La quinta generación de telefonía móvil es 20 veces más rápida que la 4G, pero no es peligrosa, o al menos no más que otras redes de comunicación y aparatos utilizados desde hace décadas.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) aclara que «hasta la fecha, y después de muchas investigaciones realizadas, no se han conocido efectos adversos para la salud relacionados con la exposición a tecnologías inalámbricas».
El principal mecanismo por el que interaccionan los campos de radiofrecuencia con el cuerpo humano es el calentamiento de tejidos y, con los niveles de exposición actuales, el aumento de la temperatura es «insignificante», precisa la organización. «Siempre que la exposición general se mantenga por debajo de las pautas internacionales, no se anticipan consecuencias para la salud pública», añade.
El organismo regulador de los niveles de exposición a campos electromagnéticos, la Comisión Internacional de Protección contra la Radiación No Ionizante (ICNIRP, por sus siglas en inglés), confirma también la idoneidad de los límites permitidos en la actualidad.
La teoría que vincula 5G y covid-19 tiene su origen en la charla que un supuesto doctor llamado Thomas Cowan dio en un foro antivacunas el pasado marzo en Tucson (EEUU).
En su intervención, Cowan defendió que «cada pandemia de los últimos 150 años se corresponde con un salto cuántico en la electrificación de la Tierra».
En su opinión, así habría ocurrido con la llamada «gripe española» de 1918, que se registró a raíz de la expansión de las ondas de radio, y con la gripe pandémica tras la Segunda Guerra Mundial, posterior a la introducción de radares. Ahora, la covid-19 habría llegado con el 5G.
Pero la interacción entre las ondas y los virus es físicamente imposible y no hay «ninguna» base científica que apoye esta relación, según Patricia de Llobet, técnica de investigación de radiaciones del Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal).
«Es, sin duda, un bulo», subraya en declaraciones a EFE esta investigadora.
Las radiofrecuencias que se utilizan en las redes de comunicación (2G, 3G, 4G, 5G, wifi, radio...) pertenecen al rango de las radiaciones no ionizantes, que se diferencian de las ionizantes en que poseen menor frecuencia y energía, de modo que no pueden desestabilizar un átomo ni afectar a células de nuestro organismo.
Es una cuestión de tamaño: de la misma forma que no se puede ver un virus con un microscopio óptico, porque las ondas de la luz son mayores, y hace falta recurrir a un microscopio electrónico, las ondas de las redes 5G son de mayor tamaño y no pueden interactuar con el SARS-CoV-2 ni otro patógeno.
Por el contrario, las radiaciones ionizantes (rayos solares, rayos X, la energía nuclear) sí que pueden interaccionar con los átomos debido a su alta energía y son capaces de alterar las moléculas celulares.
Por eso, la exposición al sol puede provocar quemaduras y el uso de las radiografías está muy limitado, recuerda De Llobet.
Una nueva ramificación de esta falsa teoría afirma que el 5G «absorbe el oxígeno» y la equipara con la banda de 60 GHz, que causa un «shock respiratorio o hipoxia cerebral» al reducir el flujo de oxígeno en la sangre.
El bulo parte de una confusión sobre el ancho de banda: el 5G no utiliza una de 60 Ghz, sino de 700 megahercios (MHz) y otra entre los 3,4 y los 3,8 GHz. En el futuro está previsto que también ocupe una frecuencia de 26 GHz. No utiliza la banda de 60 GHz ni por el momento se espera tampoco que la emplee.
Además, afirmar que el 5G puede incidir en el flujo de oxígeno «no tiene ningún fundamento científico», es una «absoluta falacia», asegura el director científico del Comité Científico Asesor de Radiofrecuencias y Salud (CCARS), el médico epidemiólogo Francisco Vargas.
Los conspiranoicos del 5G han llegado a argumentar que la Unión Europea ha «confirmado» que esta tecnología es perjudicial para la salud de las personas y el medio ambiente.
Esta afirmación falsa se basa en la tergiversación de un documento del Consejo de la UE que lo que hace es, precisamente, advertir sobre ese tipo de falsedades, y especialmente de los mensajes que afirman que las redes de 5G «suponen una amenaza para la salud o están vinculadas con la covid-19».
La UE no solo no ha reconocido que esta tecnología sea peligrosa, sino que, de hecho, regula unos niveles máximos de exposición a redes móviles que son 50 veces inferiores a los que pueden causar daños en la salud, según investigaciones científicas.
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