que durante un tiempo tuve que ver la vida a través de la ventana de una habitación. Si ayuda a otros chicos y chicas en esta situación, habré cumplido con mi deber», agrega
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