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No corra el lector a sacar todo su dinero del banco, al menos hasta haber leído todo el artículo. Y tras su lectura, espero entienda que tener su dinero en casa no lo protege, por mucha falsa seguridad que ello le reporte.

Ya hace 10 años de la quiebra del banco de inversión Lehman Brothers, hito que popularmente utilizamos para señalar el inicio de la crisis financiera que derribó los finos muros que separan las finanzas de la economía real. En realidad, el pistoletazo de salida de la carrera a los infiernos económicos se dio en febrero de 2007, cuando Freedie Mac anunció que no volvería a comprar los valores con más riesgo respaldados por hipotecas de alto riesgo o subprime.

Se dejó caer al gigante americano bajo la premisa de que los negocios privados no deberían ser rescatados con el dinero de los contribuyentes, y los ecos de este desacierto bienintencionado resuenan aún en muchas economías de todo el mundo.

La opinión pública nacional fue bombardeada con información parcial y equívoca, muchas veces culpabilizando a las víctimas de las desgracias ocasionadas, afirmando que “vivíamos por encima de nuestras posibilidades”. Para explicar la génesis de la tormenta, otros señalan a los hipotecados NINJA de EE.UU. (no income, no jobs, no assets), prestatarios que no tenían trabajo ni ingresos estables para devolver la deuda. En realidad, si solo se hubieran impagado las hipotecas más vulnerables, la tormenta hubiera sido una brisa primaveral.

Los verdaderos causantes de la crisis fueron los pecados capitales financieros: la avaricia, la soberbia y la ignorancia, básicamente. Algunos iluminados usaron la tecnología financiera para ganar cantidades indecentes de dinero, creyéndose más inteligentes que el resto del mundo, sin saber que las matemáticas no suplen jamás el debido sentido común.

Sin querer entrar en detalle, se empaquetaron productos cuya única garantía eran préstamos, sacando las deudas del balance de las entidades financieras. Así Lehman Brothers y los demás bancos de inversiones creaban una sociedad de responsabilidad limitada o entidad de contenido especial (ECE), que compraba los préstamos a los mismos bancos, emitiendo deuda en forma de bonos de titulización de activos (BTA) que vendía al mercado (a confiados bancos españoles, por ejemplo).

La ingeniería no acababa aquí, ya que se creaban otras ECE que compraban los BTA y los financiaban con obligaciones de deuda garantizada o collateralized debt obligation (CDO). Siguiendo esta misma estructura, se crearon complejos valores opacos, que se vendieron a tontos útiles de todo el mundo.

Cuando se dejó caer a un banco “demasiado grande para caer”, no se formaron colas en los cajeros para sacar dinero, no se produjo un pánico bancario en las calles, sino una estampida bancaria silenciosa que dejó seco el mercado monetario, con bancos, fondos de inversión y otros grandes inversores entrando en pánico. Tras este seísmo de la banca en la sombra, ningún banco grande cayó, regados estos con dinero público.

Una cosa aprendieron los pecadores financieros: seas una entidad tradicional o una gran empresa financiera en la sombra, si consigues ser lo suficientemente grande, el político de turno no te dejará caer. Inquietante, ¿verdad?