Stoltenberg. El primer ministro con una rosa en la mano en un acto en memoria de las víctimas - reuters

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La ciudadanía noruega recordó ayer con emoción y entereza su viernes más trágico, hace exactamente una semana, mientras su primer ministro Jens Stoltenberg renovaba su apuesta por la cordura democrática como respuesta a la matanza de Anders Behring Breivik.

Oslo fue un desfile incesante de rostros compungidos, pero serenos, de ciudadanos que depositaban sus flores, velas y mensajes por las víctimas -77, según el último computo difundido ayer-, tras unos ataques que empezaron con una sacudida en la ciudad, a las 13.26 GMT de ese viernes, y que desembocaron en una masacre en el campamento juvenil, a 40 kilómetros de la capital.

Fue un "atentado contra la democracia", afirmó Stoltenberg, en un acto ante su militancia socialdemócrata, cada uno con una rosa en la mano, y ante jóvenes vestidos de riguroso luto, con una insignia roja en la solapa con las siglas de las juventudes del partido, AUF.
"Responderemos al odio con amor", enfatizó Stoltenberg, repitiendo lo que ha sido la consigna diaria del político socialdemócrata al que estos días alaba la prensa conservadora por haber encontrado palabras de esperanza en la tragedia colectiva.
"No estáis solos, nuestro movimiento es el hombro sobre el que podéis llorar", añadió Stoltenberg, tras una larga semana en que ha sido el político cercano y omnipresente que el ciudadano precisaba.

"Nos ha dado una lección a todos, es cierto", admitía Arnt Hargen, concejal del opositor Partido del Progreso en el distrito de Bislett, en el norte de Oslo, uno de los centenares de ciudadanos que acudieron hoy a la catedral a recordar a las víctimas.

Al Partido del Progreso, segunda formación en el país, le costará "reconducir la situación", proseguía Hargen, en alusión al hecho de que Breivik militó en la formación entre 2007 y 2009.

"Breivik no representa a ese partido, por mal que me caigan ellos. No representa a nadie de este país. Ni siquiera a los xenófobos o a los que me miran con desprecio por ser musulmán. Es un diablo, un mundo aparte", indica a pocos pasos El Hads Ould Brahm, un joven mauritano, residente en Oslo desde hace unos meses.