Los frescos de la Capilla Sixtina, obra de Miguel Ángel, cumplen 500 años, ocasión que el Vaticano aprovechó para advertir de que podría limitar el número de visitantes para proteger una de las maravillas de la civilización occidental.
El 13 de octubre de 1512, apenas 20 años después del descubrimiento de América, el papa Julio II realizó un servicio religioso para inaugurar la sala en la que Miguel Ángel trabajó durante cuatro años, buena parte de los cuales tumbado de espaldas para terminar los frescos del techo.
Los frescos tuvieron un éxito inmediato entre la población de la ciudad y su fama se extendió pronto a todo el mundo. A partir de enonces la Capilla Sixtina se ha convertido en la sala más visitada del mundo, y precisamente ese es su gran problema.
Con el crecimiento del turismo de masas, cada año unas cinco millones de personas, hasta 20.000 al día en verano, entran en la capilla, inclinando la cabeza para mirar el techo.
El techo de la capilla, en la que los cardenales se reúnen en secreto en cónclaves para elegir al nuevo papa, incluye una de las escenas más famosas de la historia del arte: el brazo de un Dios gentil dando vida a Adán en el panel de la creación.
A principios de este mes, el crítico literario italiano Pietro Citati generó controversia al escribir una carta abierta en un importante periódico italiano en la que denunciaba el comportamiento de la multitud que visitaba lo que técnicamente es un lugar sagrado.
Los turistas, dijo, "parecen hordas de borrachos" y los frescos pueden resultar dañados por su respiración, su sudor, el polvo de sus zapatos y su calor corporal.
El ambiente, escribió Citati, está lejos de ser contemplativo ya que los turistas ignoran la petición que hace el Vaticano de silencio, compostura y la prohibición de tomar fotos.
SUDOR Y DIÓXIDO DE CARBONO
Citati ha sido el último crítico que pide que el Vaticano limite drásticamente el número de personas que visitan la capilla, imprescindible para los turistas que acuden a la ciudad eterna.
Antonio Paolucci, director de los museos vaticanos, dijo que no preveía limitar el número de visitantes "a corto y medio plazo", pero dijo que los museos podrían no tener otra opción en el futuro.
"La presión causada por los humanos, como el polvo introducido, la humedad de los cuerpos, el dióxido de carbono que produce la transpiración pueden causar incomodidad al visitante y, a largo plazo, posibles daños a las pinturas", dijo Paolucci en un artículo en el periódico vaticano para celebrar los 500 años de los frescos vaticanos.
"Podríamos limitar el acceso, estableciendo un límite al número. Lo haremos si crece el turismo más allá de los límites de la tolerancia razonable y si no podemos responder adecuadamente al problema", dijo.
Según el sistema actual, los visitantes de los museos vaticanos pueden reservar para entrar o esperar largas colas en el exterior, pero no hay límite para el número total diario.
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