JOAN RIERA

«La destrucción de las últimas tribus se da por interés económico o incluso sin ninguna razón»

El antropólogo cofundador de la agencia de viajes etnográficos Last Places comparte sus impresiones sobre las comunidades humanas más aisladas del mundo

Joan Riera en uno de sus viajes.

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Su abuela Maria, mujer rural de la comarca catalana de la Selva, en Girona, le enseñó a observar. «Y si eso lo nutres con muchas lecturas puedes situarte en este mundo», dice el antropólogo Joan Riera (Barcelona, 1978), que pasó la adolescencia entre Camerún y Benín. Su pasión por el trabajo de campo le llevó a encontrar en el turismo una vía para financiar expediciones en las que pudiera convivir y tratar de ayudar a conservar las singularidades de las últimas tribus que todavía perviven al margen de la homogeneización impulsada por la globalización. De eso ha hecho un proyecto de vida: Last Places, una agencia de viajes etnográficos y culturales a los rincones más aislados de África, de las selvas del Sudeste Asiático y del Amazonas y las montañas de Afganistán y Pakistán. «La batalla en parte está perdida», confiesa sobre el futuro de esos estilos de vida únicos, pero por eso mismo «ponemos en valor la diversidad como un tesoro que tenemos y por el que vale la pena luchar».

¿Cómo trabaja la agencia que fundaste en 2018 con Aníbal Bueno, reputado fotógrafo especializado en documentación de sociedades minoritarias?
Desde el principio la idea ha sido ir a zonas sin o con muy poco turismo, pero también desarrollar un apartado de investigación tribal y editorial, publicando libros sobre cada grupo con el que tratamos. Empezamos con Angola, ahora publicaremos un libro sobre Sudán del Sur y luego pasaremos a Etiopía para seguir con Asia. Cada vez quedan menos etnias que vivan de forma tradicional por la globalización, pero en nuestras expediciones intentamos influenciar a las comunidades para que estas peculiaridades no desaparezcan. El ser humano está en permanente evolución, es algo natural, pero queremos que puedan tener un debate sobre si quieren o no conservar elementos propios, como sus idiomas, la arquitectura vernácula, costumbres o ciertas estéticas.

¿Y qué balance haces de estos primeros?
En casi 25 años que llevo metido en esto puedo decir que estas tribus no quieren perder sus particulares, pero a veces se requiere de una mirada de fuera para darse cuenta de que las raíces ayudan a fortalecer la comunidad frente a los cambios que llegan del exterior. Es un proceso antropológico, filosófico y psicológico sin una respuesta clara. No es una obligación conservar una lengua o cierta arquitectura, pero si ha llegado hasta ahora quizás pueda ofrecerles beneficios identitarios y económicos a través de los visitantes que reciban. Ese es mi proyecto de vida, que a través del turismo se pueda ayudar a reflexionar sobre procesos de cambio. Se ha interiorizado que el cambio implica dejar de lado lo antiguo para adoptar lo más nuevo. No digo que eso sea negativo, pero que se reflexione qué implica perder algo que ha ido evolucionando durante tanto tiempo y que se abandona al considerarse obsoleto.

Joan Riera junto a un líder de la tribu toposa, en Sudán del Sur.

Hace poco has estado en Sudán del Sur, donde llevas tiempo estudiando el terreno.
Una agencia inglesa me encargó en 2012 que fuera a ese país para ver si se podía trabajar en esa región. Encontré una gran diversidad cultural como consecuencia de la economía seminómada, que ha permitido conservar una estética muy llamativa. El turista busca lo más diferente, y lo que vi allí es lo que llamo una isla de resistencia cultural, porque estuvieron aislados de la globalización casi 40 años como consecuencia de la larga guerra civil. Eso, junto al hecho de no ser sedentarios, hace que los niños no vayan a la escuela, que es el gran motor de cambio de las sociedades. Y no siempre para bien. La escolarización europea colonial básicamente te enseña a seguir un sistema impuesto basado básicamente en pagar impuestos.

¿Y cómo ha ido evolucionando desde entonces la región?
Como vi que tendería a la estabilización supe que empezarían a recibir turismo y, desde Last Places, hablamos con los líderes locales y preparamos el terreno para que afrontaran ese proceso, que empezó tras el coronavirus. Al ser pioneros, avisamos de lo que vendría, y que sería bueno que gestionaran el número de gente que llega a sus comunidades. También les aconsejamos qué podía ser atractivo de cara al visitante, y por eso han recuperado una artesanía que habían perdido por el uso de utensilios plásticos o metálicos. La globalización les decía que era mejor comprar que hacer las cosas con sus propios medios; ese es el negocio. Cambiar esa mentalidad les ha proporcionado trabajos, ingresos y un orgullo colectivo. Además, hemos podido vehicular proyectos para mejorar sus condiciones de vida, sobre todo para que los beneficios económicos que obtienen se reviertan en sistemas de agua potable.

¿Y cómo llevas el diseño de la ruta?
Los nubas no existen como tribu, es una palabra que quiere decir esclavo en árabe vulgar. El ejército de la región que habitan estas gentes, y que lucha contra Jartum, capital de Sudán, adoptó el nombre peyorativo y a estas comunidades se las conoce como nubas. Se popularizaron a través de unas fotografías de los años setenta hechas por Leni Riefenstahl, autora de los mítines nazis. Editó dos libros que todavía se venden y se creó ese mito de que los había descubierto, cuando no fue así. Ella fue de viaje con otros turistas alemanes y sacó fotos de esos hombres que iban desnudos. Luego empezó la guerra civil y durante varias décadas no se ha podido ir allí. Ahora ya van vestidos y las cosas han cambiado, como es lógico. Lo estamos investigando para crear una ruta contextualizada. Es un trabajo muy placentero y creativo.

Una de las expediciones del antropólogo catalán por Pakistán, donde grabó varios vídeos con los conocidos 'youtubers' Lethal Crysis y Clavero.

El aislamiento y el nomadismo son factores clave entre las comunidades más ajenas a los efectos de la globalización.
Las tribus con una cosmovisión propia son la que están alejadas del sistema educativo prusiano impulsado desde la revolución industrial, que es el que todos hemos conocido. Un modelo que enriquece o mata el alma, dependiendo de cómo se analice. En cualquier caso enseña a seguir a la masa y a obedecer, pero eso cuesta que influencie a las comunidades nómadas.

¿Qué casos habéis tratado?
A los pigmeos baka de Camerún, por ejemplo, los misioneros franceses, y luego los cameruneses católicos, les dijeron que eran primitivos y que debían asentarse. Les obligaban a cambiar, pero luego no han sido aceptados por la sociedad dominante, como pasa en tantos países. Un elemento muy particular que les prohibieron hacer por motivos estéticos fue el hecho de limarse los dientes. No había ninguna otra razón que la mirada eurocéntrica. Era algo que habían hecho siempre por belleza, como en muchas otras comunidades del mundo. Ahora nos los blanqueamos y los alineamos con aparatos. A principios de los años 2000 solo las personas de 50 años todavía lo hacían. Sin embargo, después de mucho debate, lo recuperaron por decisión propia. En algo similar hemos trabajado en el Amazonas para que se vuelvan a dejar el pelo largo y no se sientan avergonzados, como les inculcaron.

Y ninguna tribu puede escapar de esa influencia colonial.
¿Por qué si una comunidad es feliz viviendo de una forma particular tienen que pasar por el tubo? Sociedades que viven en equilibrio con el medio porque lo necesitan reciben necesidades del exterior que no tenían. La guerra está perdida, eso está claro, y lo vemos constantemente. Es algo doloroso, pero con lo que tenemos tratamos de hacerlo más llevadero. El sistema es perverso y la destrucción de las últimas tribus se da porque sí, sin razón, aunque siempre suele haber interés económico. Si los indígenas del Amazonas se vuelven dependientes los controlas y las empresas que se dedican a darles de comer y escolarizarlos obtienen beneficios. La sociedad, además, verá positivo que se haga y no se replantea si es algo que verdaderamente necesitan. Es una mirada etnocéntrica.

Con Last Places, Riera se sumerge en cada comunidad con la que trabajan. En la imagen, conversa con una mujer de la etnia songhai, en Tombuctú, Mali.

El periodista Xavier Aldekoa dice que las ONG (aunque en cierto modo ayuden) vuelven dependientes a los países africanos y eso impide que estallen revueltas que permitan cambiar las cosas ¿Lo ves igual?
Es que ¿desde cuándo tenemos derecho a ir a otros territorios para implantar nuestra forma de ver el mundo con paternalismo? Las oenegés, en general, no sirven para nada. Y me dirán que yo hago lo mismo, que vivo de montar viajes, y es verdad. Estudié antropología y pensé cómo podía vivir en esas comunidades y financiar expediciones que son costosas. Pues con turismo. En Last Places tenemos claro que no venimos del sector y que el turismo es algo que no nos gusta.

Pero al final, trabajáis con turistas. ¿Qué os diferencia?
Nuestra ambición es enseñar lo que se está viviendo en cada lugar para cambiar la percepción sobre ciertos estereotipos e inercias. Estamos acostumbrados a un turismo basado en ver cosas impactantes, sacar fotos y reflexionar poco. Vivimos en la era de la aceleración, donde solo se busca el impacto. Somos una agencia y esto es un negocio, sí, pero sigo empeñado, como profesor que soy, en tratar de explicar todo lo que sé a la gente que nos acompaña. Además de desarrollar la parte de investigación tribal y editorial que comentábamos.

¿Incluso a vuestra agencia llegan personas que solo buscan la foto?
Sí, claro. Para viajar hay que haber leído sobre el destino y tener curiosidad. Si no, no te enteras, aunque te lo expliquen. Nosotros siempre facilitamos información antes y durante la expedición para comprender mejor las cosas, pero se requiere de una base previa. Se puede sacar mucho jugo al viajar con antropólogos, pero a veces todo suele quedar reducido a la fotografía.

Riera muestra a unas mujeres uno de los libros que ya han editado sobre tribus de Angola.

La etnogénesis por oposición se usa para describir a las sociedades o grupos que tienden a definirse en contraste con otros mediante patrones de conducta antagónicos. ¿Las últimas tribus con las que tratáis resisten activamente a la homogeneización global?
Hay casos muy diversos. Con Rubén Díaz y Pau Clavero fuimos a la frontera entre Afganistán y Pakistán para conocer a los Kalash, una etnia que mantiene una religión anterior al budismo y el islam. Están rodeados de musulmanes y modernidad, pero deciden conscientemente mantener sus tradiciones, casi de forma sectaria. En el Amazonas, donde ahora estamos profundizando, viven los korubo, unas gentes de la zona caribeña que fueron refugiándose en el valle del Javari, cerca de la frontera entre Brasil y Perú. Huyen de todo contacto y son muy agresivos ante los extranjeros. Matan a gente a palos, y son violentos porque seguramente lo fueron con ellos. Trabajamos con una familia que ha tenido un conflicto y ya no son aceptados por esa comunidad.

Qué interesante.
En general, somos biología, y lo pequeño acaba sucumbiendo frente a lo grande. Uno termina cediendo y te diluyes en el magma de lo mayoritario, pero sí que es curioso ver cómo ciertas comunidades deciden conservar sus particularidades. A veces es por un líder que decide aislar más al grupo frente a las empresas madereras, pero al morir, se acercan y abrazan el cambio. También ocurre que los más reaccionarios y fascistoides son comunidades endogámicas donde la diferencia se expulsa y conservan más sus singularidades.

¿Estas tribus todavía se sienten seducidas por la cultura occidental, a pesar de estar en crisis y de que la idea de progreso se haya agotado? ¿Cómo nos ven?
Es una pregunta muy nuestra porque muchas veces ni se lo plantean. Como decíamos antes, los hay que abrazan esa nueva cultura mientras que otros escapan o la adoptan a su manera. Se acaba la era de la Europa que colonizó el mundo y que desde la revolución industrial y hasta los años sesenta creyó ser la elegida de Dios, según la visión judeocristiana. Se estima que las eras duran unos 250 años y la nuestra llegará a su fin hacia 2050. A pesar de todo esto, entre estas comunidades pervive una mirada de atracción hacia nuestro mundo y la acción misionera sigue siendo muy fuerte. A nosotros nos ven frágiles porque en su medio somos débiles, pero también perciben nuestra cultura como superior. Es un sistema de castas mundial que ha permeado casi genéticamente tras dos siglos de dominio tecnológico. En cambio, los países que están despertando, como India, sienten más animadversión por la explotación colonial. Ahora es su momento. Las tribus, sin embargo, son minorías y las van asfixiando. La tendencia es que los jóvenes se vayan convirtiendo y los viejos sientan nostalgia.

En la exposición Amazonias. El futuro ancestral del CCCB de Barcelona leí que el legado indígena esconde claves para afrontar los retos planetarios. ¿Lo crees así?
El gran error ha sido querer dominar, domesticar y transformarnos en depredadores de todo. Eso, además, crea mucha insatisfacción. Hemos llegado al máximo de lo que se supone que es la civilización y está lleno de gente que lo pasa fatal. Respuestas evidentes no hay en ningún lado, pero también hay que saber que los activistas indígenas brasileños tienen su propia agenda política. Hay mucho marketing detrás de esas manifestaciones en Brasilia en las que todos portan plumas, un elemento que no era usado por todas las etnias amazónicas. Las poblaciones indígenas están subvencionadas y también son un lobby con planes oscuros, pese a que hayan conseguido preservar grandes partes de selva. Es todo grotesco, pero es el mundo en el que vivimos. Los indígenas son humanos. Lo que es cierto es que en esta sociedad posindustrial estamos desconectados de nosotros mismos, mientras que en muchas de estas tribus todo es más sencillo y tienen mucho tiempo para el ocio y están más conectados. Aun así, y aunque a veces sea tentador, no querría esa forma de vida para mí. Prefiero el merder que tenemos aquí porque tienes mayor capacidad de escoger.