Novios. Los recién casados tras la ceremonia - Reuters

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Los príncipes Alberto II y Charlene de Mónaco celebraron ayer la segunda de las dos bodas, una civil y otra religiosa, con las que sellaron cinco años de noviazgo y contribuyeron a afianzar el futuro del Principado, en el que se espera con ganas la llegada de un heredero al trono.

Estos tres días de fiesta, si se cuenta el concierto de The Eagles que la pareja previó para pasar su última noche de soltera, serán recordados no tanto por las miradas y gestos cómplices entre el nuevo matrimonio, escasos y breves, sino por su voluntad de hacer partícipes del enlace a monegascos y residentes.

Tras la boda civil del jueves en el salón del trono, el gran día para este territorio de apenas dos kilómetros cuadrados llegó ayer, con la presencia de jefes de Estado, monarcas y príncipes herederos, y personalidades del mundo de la moda, el deporte y los negocios.
Todos ellos, ante los cerca de 3.500 monegascos invitados a la plaza del Palacio, desfilaron por la alfombra roja y blanca, con los colores nacionales monegascos, que le dio al lugar un aire de decorado cinematográfico, no exento de grandeza.

La seriedad de la pareja durante gran parte de la ceremonia hizo que pueda ser descrita como exenta de sentimiento por aquellos que quieren creer los rumores que periódicos galos como "Le Figaro" y "L'Express" recogieron hace días, relativos a un supuesto intento de fuga de la princesa a Sudáfrica, y a la aparición de nuevos hijos no reconocidos por parte del príncipe.

Charlene vistió un traje que tenía una cola de 20 metros de largo, decoraciones en nácar, perlas y cristales de Swarovski, y más de 2.500 horas de trabajo.

No hubo imprevistos en la agenda programada, que se cumplió prácticamente al minuto. Tras la ceremonia hubo cena oficial, un espectáculo de fuegos artificiales y baile.