Íñigo Errejón ha pasado de estar en lo más alto de la política a tener que dimitir por las acusaciones de acoso sexual que hay sobre él. | M. Pinto

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Íñigo Errejón está copando el foco mediático desde la semana pasada, cuando dimitió como diputado y como portavoz de Sumar, poco antes de que actriz Elisa Mouliáa lo denunciase por acoso sexual. Aunque muchos aseguran que era un rumor a voces, lo cierto es que el ya conocido como 'caso Errejón' está teniendo un gran impacto.

La psicóloga y sexóloga Susana Ivorra ha realizado un análisis psicológico del expolítico. A su modo de ver, la carta en la que se despide de la política «es un ejercicio de equilibrismo sobre la cuerda floja de la ausencia de responsabilidad personal. La culpa es del patriarcado y del neoliberalismo emocional: ese individualismo que te aleja del otro lo suficiente como para no sentir empatía por él. La culpa es de la política. La culpa está ahí fuera. Y no le falta razón pero es una explicación sobre los factores del contexto».

Ivorra sostiene que «cuesta encontrar entre tanto contexto una asunción personal, interna, de lo sucedido; no puntualmente, sino desde hace años. En su caso, cuanto más luchaba por la igualdad de los derechos, de mejor imagen gozaba para poder ejercer la violencia con mayor impunidad». En este punto, resalta que «habla en su comunicado de la diferencia entre la persona y el personaje, como si eso pudiera disociarse, como si fuéramos cajones estancos y no afectara lo que hacemos en un área de nuestra vida en el resto».

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En su opinión, «no es un escrito que refleje verdadera conexión con el sufrimiento de las víctimas, con la empatía hacia las personas a las que ha utilizado para su placer y su poder. No refleja tampoco una verdadera conexión consigo mismo y sus actos. Me recuerda mucho a aquella oración narcisista (anónima) que circula por internet: 'Eso no pasó. Y si pasó, no fue tan malo. Y si lo fue, no fue para tanto. Y si pasó, no fue mi culpa. Y si es mi culpa, no fue mi intención. Y si fue mi intención, te lo merecías'».

Ivorra añade que, «de lo que se desprende de los testimonios, nos encontramos ante una persona que bien puede usar la manipulación para ganarse la confianza de la persona como abordarla ignorando lo que la otra persona quiere y desea, imponiendo su deseo por encima de todo. Puede ser una persona de puertas para fuera y otra muy distinta en la intimidad, en contradicción».

La psicóloga y sexóloga asegura que «la empatía ahí está mermada. No ves a la otra persona como un sujeto activo sino como un objeto para el uso y disfrute no compartido ni consentido». Además, resalta que «no hablamos de un error aislado, fruto de los procesos de cada persona por tratar de sacudirse su contexto y sus aprendizajes, sino una manera continua y constante de relacionarse desde el ego y el poder». En este sentido, argumenta que «cuando haces algo dañino para otra persona y sientes empatía, en algún momento surge la culpabilidad y la necesidad de cambiar activamente. Y aún más si eres un profesional que pone la salud mental sobre la mesa».