La iniciativa surge de un viaje a Londres en el que dos jóvenes emprendedores belgas, Félix Romain y Julien Vandenitte, conocieron de primera mano este deporte y decidieron adaptarlo al mercado de Bélgica a principios de año.
Al estilo del tiro con arco, pero con un hacha y una diana de madera marcada con rotulador, los participantes deben arrojar este utensilio primitivo con las dos manos para que quede incrustado lo más cerca posible del centro, donde se obtiene la mayor puntuación.
En una entrevista con Efe, Romain explica que lanzar hachas es «un deporte popular en Canadá y Estados Unidos» que se ha ido renovando al cruzar el Atlántico. En el caso de Bélgica, señala que decidió incorporar la cerveza porque esta bebida «forma parte del patrimonio nacional».
Esta práctica cuenta con sus propias organizaciones deportivas a nivel internacional: la Liga Mundial de Lanzamiento de Hachas (World Axe Throwing League), con miembros en dieciséis países, y la Federación Nacional de Lanzamiento de Hachas (The National Axe Throwing Federation), que agrupa desde 2016 a 4.500 competidores de siete países del mundo, principalmente de Estados Unidos y Canadá.
Romain define esta actividad como «un juego de habilidad» para el que «no hace falta fuerza, sino técnica», y en el que no existe un perfil de jugador predeterminado. A lanzar hachas se puede ir en pareja, en familia, con amigos o con compañeros de trabajo, explica.
«Este deporte es apto para cualquier persona que quiera venir a divertirse o liberar estrés después de una jornada laboral», afirma Romain, que ha sabido capitalizar junto a su colega toda la tensión que puede generar vivir en una ciudad como Bruselas, la capital de facto de la Unión Europea, donde el ritmo de trabajo, el tráfico y la falta de sol son una constante del día a día.
Situado en el centro de la ciudad, a tres minutos a pie del célebre Manneken Pis, el local no deja indiferentes a los transeúntes, que observan a través de las vidrieras cómo se ha modernizado uno de los deportes más antiguos del mundo.
El ambiente que se respira es parecido al de una partida de bolos o de dardos, pero con más adrenalina, ya que, en muchos casos, es la primera vez que los participantes entran en contacto con un hacha, un instrumento que se emplea en los trabajos del campo y que no se encuentra comúnmente en la ciudad.
Por este motivo, Romain y su colega se toman «muy en serio» las medidas de seguridad. La primera de ellas es no permitir la entrada a los menores de dieciocho años ni a las personas que llegan ebrias al local: «No promovemos el alcohol, solo permitimos que los asistentes puedan acompañar esta experiencia con una cerveza en la mano», aclara.
La segunda es entregar un único hacha por grupo para que los lanzamientos se realicen uno a uno dentro de un espacio que está cuidadosamente delimitado y vallado, lo que Romain define como una especie de «caja».
El precio son diecisiete euros por persona y hora, y la oferta de cervezas belgas se renueva cada semana.
Bruselas es la primera parada de la firma Woodcutter, que prevé abrir tres establecimientos más en las ciudades flamencas de Lovaina, Amberes y Gante a lo largo del año aunque, al menos por el momento, descarta expandirse fuera de Bélgica.
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